domingo, 24 de febrero de 2013

Cuánto trabajar


Antes de empezar quiero decir que estoy convencido de que se ha trabajado demasiado en el mundo, y que además, ese trabajo que se dice ha creado tanta riqueza, en realidad lo que ha creado en las sociedades es mucha pobreza económica y espiritual y una civilización que se ha visto tantas veces descompuesta por las injusticias.
Una manera de concebir el mundo que quizás ahora esté tocando a su fin  porque el sistema económico que ha estructurado, esté dando sus últimas sacudidas desde esa idea de que la humanidad tenga que trabajar tanto y tanto aún a costa de su bienestar y de su futuro, .
Pienso que la creencia inducida desde la antigüedad al género humano de que el trabajo es una virtud menester de practicar, ha causado enormes daños a la humanidad.
Una creencia que además, a lo largo de toda la historia nunca le ha dado respuesta a los graves problemas que han tenido las sociedades y que casi todos ellos todavía están sin resolver.
Me ha quedado demostrado en muchos lugares, que tanto trabajo, embrutece tanto a las personas y las hace tan insensibles como pueden llegar a ser los animales que se han utilizado para trabajar, y sin embargo, en el camino me he encontrado con gentes de edad avanzada que hubieran podido presumir de una inteligencia natural envidiable y que no han podido conformar su condición humana porque el trabajo no les ha dejado tiempo para conformarla.
Seguramente, agarrado a ideales que ya son viejos y que siempre perdieron en esa vieja batalla de cambiar radicalmente el devenir de la historia venidera, a lo mejor de de acuerdo con otros muchos que ni oigo ni conozco pero que existen, desde hace algunos años vengo defendiendo y  predicando al pensamiento de las gentes con la que normalmente tengo contacto, algo completamente distinto a lo que hasta ahora siempre nos habían enseñado y con mis desmanes y palabras despotrico contra esta manera de entender la vida alrededor de trabajo, que al final he constatado que no ha traído al planeta más que ruina y destrucción, miseria e injusticia.
Todos se sorprenden.
No me tratan por tonto porque me conocen.
Con mis palabras, les queda claro que era una gran mentira lo que nos enseñaron a nuestra generación para que creyéramos y para que desde esa fe pensáramos qué íbamos a ser hoy y así fuéramos y que llegados a esta altura ya ha fracasado.

Todas aquellas mentes jóvenes que además tuvimos ocasión de estudiar un poco más allá de los catorce años fuimos educados en el espíritu de algunas sentencias que se repetían en la familia en la escuela y la iglesia en torno al trabajo.
* El trabajo dignifica al hombre.
* El ocio es la madre de todos los vicios.
* Ganarás el pan con el sudor de tu frente.
* Trabaja cada día y haz economía cada minuto.
* El trabajo es la paga de todos los derechos que tienes.
* Si no trabajas nada puedes exigir porque no mereces.
* No morderás la mano que te da trabajo y te da de comer.
Hay que ver lo poco que ha cambiado el mundo que todavía se utilizan estas mismas consignas para educar a la población, si bien es muy posible que ya una parte de quienes las escuchan no les hagan caso y obren en función de otras ideas radicalmente contrarias.

Aunque la última guerra todavía estuviera sangrando sus heridas, las nuestras y las de los otros, los que nacimos en los años en los que las guerras parecían lejanas, se decía que estábamos viviendo una era de paz y prosperidad y había que olvidar el pasado, quizás también eran tiempos en los que era necesario el trabajo de todos porque estaba todo por hacer y rehacer. A pesar de todo tampoco había trabajo para todos y la población lo había de solucionar saliendo al exilio o a la emigración. Entonces vivimos el trabajo como una necesidad y como una obligación que no se podía esquivar.
En mi caso, dicen que era un niño con muchas virtudes, aquellas que prometen un gran futuro, esas que les gusta decir a los padres que tienen sus hijos, aunque no las tenga, pero que al parecer yo las tenía, aunque todavía hoy no sepa cuáles eran.
Formal y tranquilo, aplicado y cariñoso, obediente, sumiso.
Más listo que el aire decían mis abuelas.
Y muy tímido diría yo.
Y con mucho carácter y personalidad.
Entre estas mimbres quedó aquella educación.
En aquellos años en los que tomé las primeras lecciones, creí todo cuanto me dijeron sobre el estudio y el trabajo, hasta los curas nos hacían trabajar el domingo por la mañana después de misa para santificarlo, y así adquirí una conciencia que me ha hecho trabajar intensamente durante toda mi vida y hasta el momento actual porque además casi siempre disfruto trabajando.
También yo empecé a trabajar desde niño.
Incluso pudiera ser que trabajar ya me diera derecho a fumar como un hombre. En aquellos años en los que no se habían construido otras necesidades, para la adolescencia era casi nuestro mayor reto para ser mayores de edad definitivamente: trabajar y fumar.

