lunes, 25 de marzo de 2013

La educación y el trabajo

 
En esta civilización inmemorial, las generaciones que están en edades reproductivas tienen la mala costumbre de moldear a la descendencia a su imagen y semejanza y en ese modelar es muy importante la educación.
En la mayoría de las ocasiones, con esa educación que fomenta hábitos y objetivos, todas las generaciones que están criando, en el aspecto de cómo se han de ganar la vida, tratan de que sean capaces de alcanzar aquellos sueños que ellos no lograron y que sea capaces de hacer lo que sus padres nunca pudieron hacer.
Por eso se les educa desde la infancia en el trabajo.
Esta educación se basa en trasmitir un sentido del deber ante determinados valores y obligaciones y de obediencia a la autoridad que se representa en el orden establecido.
Es la base del sistema que hay que educar propagar y estampar permanentemente. Nadie propone que en las generaciones futuras se despierten aficiones y que capaciten al hombre para tener confianza y autonomía para valerse por sí mismo para usar con inteligencia su tiempo libre en el futuro.
A nadie se le alecciona para hacer valer sus derechos. 
A nadie adiestran para que sea feliz o que sea libre.
Nadie prepara a la gente que empieza a vivir para que ayude a los demás sin pensar en el precio que ha de cobrar por su ayuda.

Una educación que tanto en la familia, como en el entorno y como en la educación reglada, se implementa para hacer ver para toda la vida la necesidad del trabajo. Una manera de conducir a la infancia que trata de proveer la formación y la educación desde su base para que desde la más corta edad se discipline y asuma la obligación de trabajar. Y trabajar desde el primer día, no en lo que más te gusta sino trabajar en lo que haya que trabajar según la filosofía del sistema aunque sean las matemáticas.
Para ser algo en la vida.
Para que seamos lo que ellos quieren.
Porque todo es cuestión de esfuerzo y sacrificio.
Nada se consigue queriendo ser: lo que uno quiera ser en la vida
Una manera de exigir esfuerzos permanentes desde la infancia y haciendo valer por encima de los demás, al que demuestra que hace esos esfuerzos con un carácter siempre competitivo.
Esfuerzos para conseguir las metas que los planes educacionales y los educadores y el sistema quieren y necesitan y esfuerzo para sacar adelante sus deseos particulares.
Una educación que además desde que empieza a procurarse, con las calificaciones y clasificaciones, tratan de que los que van entrando de la niñez a la adolescencia, sin excepción, entren en pugna entre iguales para que quede constancia clara de quiénes son los mejores y quiénes son los que menos valen.
Es el modo de ampliar las diferencias entre unos y otros.
Y luego viene esa educación que se mama en la calle y de  la que nadie se puede aislar de todo lo que se succiona en el ambiente desde que comenzamos a correr por las calles es que hemos de trabajar: no para comer sino para triunfar, para ser los primeros y para hacernos ricos y esa esperanza que siempre hay en el aire del dinero.
Es el ansia social más propagada: tener dinero.
Esa sensación que se tiene desde niño tanto en las familias en las que hay escasez como en las que hay abundancia de la importancia que tiene el dinero y que incluso para comprar unos caramelos se necesita dinero. Menos mal que las personas mayores tienen la cartera.
Los personas más mayores, las abuelas y los abuelos, a los nietos, a los sobrinos, desde esa luz que da la experiencia les enseñan las cosas en las que han de creer para afrontar la vida, esa filosofía que se trasmite desde las familias de cualquier condición social de que hay que trabajar y no importar que se trabaje de más puesto que ese trabajo transformado es dinero, y ellos, tiene tan dentro esa convicción de haber sido siempre tan pobres, que piensan que no hay nada más importante que tener dinero en el bolsillo y que al menos nunca te falte para tabaco.
Quienes forman, educan, aconsejan a las nuevas generaciones, lo hacen porque saben que si lo que hacen creer a los que están aprendiendo, independientemente de que sea cierto o falso queda bien gravado en el consciente el subconsciente y el inconsciente a la hora de pensar pesarán en función de en qué han aprendido a creer y a entender como sagrado.
Son muchos los aspectos en los que nos enseñan a creer.
La religión y el temor a dios.
La idiosincrasia y las bondades de la patria.
La necesidad y la obligación de trabajar para comer.
La importancia de la seguridad. 
El miedo al futuro.
Estas creencias están puestas en orden de su presunta dignidad, pero en la práctica se defiende en orden inverso y siempre se utilizan todas conjuntamente porque la una alimenta y sostiene a la otra pero todas vienen a procurar que el sistema tenga continuidad.

