lunes, 27 de abril de 2015

Elogio a la ociosidad de Bertrand Russell. Epílogo.


Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán que dice que: la ociosidad es la madre de todos los vicios. Fui un niño profundamente virtuoso creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una conciencia que me ha hecho trabajar con ardor hasta el momento.
Pero, aunque mi conciencia haya dirigido mis actos, mis opiniones han vivido una revolución: creo que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el trabajo es una virtud ha causado enormes daños y que lo que hay que predicar en los países industriales modernos es algo distinto de lo que siempre se ha predicado.
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Antes de presentar mis propios argumentos a favor de la pereza tengo que refutar algunos de los que no puedo aceptar:
-    Cada vez que alguien que ya dispone de lo suficiente para vivir se propone ocuparse en alguna clase de trabajo diario, se le dice, a él o a ella, que tal conducta lleva a quitar el pan de la boca a otras personas y que por tanto esta actitud es perversa. Si este argumento fuese válido bastaría con que todos nos mantuviéramos inactivos para tener la boca llena de pan. Lo que olvida la gente que dice tales cosas es que un hombre suele gastar lo que gana, y al gastar genera empleo. Al gastar sus ingresos un hombre pone tanto pan en las bocas de los demás como les quita al ganar.
-    El verdadero malvado desde este punto es el hombre que ahorra. Si se limita a meter sus ahorros en un calcetín, no genera empleo.
Si invierte sus ahorros, se plantean diferentes casos:
Una de las cosas que con más frecuencia se hace con los ahorros es prestarlos a algún gobierno. En vista del hecho de que el grueso del gasto público de la mayor parte de los gobiernos civilizados consiste en el pago de deudas pasadas o en la preparación de guerras futuras el hombre que presta su dinero a un gobierno se haya en la misma situación que el malvado que alquila asesinos. Resulta evidente que sería mejor que en lugar de ahorrar se gastara el dinero aun cuando lo gastara en bebida o en juego.
Pero el caso es absolutamente distinto cuando los ahorros se invierten en empresas industriales. Cuando tales empresas tienen éxito y producen algo útil, se puede admitir. En nuestros días, sin embargo, nadie negará que la mayoría de las empresas fracasan. Esto significa que una gran cantidad de trabajo humano, que hubiera podido dedicarse a producir algo susceptible de ser disfrutado, se consumió en la fabricación de máquinas, que una vez construidas, permanecen paradas y no beneficiando a nadie. El hombre que invierte sus ahorros en un negocio que quiebra, perjudica a los demás tanto como así mismo. Si se gasta su dinero en dar fiestas a sus amigos, estos se divertirán, al tiempo que se benefician todos aquellos con quien gastó su dinero. Y si se lo gasta en tender rieles para tranvías en un lugar donde los tranvías resultan innecesarios, habrá desviado un gran volumen de trabajo que no dará placer a nadie.
Quien se empobrezca por el fracaso de su inversión, se le considerará víctima de una desgracia inmerecida, tanto que al alegre derrochador, que gastó su dinero filantrópicamente, se le despreciará como persona alocada y frívola.
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Quiero decir, con toda seriedad, que la fe en las virtudes del trabajo está haciendo mucho daño en el mundo moderno y que el camino hacia la felicidad y la prosperidad pasa por su reducción organizada.
¿Qué es el trabajo?
Hay tres clases de trabajo:
- Con el primero se modifica la superficie de la tierra y las materias.
Esta clase de trabajo es desagradable y está mal pagado.
- El segundo consiste en mandar a otros que hagan el anterior.
Este trabajo es agradable y bien pagado y susceptible de extenderse indefinidamente porque no sólo están los que dan órdenes, sino también están los que dan consejos a cerca de que órdenes deben darse.
Para esta clase de trabajo no se requiere el conocimiento de los temas a cerca de los cuales ha de darse consejo, sino el conocimiento del arte de hablar o de escribir,
Es decir, el arte de la propaganda.
- Y también hay una clase de trabajo, que no es trabajo y que sin embargo es más respetado que cualquiera de los trabajos.
Hay hombres que, merced a la propiedad de la tierra, están en condiciones de hacer que otros les paguen por el privilegio de que les consientan existir y trabajar. Estos terratenientes son gente ociosa y su ociosidad solo resulta posible gracias a la laboriosidad de otros.
En efecto, su deseo de cómoda ociosidad es la fuente histórica de todo el evangelio de trabajo.
Lo último que podrían desear es que otros siguieran su ejemplo.
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Desde el comienzo de la civilización hasta la revolución industrial, un hombre podía, producir, trabajando duramente, poco más de lo imprescindible para su propia subsistencia y la de su familia, aun cuando su mujer trabajara al menos tan duramente como el, y sus hijos agregaran su trabajo tan pronto como tenían la edad necesaria para ello. El pequeño excedente sobre lo estrictamente necesario no se dejaba en manos de lo que producían, sino que se lo apropiaban los guerreros y los sacerdotes. En tiempos de hambruna no había excedente pero los guerreros y los sacerdotes, sin embargo seguían reservándose tanto como en otros tiempos, con el resultado de que muchos de los trabajadores morían de hambre.
