viernes, 5 de julio de 2013

Animadores al trabajo

Para dar una imagen real de quiénes son los animadores sociales  que predican sobre el trabajo sin que ellos se dignen a dar ejemplo, y para verlos colocados a cada cual en el escalón jerárquico que le corresponde en la línea de mando, podemos recordar la película de Charles Chaplin que se titula: El gran dictador.
     En una de sus escenas hay un cañón militar dispuesto para disparar al enemigo. Delante del cañón está    posicionada toda la cadena de mando que ha de ejecutar la maniobra de disparo del armatoste. Para pulsar el detonador del artefacto, el coronel da la orden al comandante que a continuación se la transmite al capitán y éste al teniente y el teniente al sargento.
     Todos dan la misma orden: disparen.
     Y es el soldado, el último de la fila  el que tiene que disparar después de que ya antes, hubiera sido él mismo quien había acarreado y cargado la munición mientras todos le miraban.
     Era una expresión de lo que era la jerarquía de mando y de cómo las filas se disciplinan para que obedezcan.
 
Estos elementos son la viva imagen de quienes no trabajan ni piensan en trabajar y animan a los demás a trabajar mientras ellos hacen aquellas tareas para las que no es preciso tomarse ningún trabajo y que además las cuelgan de presunción y galones.
     La secuencia demuestra que su trabajo no sirve para nada
Y ahora la falta de trabajo, de ese trabajo inútil, nos la presentan tan grave que los animadores del trabajo nos siguen insistiendo en que debemos formarnos para trabajar. En estos tiempos en los que se alimenta el desempleo aconsejan a quienes no tienen trabajo que lo que no cursaron de niños cuando iban a la escuela lo cursen ahora.
     Hay que formarse para trabajar, dicen.
     Ellos no hace falta que se formen: ya se lo saben todo.   
     ¡Que no hay otra cosa que tenga más sentido en la vida que el trabajo: que un puesto de trabajo aunque sea mal pagado es tan necesario como respirar¡
    Lo dicen de un tirón sin respirar ni nada que no lo necesitan.
    Si me pongo a pensar sobre quiénes son los que más hacen por animar a la población para que trabaje, aquellos que dicen que es necesario más trabajo y más esfuerzo general para que el común salga adelante, y limpio de prejuicios mi reflexión, me doy cuenta de que en realidad son las voces más vagas de la sociedad.
     Aquellas que nunca se han quedado roncas trabajando.
Todas aquellas bocas que mientras otros están pelando las patatas, meten la cuchara en el caldero sin pelar nunca una patata. Piensan que el derecho a comer las mejores patatas se lo ganan de otra manera: aunque no tengan ni idea de cómo hacerlo, mientras come las patatas, están pensando qué hacer para que pelar las patatas sean más rentables y concluyen con la boca llena que los peladores han de estar más tiempo pelando patatas y han de pelar más y más rápidamente para cuando haya demanda poderlas vender. Como ellos necesitan de tantas patatas para calmar su estómago codicioso, no piensan en otra cosa que los peladores sigan pelando patatas aunque no quepan más en el caldero, y cuando del caldero caigan al suelo y se empiecen a pudrir, ya tendrán la crisis de las patatas y de los peladores de patata para justificar todo lo que pueda ocurrir como consecuencia.
     ¡Poner más patatas en mi plato!
     A la vez que comen las patatas reflexionan sobre el hecho de que los peladores de patatas, al menos un par de veces en la jornada, paran a descansar y a tomar un café y comer un algo. Ellos saben que este hábito es muy contraproducente para la productividad general de la actividad de las patatas. Nunca piensan en que en ese mismo lugar ellos se pasan todo el día vigilando para que se trabaje sin otra obligación que no hacer nada, sino mirar a ver quién trabaja y cómo trabaja y comer patatas. Nunca se les ocurre que si ellos pelaran alguna patata bien se podrían tomar un café en un rato que además debieran de alargar cada vez que el caldero de patatas estuviera casi a rebosar.
     ¡Qué gente siempre pensando en cómo trabajar los demás!
Curiosamente, quiénes más animan el trabajo son:
     ·       Las personas, instituciones e ideas que tienen un carácter muy amable y convincente y un mensaje muy altruista y que con sus consejos alientan a los demás a trabajar.
     ·       Todas aquellas fuentes de la necesidad humana que hay quien las alimenta haciendo correr el agua pero de las que nunca beben.
