El concepto de "el deber de trabajar", en términos
históricos ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir
a los demás, a la mayoría de la población: a sus esclavos, sus súbditos, sus
siervos, sus empleados, a vivir para el interés y beneficio de quienes eran muchos menos: sus
dueños, sus amos, sus patrones, más que para su propio interés.
A pesar de esta gran contradicción, desde el poder hicieron
lo posible para hacer creer que los intereses de la minoría son idénticos a los
más grandes intereses de la humanidad.
Desde que conocemos datos fiables de la historia y sabemos
de las ideas de los primeros pensadores que han trascendido hasta nuestros
días, ya eran los esclavos los que trabajaban para sus amos nada más que por el
derecho a tener techo y comida.
Aquellos filósofos, que se preocupaban por idear unos sistemas de gobierno que fueran más justos, paradójicamente, nunca reflejaron para hacer justicia que sus esclavos, también formaban parte del mundo y que eran ellos quienes los sostenían con su trabajo.
Durante los siglos más oscuros de la historia, aquellos en
los que se dieron forma las religiones en la conciencia colectiva, la población
trabajaba escasamente para vivir y con una ayuda mutua dentro de sus propias
comunidades. No obstante, en aquellos tiempos el poder escasamente constituido
en cada trozo de tierra por la mal llamada “nobleza”, un poder que había sido
implantado por quienes se hicieron los primeros dueños de la tierra a fuerza de
violencia, logró de manera coercitiva obligar a la población a entregar una
buena parte de sus cosechas. Con esta exigencia, los nobles con sus guerreros y
la iglesia con sus sacerdotes, apremiaron a las gentes a trabajar mucho más de
lo que necesitaban para subsistir ellos.
Si quien había conquistado el poder no hubiera actuado por
la fuerza de las armas y del temor a dios, si la población hubiera tenido
opción de decidir sin la certeza de que les protegían los mismos que les amenazaban,
nunca le hubiera entregado sus cosechas a quienes no trabajaban y nunca hubieran trabajado más que lo necesario.
Es posible que ese poder,
con la fuerza, el miedo y las promesas de protección de los enemigos foráneos, llegaran
a inducir a quienes amenazaban con las
armas y con el infierno, a aquella población desarmada e indefensa a la que
había obligado a trabajar y producir y a entregar el excedente de sus
cosechas, para que aceptaran de una manera natural ese estado de cosas, según
el cual, era su deber trabajar intensamente aunque parte de su trabajo fuera a
sostener a otros que no trabajaban y que superponían su poder sobre ellos.
Los periodos revolucionarios
del siglo XIX después de que la nueva clase de los industriales, la burguesía
emergente ganara el poder y pudiera instaurar un nuevo sistema económico, si
bien sus divisas fueron: la libertad la igualdad y la fraternidad, de nuevo su
sistema lo sustentó en el trabajo. Trabajar
más de lo necesario y en la acumulación de capitales fruto del trabajo de las
masas obreras que pudieran emplear. Esta base del sistema hizo imposible que se
pudieran implementar sus divisas en la realidad hasta el punto de convertirlas
en una utopía.
Este nuevo sistema cambió la
manera de entender el trabajo.
Con las máquinas, que eran
de propiedad de los nuevos dueños de la tierra y la mano de obra que en mayores
cantidades y más organizada las alimentaba a fuerza de ser el medio de vida de
una parte importante de la población, todo se podía convertir en una mercancía que
se pudo comprar y vender aquí y allí sin que nadie fuera consciente del valor
real del trabajo que llevaba cada producto.
Aunque sus valedores fueran poco creyentes, el
nuevo sistema, también tuvo que hacer valer la ideología que subyace de la novela
sagrada y la sumisión a los designios de dios. Así, rememorando la religión, de
nuevo le dieron la legitimidad tan ficticia como necesaria a su poder terrenal
y a la obligación de trabajar de todos los que tenían en este mundo de dios al
alcance de su capital.
Buena parte de lo que socialmente damos por sentado acerca
de la conveniencia del trabajo procede de esta reconversión ideológica, También
entonces alguien necesitaba de otros que trabajaran por mandato divino para
hacerse ellos con las plusvalías de su trabajo.
Una forma de hacer que está adaptada al mundo moderno.