- Este sistema perduró hasta la URSS de 1917 cuando entonces los miembros del Partido Comunista han heredado este privilegio de los guerreros y los sacerdotes pero todavía perdura en oriente.
- En Inglaterra a pesar de la Revolución Industrial esta situación se mantuvo en plenitud durante las guerras napoleónicas y hasta hace cien años, cuando la nueva clase de los industriales ganó el poder.
- En Norteamérica, el sistema terminó con la revolución, excepto en el sur, donde sobrevivió hasta la Guerra Civil.
Un sistema que duró tanto y que terminó tan recientemente ha dejado, como es natural, una huella profunda en las opiniones y en los pensamientos de los hombres. Buena parte de lo que damos por sentado acerca de la conveniencia del trabajo procede de este sistema, y, al ser preindustrial, no está adaptado al mundo moderno.
La técnica moderna ha hecho posible que el ocio, dentro de ciertos límites, no sea la prerrogativa de clases privilegiadas poco numerosas, sino un derecho equitativamente repartido en toda la comunidad.
La moral del trabajo es la moral de los esclavos.
El mundo moderno no tiene necesidad de esclavitud.
Es evidente que en las comunidades primitivas los campesinos, de haber podido decidir, no hubieran entregado el escaso excedente con el que subsistían a los guerreros y a los sacerdotes, era la fuerza lo que les obligaba a producir y a entregar el excedente.
Si no: hubieran producido menos y consumido más.
 Gradualmente, resultó posible inducir a muchos de ellos a aceptar una ética según la cual era su deber trabajar intensamente aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros que permanecían ociosos. Por este medio, la compulsión requerida se fue reduciendo y los gastos del gobierno disminuyeron.
El concepto de deber, en términos históricos, ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés y se las arreglan para creer que sus intereses son idénticos a los más grandes intereses de la humanidad.
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El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, solo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. El trabajo era valioso, no porque el trabajo en si fuera bueno sino porque el ocio era bueno.
El ocio de los otros.
Con la técnica moderna sería posible distribuir el ocio sin pérdida para la civilización porque ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida para asegurar la vida de todos.
Esto se hizo evidente durante la guerra.
En aquel tiempo todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y las mujeres ocupadas en la fabricación de municiones, todos los hombres y todas las mujeres ocupadas en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del gobierno relacionadas con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones productivas. A pesar de ello, el nivel general del bienestar físico entre los asalariados no especializados de las naciones aliadas fue más alto que antes y después. La significación de este hecho fue encubierta por las finanzas: los préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al presente. Pero esto, desde luego, hubiese sido imposible: un hombre no puede comerse una rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de modo concluyente que la organización científica de la producción permite mantener las poblaciones modernas en un considerable bienestar con solo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero.
Si la organización, que se había concebido para liberar hombres que lucharan y fabricaran municiones, se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se hubiera reducido a cuatro las horas de trabajo todo hubiera ido bien. Sin embargo, fue restaurado el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar muchas horas, y al resto se le dejo morir de hambre por falta de empleo.
¿Por qué?
No es de extrañar que el resultado haya sido desastroso.
Porque el trabajo es un deber y un hombre no debe recibir salarios proporcionados a los que ha producido sino proporcionados a su virtud, definida por su laboriosidad.
Tomemos un ejemplo.

Supongamos que en un momento determinado cierto número de personas trabajan en la manufactura de alfileres. Trabajando ocho horas diarias, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres y los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato todos los implicados en la fabricación de alfileres pasaría a trabajar cuatro horas en lugar de ocho y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres trabajan ocho hora y hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y se quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos mientras la otra mitad siguen trabajando demasiado. De este modo queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes en lugar de ser una fuente de felicidad universal.
La idea de que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre ha sido escandalosa para los ricos. En Inglaterra a principios del siglo XIX la jornada normal del trabajo de un hombre era de quince horas. Los niños hacían la misma jornada algunas veces, y, por lo general trabajaban doce horas al día. Cuando los entrometidos apuntaron que quizás tal cantidad de horas fuera excesiva, les dijeron que el trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal.
Cuando yo era niño, poco después de que los trabajadores urbanos adquirieran el derecho al voto, fueron establecidas por ley ciertas fiestas públicas, con gran indignación de las clases altas.
Recuerdo haber oído a una anciana duquesa decir:
¿Para que quieren las fiestas los pobres? Deberían trabajar.
Hoy la gente es menos franca, pero este sentimiento sobre los pobres persiste y es la fuente de gran parte de nuestra confusión económica.
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Todo ser humano, necesariamente, consume en el curso de su vida cierto volumen del trabajo humano. Aceptando, cosa que podemos hacer, que el trabajo es desagradable, resulta injusto que un hombre consuma más de lo que produce. Por supuesto, prestará algún servicio en lugar de producir artículos de consumo, como en el caso de un médico, por ejemplo; pero algo ha de aportar a cambio de su manutención y alojamiento. En esta medida, el deber de trabajar ha de ser admitido; pero solo en esta medida.