     ·       Esas maneras de comunicar aquellas consignas e instrucciones que tratan de que todo lo que hayan de hacer las personas en su vida vaya encaminado a que sea de provecho y a trabajar y a ganar dinero.
Estos imprescindibles para fomentar el trabajo son quienes:
     ·         Animan a los emprendedores que tienen ideas originales para un nuevo negocio, aunque en realidad no son negocios sino invenciones con las que trabajar seguramente en algo inútil aunque esperen con ese trabajo comer el día de mañana.
     ·         Se empeñan con denuedo en predicar que las personas se han de formar para encontrar un empleo. No importa otra cuestión salvo pensar en qué se ha de trabajar el día de mañana y asumir que es su deseo.
     ·         Hacen de cualquier trabajo una mercancía que se puede comprar y vender y entre medio ganar algún dinero, no por el trabajo, sino por las oportunidades de especular que da la vida.
     ·         También en estos tiempos en los que no hay empleo para hacer ver que se hace algo, son los gobiernos que han decidido que las personas paradas se vean obligadas a que por muy mayores que sean se pongan a estudiar si quieren seguir ser subsidiados aunque sea a costas de hacer dejación de los derechos fundamentales e ir perdiéndolos.
Ahora que ya no hay trabajo ni para los que tienen dos carreras.
     ¡Cuánto trabajo para no trabajar!
      De manera permanente desde las mismas cajas de resonancia y desde todos los rincones del mundo predican y animan al trabajo. Los mensajes incansables recuerdan a los pobres: que el trabajo es una manera de vivir que dignifica, porque el trabajo dignifica la vida, y  hay que aprender a ser pobres pero trabajadores y honrados.
     Los redobles hacen vanagloria de laboriosidad, sobriedad, buena voluntad y disposición para trabajar muchas horas a cambio de lejanas ventajas, inclusive sumisión a la autoridad.
Ahora, las mentes más vinculadas al sistema, ante la necesidad económica que nos corre, alentada por el viento en contra, dicen que es necesario fomentar el I+D como una manera de fomentar el trabajo y de crear puestos de trabajo tan necesarios para reactivar la economía.
     Cualquiera se opone a esta idea.
     ¿A quién se le ocurre poner barreras a los científicos…?
      Son los expertos modernos en inventarse necesidades y trabajos.
      -          Grandes lentes para buscar vida en la estratosfera.
      -          Videos y video juegos para los que viven en la tierra.
      Ahora que me he remangado diría más: ni las socorridas excusas de que los centros científicos y tecnológicos investigan el cáncer: valen… y más cuando no son capaces de investigar en otros ámbitos, en otras necesidades más elementales de la humanidad como pudiera ser que ya no se les murieran más críos de hambre.
       Ese sí que sería un buen trabajo que nadie lo va a inventar.
Todo reaparece tal y como estaba previsto en última instancia por el dios del universo el día que creó el mundo, y ahora es ratificado por los nuevos defensores del trabajo por encima de todas las cosas y por quienes se han proclamado de los trabajadores y que buscan en lo que llaman progreso el destino final.
      Al final, este sistema económico se ha construido sobre la filosofía que emana de una civilización que se ha conformado a base de costumbres, hábitos y leyes sagradas y el paso de los años y la sucesión de las generaciones una tras otra que muestra la una a la siguiente la necesidad de trabajar y necesita de mensajeros y predicadores.
Así, con la estructura de: poder, jerarquía y propiedad privada se ha establecido que una mayoría del género humano haya de vender una cuarta parte de su vida a un tercero. Una vida propia entregada a una dedicación en la que tiene que hacer lo que le dicen que haga y tiene que hacer de su persona lo que quieran que sea.
      Es importante llegar a ver la contradicción existente en el hecho de que quienes más defienden el sistema del trabajo aunque sea en cosas inútiles son los propios trabajadores. También son ellos los que más animan sobre todo a sus hijos a trabajar, y son quienes viendo el valor que le ha dado el sistema a su propio trabajo se muestran incapaces de vislumbrar para su descendencia que hayan de trabajar lo necesario para vivir y para poder disfrutar de lo más sencillo.
      Esta es una situación absurda y aberrante que además trata de degenerado y descerebrado a quien así la pinta..
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domingo, 30 de junio de 2013

