Quienes tienen el dinero son los ahorradores.
Se podría calcular y asegurar, que quien tiene
cincuenta años y tiene ahorrados más de doscientos mil euros ya tiene ahorrado
algún dinero producto del trabajo de otros.
Nunca nadie ha ahorrado tanto solamente con su trabajo
Y si es por herencia se puede asegurar sin necesidad
de cuentas.
Casi siempre ha sido por el trabajo de los demás.
Más valiera que lo que cada cual tuviera ahorrado
fuera de su trabajo y no del trabajo de los demás que es de la manera en la que
se han construido la gran mayoría de los grandes capitales.
Con esta actitud basada en el ahorro se fomenta la dualidad
de las sociedades cada vez a más grandes pasos. Y no porque una parte de la
sociedad sea despilfarradora sino porque no tiene con qué ahorrar.
Es un aspecto de la economía que antes se decía y
ahora se calla.
Los ahorradores son personajes como uno de aquellos
hombres que se ridiculizaban en las comedias clásicas porque se pasaron toda la
vida ahorrando casi de una manera miserable quitándose la comida de la boca y
mientras su hijo, ya mozo, subsistía gastándose lo que había ahorrado el padre
dedicándose a la juerga y al fornicio.
Decía el padre: qué ignorante, lo que yo he disfrutado
ahorrando, no lo disfrutará mi hijo ni aunque se gaste toda mi fortuna.
Sin ninguna duda el hijo hacía más labor social que el
padre.
No es una exageración.
A mí no me cabe ninguna duda que esa necesidad de
ahorrar es una enfermedad que afecta a las personas que tienen muy poca
confianza en ellas mismas y en las que les rodea, y que, para mejor definirlas
tienen por el contrario una admiración por sí mismas y un cierto desprecio por
las demás. Y creo, que son las clases medías de más rancio abolengo, las más
predispuestas culturalmente a ahorrar para tener un algo y para lo que pueda
pasar que nunca se sabe, es: porque desde su superioridad saben de sus
incapacidades.
Gentes que de tanto estar bien han tenido temor al
futuro.
Y el ahorrador cundo consigue tener sus buenos ahorros
en buen sitio invertidos, también es una enfermedad social: una parte de los
recursos humanos de la sociedad se enquista y bien alimentada por distintas
medicinas, toma fuerza y dispone de las posibilidades de todos los demás
recursos humanos.
Yo nunca he ahorrado.
En estos días en los que miro el periódico muy por
encima, me ha sorprendido que el Secretario General del Partido Socialista de
Navarra haya presentado su declaración de bienes en el Parlamento y admita que
tiene ahorrados trescientos mil euros en cuenta corriente. Curiosamente, poco
más o menos lo que también había declarado hace unos días que tenía ahorrados
el Coordinador General de Izquierda Unida y portavoz en el Congreso de los
Diputados.
La verdad es que me sorprendieron ambas circunstancias
que se cruzaron en el tiempo y no porque un socialista o un comunista no
pudiera tener una importante cantidad de dinero ahorrado por el mero hecho de
ser socialistas o comunistas: no. Ni tampoco por aquella otra justificación que
utilizan ellos de una forma sarcástica para justificar su patrimonio de que: a
ver si no van a poder tener dineros los pobres, digo lo izquierdas.
Me sorprendió que personas que eran
tan importantes no se dieran cuenta de que ellos mismos están alimentando el sistema que a todas luces y a tenor de sus discursos dicen es creador de tantas injusticias y que están dedicados a la política por cambiarlo. Un sistema que se basa en la acumulación de capitales y que en última instancia son los que, también con sus ahorros de insignes políticos, gobiernan el mundo por encima de la voluntad de los ciudadanos y de la suya que es la que nos representa.
Me sorprendió que personas que eran
tan importantes no se dieran cuenta de que ellos mismos están alimentando el sistema que a todas luces y a tenor de sus discursos dicen es creador de tantas injusticias y que están dedicados a la política por cambiarlo. Un sistema que se basa en la acumulación de capitales y que en última instancia son los que, también con sus ahorros de insignes políticos, gobiernan el mundo por encima de la voluntad de los ciudadanos y de la suya que es la que nos representa.
Porque ahora también sabemos que Mariano Rajoy,
presidente del gobierno, defensor del sistema, también tiene esa tendencia
compulsiva de ahorrar cientos y cientos de miles de euros.
Para mañana, aunque mañana también le sigamos
manteniendo.
La conciencia del sistema llega a todos los rincones.
Para qué querrán el dinero.
