Cuando hablo coloquialmente
con mis amigos de las cosas que suceden en este mundo a las que ninguno le
encontramos ni pies ni cabeza, cuando tratamos de adivinar la deriva por la que
discurren los acontecimientos en torno a una crisis que nadie sabe cómo
solucionar, enseguida levantan la cabeza para señalar con el dedo a quienes
mandan en el mundo y que son los que al parecer son los culpables de todo esto.
Multinacionales, emporios
financieros y algunos troicas famosas
Yo les suelo decir que no
miren tan alto que los que mandamos somos la gente de la calle, los que votamos
cada cierto tiempo.
De pronto no están de
acuerdo porque están seguros de que ellos ni directa ni indirectamente puedan
ser culpables de nada. Creen.
Les recuerdo que el voto es secreto
y votamos a quien queremos y que mandan los que nosotros hemos querido que
manden, y si a los que hemos votado delegan y les dejan mandar a otros que
saben más que ellos, es porque nosotros les dejamos.
Con no votarles la próxima
vez: allá cuidados.
No sirven de nada mis
argumentos; si acaso para enfadarse conmigo porque no los quiero entender. Me
da que pensar que ellos seguramente son unos de los que han votado a los que
mandan y ahora les da vergüenza reconocerlo.
Pero independientemente de
quiénes son los que votan a los políticos, a esos seres lejanos que por
delegación nos representan en los diferentes niveles en los que se constituye el
Estado: locales, nacionales o supranacionales, el Estado lo componen todos
aquellos poderes que tienen capacidad con las leyes, decretos, normas y
reglamentos para obligar al ciudadano a cumplir lo que en ellas dicten, la más
importante recaudar todo lo necesario para verse alimentadas sus entrañas y para
que desde la llamada democracia mantener el cambalache de su necesidad y su
legitimidad ante la ciudadanía y engañar a la mayoría.
Estos poderes en la realidad
están estructurados en una gran pirámide siguiendo una estructura similar al
centralismo democrático que tan buenos resultados ha dado a las organizaciones
sociales y políticas para fortalecer el carisma de sus líderes, llevando de
arriba abajo las decisiones que se han tomado en la soledad que obliga el poder
para que todos los que están debajo no hagan más que asimilarlas.
En esta pirámide en el vértice
en vez del líder está la burocracia.
La burocracia es un órgano
amplio pero nadie sabe con seguridad quién está en sus filas. Ni siquiera sabe nadie
dónde tiene montado su despacho. Tampoco se sabe qué hace pero como órgano
poderoso muestra sus decisiones bisbiseando o con escritos de tinta indeleble.
El aparato burocrático es la
parte más alta de la pirámide y la componen los profesionales que han
contratado los políticos, gente muy seria y oscura vestida de paño, que con
suficiente antelación dan las órdenes incomprensibles de lo que hay que hacer y
las razones ininteligibles de porqué hay que hacerlo.
Este es un aspecto que la
gente, aunque lo sabe, nunca lo tiene en cuenta a la hora de entregar sus votos
y con ellos su poder los políticos. La sociedad sabe que los políticos hacen lo
que les dicen sus asesores y subrepticiamente, buscan la manera de no hacer el
ridículo, rodeándose de personas expertas que sepan todo aquello de lo que
ellos son ignorantes.
En base a esta realidad en
buena lógica habría que votar sin dar rodeos a sus asesores y burócratas que
son los que saben y deciden. Pero no es así, esos hombres de negro son unos
desconocidos y en realidad como son los que mandan son los que hacen las listas
con los más tontos.
Así entre alternancias y
consensos los políticos contratan a otros para que les digan que hacer y cómo
han de hacer y hasta dónde pueden cumplir con sus compromisos. Los políticos saben
lo justo de nada, están imposibilitados a entender las complejidades del
sistema y tienen que contratar a otros que sepan más que ellos de cómo se
maneja el tejemaneje y los colocan en instituciones supranacionales de todo
tipo, todas ellas, irresponsables ante nadie y ante nada.
En un primer plano pero en
un segundo nivel quedan los políticos que son votados directamente por la
población en unas elecciones que están trabadas de trampas pero que son las que
deciden quienes van a estar en nuestra representación. Una población que sin
excepción y conscientemente nunca vota al mejor, sino que siempre vota al suyo.
