El verdadero motor de todo el sistema es el consumo.
Resulta evidente que sería mejor que quien trabaja
gaste el dinero aun cuando lo gaste en bebida o en espectáculos o en otras
tantas cosas sin sentido que tienen tanto sentido para quien las gasta. Quizás
si profundizamos un poco, el propósito social básico del trabajo radica en el
consumo que unos hacemos para satisfacer nuestras necesidades de lo que
producen otros.
El consumo significa dar salida a los servicios
producto del trabajo, que nos hacemos unas personas a otras y que de buen grado
los aceptamos para dar satisfacción a nuestras necesidades. Las personas,
racionalmente, tratamos de satisfacer aquellas necesidades reales sin
demasiados aspavientos, sin embargo el sistema necesita que se consuman de
aquellos servicios que se planifican y producen en las alturas a gran escala y
con grandes florituras y engaños.
El consumo es lo que propicia el trabajo y como ya
hemos visto en páginas anteriores, con el trabajo todos los demás factores
entran en movimiento y por lo tanto el consumo no tiene por sí mismo un
componente absolutamente negativo. Quizás, en nombre del progreso se pensó
demasiado en la producción y demasiado poco en el consumo, y como consumidores
debiéramos exigir que se produjera lo que consumimos. Evitar que se produzca
independientemente del consumo y después tratar de inducirlo en los hábitos
sociales para poder decir que quien consume es el que tiene la libertad de
elegir.
Porque, aunque ocultas, existen grandes divergencias
entre las necesidades sociales e individuales de la población con respecto a
los objetivos de la producción de lo que se consume. Esta disparidad es lo que
hace que a los hombres les resulte tan difícil pensar con claridad en un mundo
donde el consumo se torne racional y más cuando la obtención de beneficios en
la producción es el incentivo de la industria que nos dirige a consumir en
función de sus intereses.
Y de animar el consumo lo predican los unos y los
otros.
Los unos para que les compren y les quede dineros.
Los otros por el derecho de tener para gastar.
Pero el consumo tal como se ha dibujado desde el
sistema también es otra religión en la que nadie se cuestiona sus principales
dogmas. El primero de ellos: culo veo culo quiero y otros de la misma especie, que
arrastran a las personas hasta el punto en el que se dan cuenta de que para
consumir es necesario el dinero y que para conseguir el dinero es necesario
trabajar.
El mayor problema no es creer en dios sino que dios no
existe.
No existe si no se tiene dinero.
Bendito consumo.
Resulta evidente que quien trabaja pueda gastar lo que
ha ganado en lo que más le apetezca. Sin duda que un mileurista trabaja porque
tiene la convicción social de que un poco de dinero lo puede todo y puede
gastar dieciocho céntimos de euro por minuto, en otro caso, no trabajaría por
ese puñado de euros que le exprime la vida,
Nadie puede ser autosuficiente en sus necesidades
aunque la suficiencia y necesidades de tan subjetivas como son, siempre ha sido
imposible medirlas.
En estos tiempos en los que las autoridades acusan a la población de haber gastado, de haber consumido más de lo que permitían sus posibles en un afán por ser lo que no eran, aunque se lo merecen todo, de lo que se olvidan es que quien gastó, gastó lo que ganaba y lo que pensaba ganar en el futuro.
Los gobernantes ya no recuerdan que sus súbditos al
gastar cuando gastaron aunque fuera más de las cuenta, trasladaron su dinero a
otros, que su gasto generó empleo entonces, y mientras estuvo consumiendo puso
otro tanto como gasto en los bolsillos de los demás que felizmente lo
ingresaron. Porque el consumo supone sacar tanto dinero como por otro camino va
a entrar y siempre hay a quien beneficia.
Yo soy amigo del consumo y siempre trato de consumir
por todos aquellos lugares por los que paso. Creo que el movimiento se ha de
procurar con el consumo que ha de ser en gran medida un consumo que lleve carga
de trabajo, y más que de trabajo: de medio de vida, y en menor medida valor
añadido de los otros factores.