El mayor fracaso de las reivindicaciones de los
trabajadores, de los obreros, de los productores, de los proletarios del mundo
ha sido sus revoluciones. En Rusia, desde la primera revolución que se produjo
en la primera década del siglo XX y que acabó con el régimen zarista desde una
perspectiva burguesa, y posteriormente, cuando tomaron el poder los comunistas,
tras otro largo periodo revolucionario, se hizo en nombre de los trabajadores
defendiendo no solamente su trabajo y sus más elementales derechos sino
queriendo copar en su nombre el poder político para poder salir de la miseria y
del hambre en el que se encontraban.
Mucho trabajaron y posiblemente nunca lo consiguieron.
Equivocadamente hubieron de organizar un sistema de
economía planificada en el que todo pivotaba en torno al trabajo: la necesidad,
el control de la oferta para que a nadie le faltara qué hacer, incluso si
vivían en los presidios, y la obligatoriedad y sobretodo con un aparato de
control y de burocracia que absorbía todo el trabajo.
Los dirigentes revolucionarios, una vez que tomaron el
poder, se consideraron los herederos de aquellos que habían derrocado y
asumieron sus mismos privilegios y prebendas, y todas sus ventajas, como
sucedía antes, se soportaban en el trabajo y los derechos de quienes
trabajaban. Solamente pensaron en hacerles trabajar.
Un sistema que duró tanto y que ha terminado recientemente
y como es natural, ha dejado una huella profunda en las opiniones y en los
pensamientos de los hombres de izquierda, que todavía no ha podido recuperarse
de la caída y que siguen interpretando el trabajo y el puesto de trabajo como
una necesidad que se ha de alimentar por causa de la dignidad humana.
Los grandes regímenes comunistas que perviven en la
actualidad también defienden el trabajo como base del sistema con la que tienen
atenazada a la población. Unos sistemas muy atípicos que no sirven sino para la
corrupción de las élites, que desde la defensa del trabajo hacen del comunismo
una realidad con lo peor del estalinismo y del capitalismo y del financierismo.
En el pasado siglo, en los años pasados desde las
últimas guerras europeas, tiempos en los que de manera ficticia se enfrentaban
dos bandos que en su esencia nada tenían de antagónicos, hubo cambios
importantes en la concepción del trabajo como medio de vida y se reconocieron y
asentaron unos derechos al mundo del trabajo que hasta entonces habían sido
negados.
Las sucesivas reconstrucciones nacionales y reconversiones:
industriales, agrícolas y mineras, modificaron el concepto del trabajo con la
idea de la jubilación a los sesenta y cinco años de quienes habían pasado su
vida trabajando. Por primera vez se admite como un derecho que una parte de la población
pueda vivir sin trabajar.
A partir de ahora las generaciones venideras están
obligados a trabajar y trabajar para pagar las jubilaciones de los que ya dicen
que trabajaron pero en una proporción al menos cinco veces mayor de lo que
ellos lo hicieron para los anteriores. El sistema ha conseguido que la propia obligación
de trabajar nazca del mismo seno de la sociedad: los jubilados, los que ya
trabajaron más de la cuenta, obliga a que las nuevas generaciones hayan de
trabajar para ellos.
Desde otra perspectiva, en el fondo y a lo lejos, nos
encontramos con la economía oriental que trata de imitar el comportamiento de
occidente y a veces dar ejemplo. Se conduce con unos importantes episodios de
revolución industrial y de innovaciones tecnológicas que han llegado a alimentar unas producciones en gran escala, y que
también en las últimas décadas ha sentenciado algunas realidades que explican
del peligro que tiene trabajar:
Japón es una de las civilizaciones
que más amor demuestra con el trabajo. En la conciencia de sus ciudadanos el
trabajo es la base fundamental para realizarse como individuos. Presumen ante
el mundo occidental de la organización del trabajo y el compromiso ante el
trabajo y además apenas tienen paro. Llevan
ya más de veinte años de crisis y la deuda pública y privada es de las más
grandes del planeta. Esta deuda significa lo mucho que han trabajado y que han
de trabajar otro tanto o más en los siguientes veinte próximos
Y ya veremos donde desembarca
China en pocos años y en los que se presume pensar en una cuarta parte de la
humanidad que al parecer no tiene otra cosa mejor que hacer que trabajar.