Habríamos de saber que a todas estas personas nada de
lo que le fuéramos a dar con el Salario Social que se ha explicado en el
anterior capítulo, iba a ser fruto de otra cosa que del trabajo, de nuestro
trabajo, del trabajo de todos. A medio plazo: estos derechos que parecen ser un
coste social, acabarían siendo muy eficientes en la satisfacción de las
necesidades humanas y un paliativo de las realidades y de las miserias que se
hacen patentes en muchas capas sociales. Esta medida se tornaría muy económica
para quienes no tienen otra cosa que el trabajo para subsistir en el mundo y
legitimaría la condición social de los estados.
Pagar un salario y con el salario saber administrase y
gastar en lo que cada trabajador entendiera conveniente era otro paso en la
historia que también se ha superado. Hemos pasado de que en la antigüedad, por
el trabajo y con el trabajo se pagaba: la comida que permitía poder subsistir,
el techo en el que poder descansar cerca del tajo y la ropa necesaria para
salvar las inclemencias del tiempo a estos tiempos modernos en lo que no se
tiene derecho a nada si no se tiene trabajo.
En la actualidad seguimos la filosofía de una moral esclavista
en la organización social y en las correspondencias económicas. El trabajo es
lo único que garantiza la vida de las personas y si acaso su dignidad. Aplicada
esta manera de entender la sociedad en estos tiempos y circunstancias que
vivimos, completamente distintas de aquellas en las que surgió, se hace
realidad aquello de: el que no trabaje no
come.
Es tan importante para el sistema económico el trabajo
de la gente, que el sistema en sí mismo se defiende desde la idea de que quien
consta que más ha trabajado más derechos tiene, y quien nunca ha trabajado
todos los derechos que tiene no es porque se los haya ganado sino porque
quienes trabajan son solidarios con ellos y se los regalan.
No es de extrañar que el resultado esté siendo
desastroso.
El trabajo con el que la humanidad se abastece de
bienes y servicios, aunque es necesario en cierta medida para nuestra procurar
nuestra coexistencia, no puede ser, bajo ningún concepto, uno de los fines más
importantes de la vida humana y mucho menos la razón necesaria y fundamental de
la existencia y de la subsistencia de las personas.
.
El objetivo principal de esta obra sobre como se ha
hecho realidad el oráculo de la maldición divina, es tratar de demostrar que:
en el mundo occidental y por ende extrapolable en el tiempo a todo el planeta,
que: trabajando la mitad de lo que se trabaja en la actualidad, trabajando toda
la población activa y en unas condiciones de producción razonable, sería
suficiente para vivir el conjunto de la sociedad mucho mejor de lo que se vive
ahora. Esta opción, pudiera arrancar de la sociedad la amenaza de la pobreza y
de la humanidad el adocenamiento y la barbarie.
Y son dos problemas que socialmente se han de
resolver.
También ahora, en alguna de esas veces en las que me
pongo a pensar para entretenerme, llego a la conclusión de que con un poco de
organización y de ingeniería social, la humanidad tenía que trabajar mucho
menos de lo que trabaja. Sin proponérmelo compruebo de nuevo el principio de
que: las cosas siempre han de prodigar el
tiempo que se tienen para hacerlas, casi con una validez matemática.
El hecho es que: el hacer cosas por hacer, por
obligación vital, como se hace tan a menudo sin que a nadie le importe y a
algunos beneficie, es como mover la silla de un lado a otro por el mero acto de
moverla y que sea razón necesaria para tener derecho a sentarse en ella.
Hay muchas labores por las que ya no se pueden
entender necesarias semanas de cuarenta horas y cuarenta y cinco semanas al año
de trabajo, Ha sido la manera en la que el sistema ha creado trabajos ficticios
para apuntalarlo, y dando muchos rodeos nos han organizado sin sentido la vida
laboral en las últimas décadas y por lo tanto la vida en todos los términos,
para tener derecho a sentarnos en la silla.
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Esta alternativa si se planifica económica y
socialmente puede ser una realidad en unos pocos años sin que nadie se vea
perjudicado en sus intereses y posibilitando que cada cual pudiera vivir de su
trabajo y que el trabajo para vivir: no fuera lo que determinara fatalmente sus
vidas.
Esta estrategia hace absolutamente necesario repartir
el trabajo.
Pero además se ha de abolir todos los trabajos
innecesarios.
El problema es relativamente sencillo:
Parece ser que en la actualidad el 25% de la población
activa está sin trabajo. Desde una ingeniería destreza social, económica y
política, de un primer paso podríamos pasar de las ocho horas diarias que se
trabaja habitualmente: a seis horas diarias durante doscientos días. Mil
doscientas horas anuales para cada persona en disposición de trabajar. Hasta
aquí no sería necesario reformas en los salarios de las personas con trabajo y
en todo caso no tendría porque suponer perdida de poder adquisitivo del factor
trabajo, ni siquiera que disminuyera el total absoluto de la remuneración del trabajo en todos sus aspectos.