Pertenezco a la última generación a la que en este país se le ha obligado a trabajar desde niños, y con doce o trece años ya tenía que echar una mano en casa, ya tenía que ganarme el pan con el sudor de mi frente ya tenía que ver la vida con los ojos de trabajar cada día.
Y lo hice, vaya que si lo hice.
Y estaba orgulloso de trabajar y de valer para casa.
Y no tuve ninguna consideración porque era esa mi obligación.

Muchas veces recuerdo aquel domingo 21 de Junio de 1970 en el que intuitivamente fui consciente de que ya tenía que ganarme la vida con mi trabajo sin entender muy bien qué era eso.   

Nadie me tuvo que decir que tenía que contribuir al común familiar y empecé a comportarme como una persona mayor cuando ese día lo supe.


Era como el comienzo de la vida real.

La profesión que aprendí de niño en mi casa fue la de herrero y todavía me recuerdo alrededor de la fragua y del yunque, entra las tenazas y martillo que se usaban para un trabajo de manos negras.




Antes a la infancia, que se decía que llegaba al nacer con un pan debajo del brazo, se le acostumbraba al trabajo haciéndoles ganarse el pan en cuanto tenían edad y fuerza para echar una mano en lo que fuera.

Pronto se habían comido el pan que traían.

En estos tiempos incluso, más que antes, todos lo padres pretenden que sus hijos se críen en el amor al trabajo y al esfuerzo y para ello les preparan otro tajo.
Son los deberes escolares para que puedan tener las mejores notas de ka Escuela. 
Son aquella infinidad de actividades fuera de la educación reglada en las que además de su esfuerzo también tienen el apoyo de sus padres aplaudiendo y si es preciso dando gritos.
Ahora el pan se lo han de ganar con un trozo de chorizo,
Se ha llegado a un punto en el entrenamiento de la infancia, en el que se puede observar y comprobar que en la mayoría de las familias trabajadoras en las que hay infancia y adolescencia, entre unas obligaciones y otras acaban trabajando más horas que sus padres y además con la responsabilidad de que tienen no solo han de cumplir sino que han de ser mejor que nadie.

Pero también, conforme me he hecho veterano, de anciano prematuro me califico desde hace años, cuando trato de hacer valer mi experiencia, aunque creo que mi conciencia haya controlado mi trabajo dependiendo si era para vivir o para ser yo mismo, en la medida en la que me lo he podido permitir, he trabajado de acuerdo a como profundamente he pensado en estos años, sin saber cómo concretarlo entonces, pero estando muy seguro ahora de qué hice y porqué lo hice.
Pasados estos años, el grueso de mis opiniones ha experimentado una importante evolución y aunque no me arrepiento de haber trabajado tanto, pero he visto, he comprobado, que éste no es el camino para la buena convivencia social y para procurar la felicidad individual y de quienes nos rodean. Ni siquiera es un buen camino para quienes tienen una gran capacidad de trabajo y pudieran depender únicamente de sí mismos.
Y no por aquello de:
* Nadie se ha hecho nunca rico trabajando.
* Todos tenemos derecho a ganarnos la vida.
* Amarte a ti mismo sobre todas las cosas.
* No subyugar al desgraciado que te da de comer.
* La vida es muy corta como para perder el tiempo trabajando.  


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