Solamente confía en el que sabe que va a defender a los que son de su condición
y aunque sea un incapaz y un ladrón, en las
urnas lo bendicen siempre. El votante busca al suyo sea lo que sea aunque el
otro sea más capaz y honesto.
Luego nos encontramos que interiormente
el Estado tiene sus propias estructuras de poder que no se cambian y que se van
relevando generacionalmente, nada puede cambiar en sus entrañas aun cuando la generación
que entra llegue con nuevas intenciones.
La estructura sicológica que
impera en la organización enseguida las intenciones las convierte: en sueños,
en quimeras y en utopías.
Los ejércitos, las fuerzas
de seguridad, la estructura burocrática y administrativa, los cuerpos
judiciales, las empresas públicas paralelas a las que tienen encomendados
modernos objetivos. Entre todos forman una trama y una estructura de afecciones
personales e intereses y solidariamente las defienden con uñas y dientes.
Estos son sus propios y primeros defensores del Estado.
Les da lo mismo que pase lo
que pase, pero para ellos es necesario que haya estabilidad y que nada cambie
para que cada cual quede en su puesto de alerta vigilante, metiendo la cuchara
y haciendo el caldo.
Pero su verdadera fuerza de
sistema es su base social, que no es otra: que la población que cubre. La masa
conformada que no tiene más preocupación que el orden aunque el orden les
condene a vivir encerrados en sus propias vidas. La cuadra electoral que vota y
que vota a veces permitiendo una alternancia de poder para dar más credibilidad
al sistema porque todo está bien pensado y bien preparado desde hace más de
cien años.
Así, la población queda
encajada en dos estrados que los va ocupado en la medida en la que los codazos
se lo permiten:
·
Viven del poder y lo mantienen.
Son todos aquellos sectores
de población y las gentes que los conforman, a los que de una manera más o
menos sutil haciéndoles ver y creer que están defendiendo legítimamente alguno
de sus intereses les compran su voluntad a cuenta de su fidelidad y de su voto.
Facciones muy definidas
sociológicamente y con las raíces ancladas en el fondo de los siglos, que unas
veces ganan y otras pierden según sea el precio que le han puesto en la venta.
·
Viven al margen del poder
Queriendo o sin querer, quedan
fuera de las gracias y de las querencias del poder y sin posibilidad de
recomponer su destino.
Algunas de estas gentes en ocasiones
tratan de subvertir el poder aunque casi nunca saben cómo hacerlo, y cuando lo
hacen los que ya tiene experiencia de poder enseguida les arrebatan la
posibilidad.
Y esa es la realidad de
nuestro tiempo:
· Si hay ricos y pobres, que se aduce como
la principal causa de la situación actual, esta circunstancia no es
determinante para cómo se van sucediendo las cosas.
· Aunque hay una dualidad y competencia entre
empresarios y trabajadores no tiene ninguna importancia si queremos analizar la
realidad desde su raíz, puesto que además, entre unos y otros han encontrado a
través de sus respectivos sindicatos una entente en la que están razonablemente
cómodos la mayoría de los días y en buena medida van los dos en el mismo barco.
· No hay ni propietarios ni desposeídos
sino que las cosas más importantes que adornan la vida las tenemos todos por
igual y además no escasean y cada cual coge lo que quiere.
Están en un lado los que le
han cogido el tranquillo al sistema y ha sabido colocarse en alguna de sus
ubres y que su derecho sea cual sea, su interés aprovecha hasta las migajas de
todo lo que se corta. Siempre están allí donde se aprovecha de los unos y de
los otros aunque piense que se aprovecha de su inteligencia y de su suerte. Y
por otro lado están los otros, los que no creen en un sistema que lo considera
injusto desde la A hasta la Z y que tratan de cambiarlo.
En realidad es una sociedad económicamente
dual en la que
· Una parte importante de la población no
trabaja y tiene más ingresos de los que puede gastar y tiene ahorros que los
guarda y quizás algunas rentas que le ayuda a seguir acumulando más ahorros
· Y otra parte que no trabaja porque no
encuentra trabajo y que si trabaja es en precario y por un jornal de miseria y si
gana bien está hipotecada y que no tiene más expectativa que pagar lo que debe.