No insistiré en el hecho de que, en todas las sociedades modernas, mucha gente elude aun esta mínima cantidad de trabajo; por ejemplo, todos aquellos que heredan dinero y todos aquellos que se casan por dinero. No creo que el hecho de que se consienta a éstos permanecer ociosos sea casi tan perjudicial como el hecho de que se espere de los asalariados que trabajen en exceso o que mueran de hambre.
Si el asalariado ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro, dando por supuesta cierta muy moderada de organización sensata. Esta idea escandaliza a los ricos por que están convencidos de que el pobre no sabría como emplear tanto tiempo libre.
Los hombres suelen trabajar muchas horas, aun cuando ya estén bien situados, y naturalmente, se indignan ante la idea del tiempo libre de los asalariados, excepto bajo la forma del inflexible castigo del paro.
En realidad les disgusta el ocio incluso para sus hijos.
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El sabio empleo del tiempo libre, debemos admitirlo, es un producto de la civilización y de la educación. Un hombre que ha trabajado muchas horas durante toda su vida se aburrirá si de pronto queda ocioso. Pero sin una cantidad considerable de tiempo libre, un hombre se ve privado de muchas de las mejores cosas. Y ya no ha razón alguna para que el grueso de la gente haya de sufrir tal privación; solo un necio ascetismo, generalmente vicario, nos llevará a seguir insistiendo en trabajar en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario.
En el nuevo credo dominante en el gobierno de la URSS, así como ha mucho muy diferente de la tradicional enseñanza de Occidente, hay algunas cosas que no han cambiado en absoluto. La actitud de las clases gobernantes, que dirigen la propaganda educativa respecto de la dignidad del trabajo, es la misma que las clases gobernantes de todo el mundo han predicado siempre a los llamados “pobres honrados”: laboriosidad, sobriedad, buena voluntad para trabajar muchas horas a cambio de lejanas ventajas y sumisión a la autoridad. Todo reaparece por añadidura: la autoridad y la voluntad del Soberano del Universo.
Ahora un nuevo nombre: materialismo dialéctico.
Durante siglos, los ricos y sus mercenarios han escrito en elogio del trabajo. Han alabado la vida sencilla, han profesado una religión que enseña que es mucho más probable que vayan al cielo los pobres que los ricos y, en general, han tratado de hacer creer a los trabajadores que hay cierta especial nobleza en modificar la situación de la materia en el espacio, tal y como los hombres trataron de hacer creer a las mujeres que obtendrían cierta especial nobleza de su esclavitud sexual.
En la URSS, todas las enseñanzas acerca de la excelencia del trabajo manual han sido tomadas en serio, con el resultado de que el trabajador manual se ve más honrado que nadie. Se hacen lo que, en esencia, son llamamientos a la resurrección de la fe, pero no con los mismos propósitos: se hacen para asegurar los trabajadores de choque necesarios para tareas especiales. El trabajo manual es el ideal que se propone a los jóvenes, y es la base de toda enseñanza ética.
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En la actualidad, posiblemente todo ello sea para bien.
Un país grande, lleno de recursos naturales, espera el desarrollo, y ha de desarrollarse haciendo uso escaso del crédito. El trabajo duro es necesario y cabe suponer que reportará una gran recompensa.
Pero: ¿Qué sucederá cuando se alcance el punto en el que todo el mundo pueda vivir cómodamente sin trabajar muchas horas?
En occidente tenemos varias maneras de tratar este problema.
- No aspiramos a la justicia económica, de modo que una gran proporción del producto total va a parar a manos de una pequeña minoría de la población, muchos de cuyos componentes no trabajan.
- Por ausencia de todo control centralizado de la producción, fabricamos multitud de cosas que no hacen falta.
- Mantenemos ociosos a un porcentaje de la población trabajadora, y podemos pasar sin su trabajo trabajando en exceso a los demás.
- Cuando estos métodos demuestran ser inadecuados, organizamos una guerra: mandamos a un cierto número de personas a fabricar explosivos y a otro número determinado a hacerlos estallar, como si fuéramos niños que acabáramos de descubrir los fuegos artificiales.
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En la URSS, debido a una mayor justicia económica y al control centralizado de la producción, el problema tiene que resolverse de forma distinta. La solución racional seria, tan pronto como se pudieran asegurara las necesidades primarias y las comodidades elementales para todos, reducir las horas de trabajo gradualmente, dejando que una votación popular decidiera, en cada nivel, la preferencia por más ocio o por más bienes. Pero, habiendo enseñado la suprema virtud del trabajo intenso, es difícil ver un paraíso en el que haya mucho tiempo libre y poco trabajo. Parece más probable que encuentren continuamente nuevos proyectos en nombre de los cuales la ociosidad presente haya de sacrificarse a la producción futura.
