domingo, 17 de marzo de 2013

El deber de trabajar

   El concepto de "el deber de trabajar", en términos históricos ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás, a la mayoría de la población: a sus esclavos, sus súbditos, sus siervos, sus empleados, a vivir para el interés y  beneficio de quienes eran muchos menos: sus dueños, sus amos, sus patrones, más que para su propio interés.
   A pesar de esta gran contradicción, desde el poder hicieron lo posible para hacer creer que los intereses de la minoría son idénticos a los más grandes intereses de la humanidad.
   Desde que conocemos datos fiables de la historia y sabemos de las ideas de los primeros pensadores que han trascendido hasta nuestros días, ya eran los esclavos los que trabajaban para sus amos nada más que por el derecho a tener techo y comida.

   Aquellos filósofos, que se preocupaban por idear unos sistemas de gobierno que fueran más justos, paradójicamente, nunca reflejaron para hacer justicia que sus esclavos, también formaban parte del mundo y que eran ellos quienes los sostenían con su trabajo.
   Durante los siglos más oscuros de la historia, aquellos en los que se dieron forma las religiones en la conciencia colectiva, la población trabajaba escasamente para vivir y con una ayuda mutua dentro de sus propias comunidades. No obstante, en aquellos tiempos el poder escasamente constituido en cada trozo de tierra por la mal llamada “nobleza”, un poder que había sido implantado por quienes se hicieron los primeros dueños de la tierra a fuerza de violencia, logró de manera coercitiva obligar a la población a entregar una buena parte de sus cosechas. Con esta exigencia, los nobles con sus guerreros y la iglesia con sus sacerdotes, apremiaron a las gentes a trabajar mucho más de lo que necesitaban para subsistir ellos.
   Si quien había conquistado el poder no hubiera actuado por la fuerza de las armas y del temor a dios, si la población hubiera tenido opción de decidir sin la certeza de que les protegían los mismos que les amenazaban, nunca le hubiera entregado sus cosechas a quienes no trabajaban y  nunca hubieran trabajado más que lo necesario.
   Es posible que ese poder, con la fuerza, el miedo y las promesas de protección de los enemigos foráneos, llegaran a inducir a quienes  amenazaban con las armas y con el infierno, a aquella población desarmada e indefensa a la que había obligado a trabajar y producir y a entregar el excedente de sus cosechas, para que aceptaran de una manera natural ese estado de cosas, según el cual, era su deber trabajar intensamente aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros que no trabajaban y que superponían su poder sobre ellos.
  