Los emprendedores

     Aunque nos pueda parecer mentira, las grandes inteligencias del sistema son las más acérrimas enemigas del desempleo. Desde su propia lógica, sus neuronas son las más preocupadas por tener todos los brazos de la humanidad ocupados. Hasta en el tercer mundo procuran que no estén paradas las manos de la infancia y hacen para que la gente trabaje para que la maquinaria de multiplicar el dinero no pare y llene los cazos de la abundancia.
     El sistema tiene una necesidad permanente para la reproducción del propio entramado. Son los emprendedores quienes lo fecundan. En estos tiempos de crisis, es, cuando el propio fracaso del sistema exige que haya personas que valientes y solitarias tomen el relevo de los últimos quemados por las dificultades. Nuevas voluntades que sustituyan a quienes acabaron fracasados, a quienes resultaron derrotados en las últimas batallas, de aquellos que han quedado sin armas ni bagajes.
     Son los nuevos emprendedores, aquellos que no saben muy bien de qué va la cosa, quienes puede hacer galopar al sistema hasta la siguiente crisis. Es la nueva carne humana que recluta el sistema que puede ser hasta de mayor calidad y así el tejido se va regenerando de nuevo.
Los gestores del sistema, los animadores y defensores del Estado y del estado de cosas que se viven en medio de una crisis que no pueden cabalgar porque no pueden ni pensar en la necesidad de cuestionarla en su totalidad, necesitan urgentemente opositores al fracaso para sostener el sistema y el Estado.
     Hay que apoyar a los emprendedores.
     Hay que ayudar para que la gente inicie nuevos proyectos.
     Hay que facilitar la tarea a los que tienen una idea y la realicen.
     Claman permanentemente, por los emprendedores, por los cabos de varas que han de meter en el cuartel a la tropa que quiere trabajar.

Se busca: personas que a ser posible sean jóvenes, que traigan las fuerzas y ganas sin gastar, mentes creadoras de nuevos inventos y de nuevos trabajos, héroes que estén dispuestos a alcanzar la gloria desde el mérito que supone ser capaces de facilitar que otras gentes tengan dónde vender su fuerza de trabajo.
     Es así de sencillo: emprender, para que el sistema pueda seguir reproduciéndose con la rotación de personas e ilusiones.
     Como en el cuento de nunca acabar.
     Se necesitan nuevas estrellas, nuevas ambiciones para alimentar de hojarasca la hoguera de las presunciones, la corona de laurel de quienes triunfan a costa de cualquier indignidad que se pueda imaginar.

Las fuerzas económica y de propaganda, reclaman sin rubor y de manera absolutamente irresponsable: para que aparezcan personas que estén dispuestas a tomar desde abajo el relevo. Siempre hay alguien que está dispuesto a arriesgarse y sacrificarse por su proyecto: el ingenio de un nuevo trabajo con el que alimentar y justificar el sistema y mantener a la gente trabajando aunque sea para nada.
     Son los emprendedores.
     Gente admirable porque en realidad hacen y no saben qué se hacen.
Los emprendedores llegan por tres vías diferentes:
      
     Los que ya han fracasado al menos una vez.
    Muchos de los nuevos emprendedores, ya fracasados en alguna otra tentativa, tratan de componer su figura para ser uno más de los redentores del sistema y redimirse a sí mismos. Sin duda que están convencidos de que no fueron ellos quienes fracasaron sino que fueron las circunstancias que lo acordonaron.
     Es esa idea que casi siempre por necesidad vital de subsistir, se arraiga en la estupidez humana y hace que vuelva a tentar de nuevo a la fortuna, sin creer que va a tropezar en el mismo sitio.
     Algunos de estos emprendedores son recurrentes recalcitrantes que ya lo han perdido todo y tienen que volver a empezar con lo que sea y como sea para tratar de recuperarlo.
     Tienen tanto mérito como el peligro que representan.
        
      Los que emprenden por primera vez.
     Son gente joven con iniciativa y ambición. Casi siempre son jóvenes con ganas de salir para adelante. Nada saben de casi nada, seguramente que ni de lo suyo, y nada, de lo que es y significa una empresa, y cuando alguien les advierte no lo quieren ni escuchar porque tienen una idea que sacar adelante y muchas ganas de trabajar que es lo importante.
     Es lo que hace la inocencia y la ignorancia.
     Una idea que me viene a la cabeza como una nube negra: es que estos jóvenes emprendedores son la verdadera carne de cañón del sistema, más si cabe, cuando en su gran mayoría emprenden en sectores de poco valor añadido y escasa dificultad y tecnología y piensan que pueden sacar valor del trabajo de los que son sus iguales.
      Ninguno de ellos presiente que se ha de jugar todo lo que tiene en una partida, que la tiene perdida de antemano.
      