He leído acerca de un ingenioso plan propuesto por ingenieros rusos para hacer que el mar Blanco y las costas septentrionales de Liberia se calienten construyendo un dique a lo largo del mar de Kara. Un proyecto admirable para los dirigentes de los trabajadores, pero capaz de posponer el bienestar proletario para toda una generación, tiempo durante el cual la nobleza del trabajo sería proclamada en los campos helados y entre las tormentas de nieve del océano Ártico. Esto, si sucede, será el resultado de considerar la virtud del trabajo intenso como un fin en si mismo, más que como un medio para alcanzar un estado de cosas en el cual tal trabajo ya no será necesario. Mover materia de un lado a otro, a veces necesario para nuestra existencia, no es,  uno de los fines de la vida humana.
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Llegamos a conclusiones erróneas en esta cuestión por dos causas:
- Una es: la necesidad de tener contentos a los pobres, que impulsa a los ricos a predicar la dignidad del trabajo durante miles de años, aunque teniendo cuidado de mantenerse ellos indignos en este aspecto.
- Otra es: el nuevo placer del mecanismo que nos hace deleitarnos en los cambios asombrosamente inteligentes que podemos producir en la superficie de la tierra.
Estos motivos no tienen gran atractivo para el que trabaja.
Ningún trabajador dirá si se le pregunta por el hecho de trabajar: “Me agrada el trabajo físico porque me hace sentir que estoy dando cumplimiento a la más noble de las tareas del hombre y porque me gusta pensar en lo mucho que el hombre puede trasformar su planeta. Es cierto que mi cuerpo exige periodos de descanso, que tengo que pasar lo mejor posible, pero nunca soy tan feliz como cuando llega la mañana y puedo volver a la labor de la que procede mi contento”.
Nunca he oído decir estas cosas a los trabajadores.
Consideran el trabajo como debe ser considerado, como un medio necesario para ganarse el sustento, y, sea cual fuere la felicidad que puedan disfrutar, la obtienen en sus horas de ocio.
Podrá decirse que, en tanto que un poco de ocio es agradable, los hombres no sabrían como llenar sus días si solo trabajaran cuatro horas de las veinticuatro del día. En la medida en que ello es cierto en el mundo moderno, es una condena de nuestra civilización; tampoco hubiese sido cierto en ningún periodo anterior. El hombre moderno piensa que todo debería hacerse por alguna razón determinada, y nunca por si mismo.
Las personas serias, por ejemplo, critican continuamente el hábito de ir al cine, y nos dicen que induce a los jóvenes al delito. Pero todo el trabajo necesario para construir un cine es respetable, porque es trabajo y porque produce beneficios económicos.
La noción de que las actividades deseables son aquellas que producen beneficio económico. El carnicero que os provee de carne y el panadero que os provee de pan son merecedores de elogio, porque están ganando dinero; pero cuando vosotros disfrutáis del alimento que ellos os han suministrado no sois más que unos frívolos, a menos que comáis tan solo para obtener energías para vuestro trabajo.
En un sentido amplio, se sostiene que ganar dinero es bueno y gastarlo es malo. Cualquiera que sea el mérito que pueda haber en la producción de bienes, debe derivarse enteramente de la ventaja que se obtenga consumiéndolos. El individuo trabaja por un beneficio, pero el propósito social de su trabajo radica en el consumo de lo que el produce. Este divorcio entre los propósitos individuales y los sociales respecto de la producción es lo que hace que a los hombres les resulte tan difícil pensar con claridad en un mundo en el que la obtención de beneficios es el incentivo de la industria.
Pensamos mucho en la producción y poco en el consumo.
Damos poca importancia al goce y a la felicidad sencilla, y no juzgamos la producción por el placer que da al consumidor.
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Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que todo el tiempo restante de las personas deba malgastarse necesariamente en frivolidades. Quiero decir que cuatro horas de trabajo al día deberían dar derecho a un hombre a los artículos de primera necesidad y a las comodidades elementales en la vida, y que el resto del tiempo debería ser para emplearlo él mismo como creyera conveniente.
Es una parte esencial de cualquier sistema social que la educación vaya más allá del punto que generalmente alcanza en la actualidad, y se proponga, en parte, despertar aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligencia su tiempo libre.
Las danzas campesinas han muerto, excepto en remotas regiones rurales, pero los impulsos que dieron lugar a que se las cultivara deben existir todavía en la naturaleza humana. Los placeres de las ciudades urbanas han conseguido ser en su mayoría pasivos: ver películas, presenciar partidos de fútbol, escuchar la radio, y así sucesivamente. Ello resulta de que sus energías activas se consumen completamente en el trabajo; si tuvieran más tiempo libre, volverían a divertirse con juegos y entretenimiento de los que debieran tomar parte activa.
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En el pasado, había una reducida clase ociosa y una más numerosa clase trabajadora. La clase ociosa disfrutaba de ventajas que no se fundaban en la justicia social; esto lo hacia necesariamente opresiva, limitaba sus simpatías y la obligaba a inventar teorías que justificasen sus privilegios. Estos hechos disminuían su mérito pero, a pesar de estos inconvenientes, contribuyó a casi todo lo que llamamos civilización. Cultivo las artes, descubrió las ciencias, escribió los libros, inventó las filosofías y refinó la relaciones sociales. Aun la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba.