Soy de los que creen que hay que potenciar el consumo,
pero el consumo de aquello que no gasta más que relaciones sociales, aquellas
que además son unas relaciones que cuanto más son consumidas más satisfacciones
trasladan.
Es el consumo con el que se ha acabado en estos
tiempos.
Es muy posible que un nuevo sistema se pueda soportar
también en el consumo, pero un consumo diferente al que proponen dentro del
actual sistema quienes tienen necesidad de rentabilizar sus inversiones,
conseguir interés de su capital, al consumo que se diseña desde las prioridades
marcadas por entendidos que no son capaces de gobernar lo que desconocen y que
solamente buscan mantener un estatus de poder absoluto sobre los ciudadanos.
Porque hay muchas clases de consumo que en definitiva
son las que determinan el alma de la sociedad en la que vivimos sea de una
manera u otra. Una sociedad que se reconstruye en ocasiones con el consumo y
que en todo caso se forja por manejar y cambiar.
· El que se realiza en el entorno y en la calle, en las
aceras, cerca de la gente y que al realizarlo aumenta las relaciones humanas
porque hablamos y empatizamos con los demás:
Sociedades,
actividades populares, bares, cine y teatro.
· El que se realiza a gran escala una vez cada cierto
tiempo y que además compromete la capacidad de consumo de tal manera que
durante mucho tiempo no permite gastar en otras cosas pequeñas.
Por
ejemplo: con la compra de un coche se consume el noventa por ciento de lo que
se tiene para consumir en los próximos cinco años de otros productos más livianos.
Y hay dos conceptos de consumo.
·
El de las
pequeñas cosas que se compran a gente cercana y que además aprecia la fidelidad
y lo agradece con una sonrisa.
·
Y el de las
ofertas de las grandes economías de escala en los que la apariencia de buen
precio es más determinante en la compra que la necesidad real.
Hay dos modelos de consumo que vienen potenciados
sobre todo por la diferenciación del producto, por las marcas y la publicidad:
·
Pequeños
productores, comercio especializado.
·
Grandes
superficies, cadenas, franquicias.
Pero no me cabe duda de que el consumo que se va a
producir en los próximos tiempos es el consumo de ocio.
·
Ocio popular en
el entorno. Una manera de entender el entretenimiento y las relaciones que
ayude a darle vida a la sociedad y que a menudo exija de la participación de
quien lo disfruta.
·
El ocio que se
amasa para las masas, que consigue entretener al ochenta por ciento de la
población de una sociedad inerte. Los grandes espectáculos. Viajes y fiestas de
contenido comercial.
·
De valor añadido
humano de calidad.
·
Aprovechamiento
de fuentes de la naturaleza.
Si hubiéramos optado por un consumo con las primeras
características de estos apartados, hubiéramos producido menos y consumido más
que lo necesario. Y sin entrar en costes puesto que si entráramos sería de
suponer que concedemos poca importancia al goce y a la felicidad sencilla y no
juzgamos la producción por el placer que da al consumidor sino por su coste.
Teniendo en cuenta la recesión económica que nos lleva
y las nuevas circunstancias que se han creado, espero que a la población nos
lleve a reflexionar sobre todos estos aspectos que tiene el consumo y que
determinan los derroteros sociales. La población para seguir su andadura y
valorando el bien común habrá de pensar que las necesidades se han de calibrar
y sopesar mucho más que lo que se han sopesado y calibrado en las últimas
décadas en las que nos han inducido a seguir caminos equivocados. Quizás se
mirarán en las conductas y hábitos y en la manera de pensar de los llamados
alternativos que tan denostados han sido en los últimos tiempos.
Pero la realidad, para qué nos vamos a llevar a un engaño
que nos enloquezca y nos haga perder la perspectiva, es que la mayor cuota de
consumo en la actualidad es el pago de intereses y amortización de las deudas
de la población. Una realidad que
significa devolver trabajo, consumir trabajo del que se realizó hace tiempo y
ya no queda para consumir trabajo del que se hace ahora.
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