Antes en la niñez y en la adolescencia, en amplias capas de la sociedad, había que trabajar para comer. Aquel era el sino de unos tiempos en los que no había otra alternativa. La infancia en cuanto tenía una cierta edad ya estaba preparada para ganarse el pan.
Cosas de la vida.
Ahora también se hace trabajar en esas edades incluso más de lo que se les hacía trabajar antes, cuando había de llevar el paso de la yunta en el surco y había que empezar andar justo había amanecido.
Parece mentira.
Y se les hace trabajar a muchos hijos más que lo que trabajan en el día a día sus padres con la excusa de que puedan comer mañana y que sean algo en la vida. Ahora a los niños se les hace estudiar para ser todo aquello que no pudieron ser los padres y más si puede.
Los mismos padres exigen a sus hijos un esfuerzo inaudito sea por la mañana por la tarde o por la noche. Y ya no entramos en que pudieran ser deportistas y después de la jornada escolar los llevamos todos lo días a  entrenar al fútbol. ¡Eso sí que da gloria y dinero…!
Quién sabe si no terminamos comiendo todos del deporte.
Porque todo el sistema está pensado sin pensar en nada y cualquier ensoñación es un reto colectivo y social que la sociedad tiene que alcanzar. Por ejemplo: ¿quién puede explicar racionalmente la necesidad que tienen los críos de saber tres idiomas… si no se hace con naturalidad y sin ninguna obligación para contraer mérito?
Y mucho menos si su objetivo es que tengan trabajo mañana.
Y mucho menos si es porque les abre la posibilidad de emigrar.
Esta educación para trabajar es la parte esencial del sistema social que denuncio. La educación hasta llegar a la adolescencia no quiera ir más allá del punto que generalmente alcanza la enseñanza en la actualidad, donde, digan lo que digan y aunque digan lo contrario, lo más importante son las matemáticas, la herramienta con la que tratan de medir la inteligencia de quien está aprendiendo para hacer una selección natural sin que nadie se dé cuenta, y los idiomas que abren todas las puertas del futuro en cualquier lugar del planeta.
Lo demás es manipulación y mentira.
La formación tiene una cierta antipatía por procurar otros entretenimientos y aficiones a quienes van aprendiendo y creciendo. Los esfuerzos en educar hacen consumir todas sus energías activas de quienes aprenden, les hacen esforzase en los estudios y en toda clase de obligaciones que se inventan para tenerles entretenidos, pero haciendo un verdadero esfuerzo, para que se vayan habituando al trabajo y con las mochilas al hombro entre el ir y venir ocupan todo el tiempo de su día. Sin duda, si quienes empiezan a ver la vida tuvieran más tiempo libre, volverían a divertirse con juegos y entretenimientos de los que debieran tomar parte activa e interrelacionarse con los demás.
Se ha llegado a un punto de exigencia, que si se tiene una afición se prohíbe hacerla si antes no se han hecho los deberes escolares.
Es muy curioso que cuando se piensa en qué se quiere ser de mayor, siempre nos referimos a qué profesión queremos tener cuando crezcamos y en qué actividad vamos a vender nuestra fuerza de trabajo y solamente se puede entender que uno va a ser trabajador de algo que tenga sentido económico.