Sin clase ociosa, la humanidad no hubiera salido de la barbarie.
El sistema de una clase ociosa hereditaria sin obligaciones era, sin embargo, extraordinariamente ruinoso. No se había enseñado a ninguno de los miembros de esta clase a ser laborioso, y la clase, en conjunto no era excepcionalmente inteligente. Esta clase podría producir un Darwin, pero contra el habrían de señalarse decenas de millares de hidalgos rurales que jamás pensaron en nada más inteligente que la caza del zorro y el castigo de los cazadores furtivos.
Actualmente, se supone que las universidades, de un modo más sistemático, proporcionan lo que la clase social proporcionaba por accidente y como un subproducto.
Esto representa un gran adelanto, pero tiene ciertos inconvenientes.
- La vida en la universidad es, tan diferente de la vida en el mundo, que las personas que viven en un ambiente académico tienden a desconocer las preocupaciones y los problemas de los hombres y las mujeres corrientes, y sus medios suelen ser tan escasos, que sus opiniones no tienen la influencia que debieran tener sobre la población.
- Otra desventaja es que en las universidades los estudios están organizados, y es probable que el hombre al que se le ocurre alguna idea de investigación original se sienta desanimado. Las instituciones académicas, si bien son útiles, no son los guardianes adecuados de los intereses de la civilización en un mundo donde todos los que quedan fuera de ellas, se despreocupan en atender propósitos no utilitarios.
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En un mundo donde nadie este obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona con curiosidad científica podrá satisfacerla y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, sin que llegue a importar lo maravillosos que puedan ser sus cuadros.
Los escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la atención con chapuzas sensacionales, hechas con miras a obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y que cuando por fin llega la oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad.
Los hombres que en su trabajo profesional se interesen por algún aspecto de la economía o de la administración, tendrán el tiempo necesario y serán capaces de desarrollar sus ideas sin el distanciamiento académico, que a menudo hace aparecer carente de realismo las obras de los economistas universitarios.
 Los médicos tendrán tiempo de aprender acerca de los progresos de la medicina. Los maestros no lucharan desesperadamente por enseñar con métodos rutinarios cosas que aprendieron en su juventud, y cuya falsedad puede haber sido ya demostrada.
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El trabajo exigido bastará para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir agotamiento. Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán solo distracciones pasivas e insípidas. Es probable que al menos un uno por ciento dedique el tiempo que le consuma su trabajo profesional a tareas de algún interés público, y, puesto que no dependerá de tales tareas para ganarse la vida, su originalidad no se verá estorbada y no habrá necesidad de conformarse a la normas establecidas por los viejos eruditos.
Pero no solo en estos casos se manifestaran las ventajas del ocio:
- Los hombres y las mujeres corrientes, al tener oportunidad de una vida feliz, llegarán a ser más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás con suspicacias.
- La afición a la guerra desaparecerá en parte por la razón que antecede y en parte porque supone un largo y duro trabajo para todos.
- El buen carácter es, de todas las cualidades morales la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad no de una vida de ardua lucha.
Los modelos de producción más modernos nos han dado la posibilidad de paz y de seguridad para todos los hombres y hemos elegido: el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros.
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martes, 21 de abril de 2015

Esta obra.


Yo no he descubierto ni he propuesto nada nuevo.
Estoy acabando este último capítulo y todavía no sé bien de qué estoy tratando en esta obra porque lo cierto es que nunca me ha gustado hablar de trabajo, porque siempre he procurado no trabajar, aunque me haya pasado la vida trabajando. Lo que tenemos que hacer después de haber leído y reflexionado lo que corresponde a esta obra debe ser un acto de contrición y de arrepentimiento sin tener ninguna especie de atrición por no haber irritado a dios y no haber sorteado su maldición. De esto tratan estas páginas: no trabajar de la manera en lo hacemos alimentado un sistema que santifica a dios y nos devora como personas.
Han sido muchos los autores que a lo largo de la historia han tratado del trabajo y de la irracionalidad del trabajo tal y como se concibe en esta civilización. Soñadores que también demostraron cómo desde esta organización social que asentaba su devenir en cien creencias falsas trancadas en la tradición, y en la que las inteligencias que la dirigen, que saben de su falsedad sin rubor las dan por verdaderas. Inteligencias que no es que quieran mentir al pueblo sino que no les importa que vivan engañados y si entre medio sacan provecho para qué decir verdad.
También esos autores clásicos podían imaginar y concebir otras civilizaciones diferentes pero sabían que era harto difícil implantarlas. Habían de cambiar muchas conciencias de muchas gentes que estaban tan acostumbradas a vivir en medio de la mentira y: ni unas a unas, ni todas a la vez, iban a poder enfrentarse con la verdad.