Me pregunto
Acaso no tengan capacidad para ganarse la vida y han
de proveer.
Cuánta credibilidad ganarían si en el bolsillo no
tuvieran más que las manos y que en la libreta tuvieran bien escritos sus
principios.
Antes, y ahora, muchas personas se limitan a meter sus
ahorros en metálico debajo del colchón o en una caja de caudales electrónica.
Casi nunca son hacendados quienes así obran sino personas que han hecho del
trabajo y del ahorro: su vida, su necesidad, su seguridad o su futuro y que esa
necesidad era abonada por su avaricia sin que fueran muy conscientes de ello.
Así se justifican a sí mismos ahorrando de pocos en
pocos.
Es obvio que estas personas ahorrando no generan
empleo y lo único que hacen es mantener almacenada la sangre con la que se
reparte la riqueza entre quienes la necesitan, pero es su opción por acumular
dinero con la que tratan de tener asegurado su futuro y será entonces cuando
corra, cuando mueran. Esa riqueza así guardada nadie la puede adquirir con su
propio trabajo, quizás mañana.
Así y todo, socialmente mejor sería que no ahorraran.
Si quien ahorra invierte sus ahorros y los lleva al
banco para que fluya en el mercado financiero, la cuestión tiene diferentes
aspectos, pero en casi todos ellos alimenta un sistema en el que el capital es
imprescindible para comprar directa o indirectamente el trabajo. Ceden la
posesión de ese dinero a quienes les gestionan sus ahorros y no se hacen
responsables de lo que se haga con él.
La mayoría de los ahorradores se inclinan por la
cuenta corriente más o menos remunerada en la que siempre mantienen un saldo de
seguridad para cualquier imprevisto. En esa cuenta, sin sobresaltos, van
cargando todos los gastos de la economía familiar. Si el saldo va creciendo la
gran mayoría de la población pasa a lo que se llama: plazo fijo. Esta manera de
actuar inmoviliza en la misma entidad una cantidad por un determinado plazo
posiblemente a un interés más amplio. Quizás ahorrar así, en estos tiempos ha
quedado marginal puesto que para las entidades financieras estos depósitos
tienen un coste elevado.
Con distintas estrategias comerciales y políticas, la
forma de ahorrar que se ha potenciado en las últimas décadas ha sido tratar de
obligar a una parte importante de la población al ahorro mensual de unas
cantidades que pueden suponer hasta el veinte por ciento de sus ingresos. Son
planes de pensión y de jubilación o de inversión. Ahorros que además se veían
reforzados a fin de año porque las normas fiscales que desarrolla el gobierno,
cada año, tenían un apartado y una deducción en la base o en la cuota del
impuesto de la renta. El último mes del ejercicio, en lugar de dedicarse a lo
suyo, los bancos y cajas se dedicaban a la captación de unos depósitos que sin
embargo iban a quedar fuera de su control.
Curiosa maniobra financiera.
Ahora la mayoría de los ahorradores no saben dónde
está su dinero. Quizás para aliviarse la conciencia piensan que está guardado
en una cajita de colores en la trastienda de la oficina con la que trabaja y
que de vez en cuando le quita el polvo ese joven director tan guapo y trajeado.
Lo cierto es que sus ahorros pueden estar en cualquier sitio: invertido en las
economías de los países emergentes, financiando cualquiera de las mil guerras
que hay en el mundo o especulando con la deuda de su propio Estado, ese que le
recorta su gasto sanitario.
Los ahorradores sin embargo se creen inocentes de lo
que pueda causar su dinero, fuera de la cajita de colores y rodando por el
planeta en las manos de quienes ellos permiten que muevan el mundo.
Para moverse del lugar de origen el trabajo que se
mueve integrado en mercancía encuentra muchas trabas para su circulación, y
todavía así tiene que pagar tasas y aranceles al traspasar algunas fronteras.
El dinero se mueve pulsando una tecla de un
computador.
El sistema, potenciando el ahorro consigue crear una
especie de montaña en la que los ahorradores están en un lateral del montón y
van echando paladas hacia arriba con los dineros que ahorran. Ellos siempre quedan abajo y únicamente
pueden aprovechar los granos de la arena que se escurren por el lateral de la
montaña.
Son los granos con los que les pagarán sus ahorros
En realidad: la parte principal ahorro de los
ahorradores, lo han subido tan alto de la montaña, está tan arriba de la ladera,
que nunca se lo devolverán y si se lo devuelven siempre será con el ahorro que
acaba de llegar de otro.
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