   Los periodos revolucionarios del siglo XIX después de que la nueva clase de los industriales, la burguesía emergente ganara el poder y pudiera instaurar un nuevo sistema económico, si bien sus divisas fueron: la libertad la igualdad y la fraternidad, de nuevo su sistema lo sustentó en el trabajo.  Trabajar más de lo necesario y en la acumulación de capitales fruto del trabajo de las masas obreras que pudieran emplear. Esta base del sistema hizo imposible que se pudieran implementar sus divisas en la realidad hasta el punto de convertirlas en una utopía.
   Este nuevo sistema cambió la manera de entender el trabajo.
   Con las máquinas, que eran de propiedad de los nuevos dueños de la tierra y la mano de obra que en mayores cantidades y más organizada las alimentaba a fuerza de ser el medio de vida de una parte importante de la población, todo se podía convertir en una mercancía que se pudo comprar y vender aquí y allí sin que nadie fuera consciente del valor real del trabajo que llevaba cada producto.
   Aunque sus valedores fueran poco creyentes, el nuevo sistema, también tuvo que hacer valer la ideología que subyace de la novela sagrada y la sumisión a los designios de dios. Así, rememorando la religión, de nuevo le dieron la legitimidad tan ficticia como necesaria a su poder terrenal y a la obligación de trabajar de todos los que tenían en este mundo de dios al alcance de su capital.
   Buena parte de lo que socialmente damos por sentado acerca de la conveniencia del trabajo procede de esta reconversión ideológica, También entonces alguien necesitaba de otros que trabajaran por mandato divino para hacerse ellos con las plusvalías de su trabajo.
   Una forma de hacer que está adaptada al mundo moderno.
   El mayor fracaso de las reivindicaciones de los trabajadores, de los obreros, de los productores, de los proletarios del mundo ha sido sus revoluciones. En Rusia, desde la primera revolución que se produjo en la primera década del siglo XX y que acabó con el régimen zarista desde una perspectiva burguesa, y posteriormente, cuando tomaron el poder los comunistas, tras otro largo periodo revolucionario, se hizo en nombre de los trabajadores defendiendo no solamente su trabajo y sus más elementales derechos sino queriendo copar en su nombre el poder político para poder salir de la miseria y del hambre en el que se encontraban.
   Mucho trabajaron y posiblemente nunca lo consiguieron.
  Equivocadamente hubieron de organizar un sistema de economía planificada en el que todo pivotaba en torno al trabajo: la necesidad, el control de la oferta para que a nadie le faltara qué hacer, incluso si vivían en los presidios, y la obligatoriedad y sobretodo con un aparato de control y de burocracia que absorbía todo el trabajo.
   Los dirigentes revolucionarios, una vez que tomaron el poder, se consideraron los herederos de aquellos que habían derrocado y asumieron sus mismos privilegios y prebendas, y todas sus ventajas, como sucedía antes, se soportaban en el trabajo y los derechos de quienes trabajaban. Solamente pensaron en hacerles trabajar.
   Un sistema que duró tanto y que ha terminado recientemente y como es natural, ha dejado una huella profunda en las opiniones y en los pensamientos de los hombres de izquierda, que todavía no ha podido recuperarse de la caída y que siguen interpretando el trabajo y el puesto de trabajo como una necesidad que se ha de alimentar por causa de la dignidad humana.
   Los grandes regímenes comunistas que perviven en la actualidad también defienden el trabajo como base del sistema con la que tienen atenazada a la población. Unos sistemas muy atípicos que no sirven sino para la corrupción de las élites, que desde la defensa del trabajo hacen del comunismo una realidad con lo peor del estalinismo y del capitalismo y del financierismo.
 
   En el pasado siglo, en los años pasados desde las últimas guerras europeas, tiempos en los que de manera ficticia se enfrentaban dos bandos que en su esencia nada tenían de antagónicos, hubo cambios importantes en la concepción del trabajo como medio de vida y se reconocieron y asentaron unos derechos al mundo del trabajo que hasta entonces habían sido negados.
   Las sucesivas reconstrucciones nacionales y reconversiones: industriales, agrícolas y mineras, modificaron el concepto del trabajo con la idea de la jubilación a los sesenta y cinco años de quienes habían pasado su vida trabajando. Por primera vez se admite como un derecho que una parte de la población pueda vivir sin trabajar.
   A partir de ahora las generaciones venideras están obligados a trabajar y trabajar para pagar las jubilaciones de los que ya dicen que trabajaron pero en una proporción al menos cinco veces mayor de lo que ellos lo hicieron para los anteriores. El sistema ha conseguido que la propia obligación de trabajar nazca del mismo seno de la sociedad: los jubilados, los que ya trabajaron más de la cuenta, obliga a que las nuevas generaciones hayan de trabajar para ellos.
  
   Desde otra perspectiva, en el fondo y a lo lejos, nos encontramos con la economía oriental que trata de imitar el comportamiento de occidente y a veces dar ejemplo. Se conduce con unos importantes episodios de revolución industrial y de innovaciones tecnológicas que han llegado a alimentar  unas producciones en gran escala, y que también en las últimas décadas ha sentenciado algunas realidades que explican del peligro que tiene trabajar:
              Japón es una de las civilizaciones que más amor demuestra con el trabajo. En la conciencia de sus ciudadanos el trabajo es la base fundamental para realizarse como individuos. Presumen ante el mundo occidental de la organización del trabajo y el compromiso ante el trabajo  y además apenas tienen paro. Llevan ya más de veinte años de crisis y la deuda pública y privada es de las más grandes del planeta. Esta deuda significa lo mucho que han trabajado y que han de trabajar otro tanto o más en los siguientes veinte próximos 
              Y ya veremos donde desembarca China en pocos años y en los que se presume pensar en una cuarta parte de la humanidad que al parecer no tiene otra cosa mejor que hacer que trabajar.