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En el año 1516 Tomás Moro ya demostraba la estupidez de las sociedades modernas de entonces haciendo tanto trabajo inútil. Esa es una de las características, entre otras muchas, que hacen que su UTOPIA tenga todavía rigor pasado tanto tiempo. El canciller tras una reflexiones sobre los estados y las sociedades de aquella época, que luego muy pocos pensadores han tenido valor para repetirlas, diseña una sociedad en la que el trabajo es la base fundamental pero desde la concepción de un trabajo estrictamente necesario y compartido. Sociedades aquellas, que como en las actuales: campesinos, artesanos y siervos, vivían a merced de la nobleza y de los mercaderes que sometían a la población a una miseria crónica. Aquellos poderes feudales también las condenaban a un trabajo para el que ka población tenía que hacer tanto esfuerzo como fuera posible mientras tuviera fuerzas en el cuerpo.
No ha cambiado tanto desde entonces y han pasado cinco siglos.
Un extracto de esta obra aparece al inicio a modo de preámbulo.
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También en el año 1932 decía Bertrand Rusell en su ELOGIO DE LA OCIOSIDAD y volvía a reincidir en la necesidad para la sociedad de trabajar menos y hacer más por la felicidad de la humanidad y por la satisfacción de los ciudadanos. En este pequeño texto cuyo extracto servirá de epigrama a esta obra se aboga porque sea en la propia sociedad y desde el ocio individual la mejor manera de socializar las relaciones humanas. Aquella crítica escrita hace ochenta y tantos años está todavía en vigor aun cuando el mundo navegaba en medio de infinidad de conflictos: sociales, políticos,  económico y bélicos, que luego se dilucidaron en una serie de guerras y revoluciones que enfrentaron a dos visiones de mundo diferentes que el filósofo dibujó.
En realidad ha sido la base de esta obra que ya voy acabando.
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Entre medio de estos dos autores y en la actualidad han sido muchos los escritores que también han procurado en sus obras por el camino de trabajar menos y por romper la cadena que obliga a cantidades ingentes de personas a tener que trabajar más de lo necesario sin que además sean capaces de satisfacer las necesidades primarias de una parte importante de la humanidad. Algunos autores he leído en su momento y a ninguno de ellos he repasado para escribir estas páginas porque para escribirlas es creído más oportuno leer y repasar la realidad que nos rodea. Aunque lo he intentado en estas páginas es difícil de llegar a explicar las causas por las que estas propuestas tan positivas y necesarias para la población no hayan calado y que no se hayan desmantelado las fuerzas de los que animan y obligan al trabajo. Yo creo que la falta de productividad en el quehacer diario viene dada en gran medida y es consecuencia del hábito de entender el trabajo como e vender horas de vidas en la que hay que estar sudando en el tajo aunque no se haga nada. Es consecuencia del propio sistema que redunda en que hay que trabajar y trabajar mucho aunque nadie sepa para qué.
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Antes de acabar quiero dejar una advertencia para quien acabe la lectura de estas cavilaciones mías, que he procurado que a nadie se le hagan pesadas pese a la dificultad y lo escabroso de la cuestiones con las que se pelean, y en esta últimas líneas trataré de exponer con sencillez, pero sin complejos ni falsas imágenes destinadas a quedar bien con nadie: el entorno económico en el que nos movemos, la realidad de la escasez en la que naufragamos y una propuesta alternativa clara y contundente y estas tres advertencias.
·         Se puede caer en la tentación de pensar que: una obra de este tipo, en la que se hacen apuestas y propuestas que se salen de lo que se entiende políticamente viable y correcto, no tienen implementación en estos tiempos en los que hay que producir riquezas para salir de pobres.
·         Se puede pensar que unas páginas que no pueden tener más virtud que la de ser deseos infantiles, no son dignas de ser una hoja de ruta que pudiera servir para asentar un cambio social y que para ese cambio es preciso un proceso mayoritario y revolucionario.
·         Se puede concluir que esta serie de reflexiones en las que se hacen propuestas utópicas, deseos comunes idealizados, y lugares inaccesibles por los que nunca se ha practicado, es imposible que se hagan realidad y que se puedan llevar a la práctica de una forma masiva.
Se concluiría en un grave error porque esta obra no pretende un cambio de sistema a corto plazo solamente se conforma con cambiar alguna conciencia que vaya abriendo un camino que ya es inexorable.
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Vivimos en una democracia en la que dicen que gobiernan las mayorías. No es cierto las mayoría que se conforman son minoría de la población incluso cuando dicen que tiene mayoría absoluta lo cierto es que su votos de estas mayoría representan solamente una cuarta parte de la población. Bien y estas mayoría son las que gobiernan arrasando con todo y haciendo cosas que ni ellos mismo harían. Y lo peor es que no respetan las minorías aunque las minorías sigan su andar. Una propuesta de este tipo es imposible que se implante con forma de ley de ningún gobierno pero creo que una parte de la población ya la estamos practicando y no es necesaria ninguna ley para que poco a poco la practiquemos una mayoría que en este caso no será absoluta pero que espero que sea silenciosa y que procure vida propia a las personas.
 
El sistema no se derrumbará con una huelga general que gane un pulso político y revolucionario al límite de las posibilidades sociales y humanas, seguro, pero sin embargo creo que si esta forma de entender la vida y la actividad económica que puede llegar a representar no trabajar más que lo necesario para vivir, se propaga poco a poco, es la manera en la que el sistema llegará a perder sentido y perderá fuerza poco a poco.