En la gran mayoría de los casos quedaría patente que si antes teníamos ocho horas para hacer algo, ahora tenemos seis para hacer lo mismo.
En la gran mayoría de los casos quedaría patente que si antes teníamos ocho horas para hacer algo, ahora tenemos seis para hacer lo mismo.
Pero yendo más allá, a estas alturas de mi vida estoy
convencido de que quien trabaja y trabajar para vivir y ver cubiertas todas
aquellas necesidades que la cotidianeidad aconseja y provee en el mundo actual,
no precisa de vender cada día más de cuatro horas de su vida al trabajo. Y este
convencimiento está basado en las cuatro cuentas que se pueden hacer para
conocer la realidad del mundo del trabajo y que demuestran, que por esta razón
de trabajar menos se hubieran de mermar los arqueos económicos que ahora tiene
la población. Ante esta convicción habrá quien entienda que esto es una locura
porque si se diera esa posibilidad nos iba a perseguir la miseria y la pobreza.
No. Produciríamos los bienes y servicios necesarios
para bien vivir.
Acuso a quienes juzgan como: utópica, quimérica e
irrealizable esta posibilidad humana de trabajar menos es porque observan y
entienden a los trabajadores bajo ese pobre concepto que ha sido moldeado en lo
más penoso de la historia de que no valen más que para trabajar y que si no
trabajaran a saber qué iba a hacer de su vida.
En anterior capítulo se ha relacionado algunos
trabajos inútiles si bien cada cual puede crear su propia lista, si fuéramos
capaces de evitar todos los trabajos inútiles que se hacen en la sociedad es
muy posible que en unas décadas pudiéramos pasar a trabajar cuatro horas al día,
ochocientas horas al año o treinta mil horas durante toda la vida. Este total
de horas nos daría para todo y para que no nos faltara lo más importante de la
vida: tiempo para vivir, ser ciudadanos y personas.
.
Un amigo me dice:
Si hay un
derecho al trabajo para las personas y si este derecho está reconocido por
todas las leyes del mundo occidental, todas las personas que lo requirieran
deberían tener un trabajo al menos de cuatro horas al día con el que pudiera
cubrir dignamente todas sus necesidades. E n caso de que no tuviera este trabajo
los estados que son los garantes de que las leyes se cumplan en todos los
ámbitos, habrían de resarcirle con un cantidad igual al salario que podría
ganar si trabajara. Y si el Estado no cumple la sociedad lo debiera requerir.
Creo que tiene razón mi amigo y habría de respetar las
leyes de la misma manera que se respeta la propiedad privada que es el otro
pilar fundamental de la civilización en la que vivimos y que todas las leyes la
protegen hasta en los más pequeños detalles.
Podemos pensar en cómo a todas personas que tienen la
necesidad de trabajar, la obligación de trabajar y el subjetivo derecho al
trabajo, se les facilitara la posibilidad de trabajar al menos cuatro horas al
día o veinte horas a la semana o mil horas al año. Una de las maneras de
garantizar el trabajo para todas aquellas personas que lo necesitarán sería responder
desde las mismas estructuras del Estado con un trabajo de cuatro horas aunque
esta solución tuviera como consecuencia hacer perder poder al poder del que
ahora disfrutan el funcionariado en exclusiva y que son el alma de propio
Estado.
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Es posible que quienes han de trabajar durante toda
vida en estos momentos estén muy cansados porque el ambiente que se vive en el
mundo del trabajo últimamente es muy difícil de obviar y sostener, pero no
obstante se ha de reconocer que en estos días, una parte importante de la
población no daría credibilidad a la posibilidad de trabajar mucho menos de lo
que trabaja. No le interesa aunque ganara lo mismo y no bajara el nivel del
estado de bienestar que se ha conseguido alcanzar en su entorno. Una parte muy
importante de quienes tienen trabajo, aunque sea en precario y mal pagado, no puede
dejar de trabajar porque tiene que subsistir y su subsistencia es determinante
en sus deseos.
Lo más determinante y trágico para que la población
acepte este reparto de trabajo que es tan necesario por alguna de las razones
que se han expuesto y por una cuestión de justicia y de equilibrio entre
deberes y derechos, sigue siendo dinero: el crédito y el ahorro.
- Aquella parte de
la población que tiene dinero ahorrado no puede facilitar que no haya necesidad
de trabajar porque es indeleble su voluntad de que su dinero se mueva para que
no pierda su valor.
- La otra parte ha
de pagar los créditos que enredan se presente y que dan viabilidad a su futuro
aunque sea en base a su propia esclavitud.
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