      Asalariados que quieren tener su propia empresa.
     Antes eran los trabajadores por cuenta ajena quienes daban el salto a crear su empresa. Su último trabajo fue el trampolín que utilizaron muchos emprendedores en las últimas décadas. Ahora esa salida no se concibe porque en el fondo se reconoce que se está muy bien cobrando cada mes el salario y procurando hacer valer todos sus derechos como trabajador, a la par que se observa con el rabillo del ojo al paisano empresario que no vive de noche ni de día aunque sea yendo de  aquí para allá montado en su Mercedes.
     En los últimos años, quienes desde su experiencia laboral por cuenta ajena trataron de poner en marcha proyectos con los que pensaban en hacerlo mejor que donde estuvieron trabajando y ganar más dinero, han sido aquellos trabajadores que fueron convencidos por algunas empresas para las que trabajaban y mal cobraban, de que se hicieran autónomos. Les aseguraban que subcontratados, si organizaban el trabajo por su cuenta y trabajaban más, más dinero podrían ganar.
     La gran mayoría de las veces estas esperanzas no se cumplieron.
     Son ahora una de las más trágicas consecuencias del fracaso.

     Hay pequeños empresarios que nacieron de una voluntad firme de dejar de ser asalariados, de trabajar por cuenta ajena. El resto de los trabajadores, sus antiguos compañeros, los odian como traidores que son a su clase y nunca les perdonan posiblemente porque se llevaron con ellos los secretos que se guardan en el alma proletaria.
Quizás no sea odio ni prevención, sino que los envidian porque el pobre siempre ha de ser pobre y el proletario siempre proletario.

     Los emprendedores profesionales
    Sin embargo hay otros emprendedores que se pasan la vida emprendiendo. Son las grandes corporaciones o grupos empresariales que saben muy bien lo que significa esa labor de emprender y si es preciso: fracasar y volver a emprender. Entonces hacen que las instituciones públicas paguen su voluntad para no irse con la empresa a otra parte.
Para ser emprendedor no es preciso nada, salvo que se te meta una idea en la cabeza y te hagas al propósito de que con esa idea te vas a poder ganar la vida y que vas a posibilitar que otras personas que no son emprendedoras también se la puedan ganar contigo.
     ¡Menuda obra social!
     Es una manera eufemística de ocultar el deseo de hacerse ricos.
     A nadie le llama la atención que la gran mayoría de los que un día fueron emprendedores, digamos en los últimos treinta años, cuando las cosas eran relativamente más sencillas y se llevaba a favor soplado el viento por las necesidades sociales y de bienestar, pasado el tiempo se arrepintieron de haber emprendido nada.
     Los emprendedores de antes, ahora, desesperados, pretenden convencer a las personas jóvenes para que creen trabajo y a ser posible para que les compren sus negocios. Es una nueva manera de engañar a las nuevas generaciones que además: suelen ser las mejores.
     Para que las empresas funcionen deben dar beneficio, si no: no funcionan y desde hace algunos años la empresa tal y como está concebida, si está basada en el buen hacer empresarial: no da dinero.
     Y para que la empresa tenga su sentido ha de hacer o dar algún servicio que tenga utilidad social, y en la actualidad es difícil encontrar esa utilidad en nada de lo que se imagine, y ya, ni siquiera construir casas o fabricar coches: tiene sentido.
     Ahora, quien quiere emprender por primera vez, ve más cerca el fracaso que el posible éxito de sus sueños. Los que ya han fracasado alguna vez, aquellos que en otros tiempos hubieran podido emprender de nuevo  de alguna manera, ahora han quedado con una insolvencia tan profunda que les es imposible empezar de nuevo.

Esta crisis que nos lleva en los últimos años y que parece que se le haya roto los frenos, ha dejado el campo en un erial tan inmenso y seco para los nuevos emprendedores es absurdo  emprender nada.
Mejor si iniciamos entre todos: el cambio del sistema.
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