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La crisis está demostrando de modo concluyente que la organización más autosuficiente las poblaciones modernas aun con recursos muy limitados en un considerable bienestar con solo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero. Si la salida de la crisis se hubiera buscado reduciendo a cuatro las horas de trabajo y organizado para que los servicios básicos de atención mutua entre la población que no consumen otros factores que la mano de obra todo hubiera ido bien. Y sin embargo la prueba más cruenta de la crisis es que muchos jóvenes que se buscan la vida durante algunos meses picando de aquí y de allá para no tener que sacar dinero de su bolsillo, saben cual es su papel y su situación y nada pueden hacer por remediarla.
·   ¿Tienen ellos la obligación de trabajar para pagar la pensión y asistir a sus abuelos...?
·   ¿Para la prejubilación de sus padres es necesario que ellos aporte a la actividad económica su trabajo...?
O lo que es peor que emigren y se vaya a cotizar otras jubilaciones.
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En esta últimas líneas quiero dejar quiero dejar tres ideas básicas y radicales que me parecen importantes a dar por buenas y retener  en nuestra manera de pensar y actuar.
·   Quien impone un trabajo extra es el mayor enemigo de los trabajadores y de la dignidad del trabajo y hoy todo el sistema se basa, en que unos trabajadores imponen un trabajo extra al resto.
·   Debiera estar prohibido que un hombre pudiera contratar para trabajar a otro hombre: comprar trozos de vida para que haga ese trabajo que le corresponde solamente a él. Esta situación es un estado de la esclavitud que todavía se permite porque todavía no se ha abolido.
·   Diseñar una sociedad en la que se facilite que a quien tenga dinero no le sirva para comprar la vida de los hombres.
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sábado, 11 de abril de 2015

Mi ocio, mi pereza y mi diligencia.


Desde hace años me voy dando cuenta ahora de que no hubiera sido necesario trabajar como trabajé siendo niño. Ahora de mayor me duele haber tenido que trabajar tanto y de entregar ese trozo de mi vida.
He trabajado cuando todavía no sabía hacer valer mi trabajo.
Luego he trabajado lo que he querido.
Y he procurado sacar tiempo para mis cosas.
Hoy desde mi experiencia observo mi entorno y la sociedad y llené estas páginas profusa y hondamente sobre esta cuestión controvertida.
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El otro día un amigo que está leyendo esta obra a trozos, para darme ánimos y consejo y seguramente que para provocarme un poco, me hizo una pregunta que me dejó un tanto noqueado:
- ¿Tú ya vives como predicas…?

Le contesté que en la medida en la que soy consciente y lo tengo claro procuro vivir como digo. Le fui dando respuesta a las cuestiones económicas que se plantean en la obra y que pensé que eran a las que se refería él con su pregunta inquisitoria. Cuestiones como el desapego al dinero o al ahorro. Luego con la defensa de mi trabajo a ultranza y no trabajar donde no disfruto y el trabajo altruista que en el fondo predico.
Pero me paró y me dijo que no era eso lo que me preguntaba.
Él se refería a que me paso el día trabajando y es imposible vivir trabajando porque en el resto de las horas no queda tiempo para todo.
-    ¿De dónde sacas el tiempo libre que dices?
No le contesté.
Mi amigo no ha leído esta parte final y aquí leerá algún día en su tiempo libre lo que hecho en mi tiempo libre que aunque haya sido tan escaso me precio de enmarcarlo y reivindicarlo.
Después de la pregunta que quedara grabada, hice memoria de las cosas que me ha apetecido hacer en estos años y que he hecho. Algunas personas ya somos un tanto mayores y si nos paramos a repasar el recorrido de la vida la verdad es que nos ha dado tiempo para hacer muchas cosas incluso muchas que no nos han gustado y muchas que ya nos parecía haberlas olvidado. En este acto de repaso me ha llevado a sentarme a escribir ahora de un tirón: una relación de todo lo que he hecho con mucho esfuerzo, sin pensar en el dinero que gastaba o dejaba de ganar y que me ha servido para tener un crecimiento personal que considero autodidacta y tremendo y para encontrar más satisfacciones y frustraciones de la que se pueden tener con las mercancías de todo tipo que te ofrece el mercado de productos y servicios.
Ahora le contesto.
Ya he contado en un capítulo anterior como hube de empezar a trabajar desde adolescente, y sin embargo: aun teniendo pocos ratos de ocio porque el deber de trabajar me lo impedía, en aquellos lejanos años, seguramente de una manera totalmente intuitiva, ocupaba en leer y aprender esos pocos ratos en los que no estaba en el taller trabajando y en los que todavía me quedaban ganas. Desde mi entender adolescente y responsable primero estudié aquello entendía necesario para el trabajo y para lo que el deber de trabajar me exigía: materias que tuvieran que ver con los menesteres con los que me tenía que ganar la vida: máquinas y dibujo y cosas referentes al mundo del hierro. Formarse para trabajar.  Enseguida empecé a estudiar cosas del todo inútiles y siguiendo esos mismo cánones empecé a leer todo lo que caía en mis manos aunque las más de las veces no entendiera lo que leía y acaso lo malinterpretara. Más tarde me dio por estudiar a mi manera: Derecho, Economía y Filosofía ayudado por amigos con estudios y más cosas totalmente estúpidas. Mientras tanto me iba aficionando a la música y a la pintura. Me dio por pintar un poco y hacer cosas que parecían arte, sobretodo porque era muy consciente de que: por mucho que me ilusionara, de todo aquello nunca iba a poder comer. En aquellos tiempos, algunas horas vespertinas a la semana las dedicaba a participar en asociaciones e iniciativas políticas. Asistía a todas las reuniones a las que me llamaban. Pronto me tocó hilvanar algunas ideas con palabras y escribir otras y de una u otra manera defender ya entonces aquello con lo que nadie estaba de acuerdo. Cuestión de inteligencias. Y seguía trabajando y después de un corte vital y necesario en mi vida todo cambió. A partir de entonces fui cambiando de trabajo cada cierto tiempo. Nunca me ha dado miedo cambiar de trabajo. Normalmente cambiaba cuando detectaba falta de aprecio y comprensión a mi trabajo: un día me daba cuenta de repente de que mi equilibrio vital no lo tenía en su punto correcto y como mejor podía provocaba el cambio y me iba con mi música a otra parte. Mientras tanto y seguía estudiando y leyendo y haciendo cosas tan inútiles como ayudar de manera altruista a todo aquel que me lo pidiera aun sabiendo que en el mejor de los casos no siquiera me lo iba a agradecer. Con el tiempo volví a pintar de otra manera y ya dejé de estudiar materias en torno a mi trabajo que empezaba a ser la gestión de empresas. ¡Qué aburrimiento…! Fue entonces: de empresa en empresa, cuando llegaba a un punto en el que no sabía qué hacer para solucionar cualquier problema me inventada maneras de hacer en la gestión empresarial con las que construí un saber hacer muy eficiente. Maneras que antes nunca había hecho nadie y que por lo tanto no se podían estudiar en los libros. Así encontré la manera de ganarme la vida. Con treinta y cinco años como una necesidad que seguramente nacía en mi propia adolescencia me puse a escribir páginas a mano alzada toda clase de contenidos que a veces acabaron siendo libros de cierta consistencia. En aquellos ratos en los que me dejaba libre mi trabajo, fue manchando papeles con propuestas sociales, proyectos y análisis de la realidad social y política y sobre aquellos temas del entorno en el que me movía.
Yo creo que casi todo lo que he hecho en mi vida ha sido en mis ratos de ocio, en mis ratos de pereza, porque en los ratos trabajar no he hecho otra cosa que trabajar muy duro y ganarme lo que me pagaban: algunas veces era bastante y la mayoría de las veces poco.
Dentro de lo que he podido hacer en mi trabajo he procurado que la gente trabajara lo menos posible y he tratado de erradicar era teoría de que una por una meter horas. He tratado por todos los medios que cada puesto de trabajo tuviera un mínimo de gestión propia para que nadie tuviera que gestionar el trabajo de nadie ni el puesto de trabajo de nadie. He tratado de arrancar esa costumbre que de tener muchas personas en el control de la actividad y en aparato burocrático de las empresas.
Por otro lado a muchas personas que he conocido y que muchas veces se han acercado a mí a pedirme consejo en sus pequeñas aficiones o hobbies a todas la he aminado a que no desistieran en su empeño. Creo en las personas que tienen entre manos alguna cosa que les gusta y les emociona y les ayuda a sacar lo que llevan dentro, aunque parezcan una tontería, si ellas se apasionan y lo viven sin más trascendencia que pasárselo bien con lo que hacen son dignas de se animadas. También a las personas que vinieron a pedirme consejo o auxilio ante cualquier proyecto vital para ellas con el que pensaran en ganarse la vida, su eran cosas que estaban dentro de mis conocimientos siempre tuve palabras de verdad con las que pudiera saber a qué atenerse.
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He vivido en este SIGLO XXI que camina y las postrimerías del anterior y aunque en este tiempo se ha conformado un nuevo sistema siempre he deambulado entre crisis y crisis. En torno al trabajo, la explotación ha cambiado y el nuevo sistema lo hace de una forma más sutil y transversal, en teoría menos violenta que el anterior, y ahora en su declive explota con más fuerza que nunca ningún otro había explotado y extorsionado. Me resulta increíble que permanentemente se encuentren nuevos proyectos para que hoy haya trabajo presente e innecesario y que mañana falte sin que ningún trabajo pueda sacrificarse a la producción futura. También he vivido la lucha que entre las personas en distintos niveles, es esa lucha de siempre de los unos contra los otros: los unos para que trabajen, los otros para quedar quietos.
Hace años en los que aún siendo jornalero no participo en esa lucha.
También compruebo cada día que las inteligencias sociales no discurren en tratar de alimentar la pereza y la ociosidad de la población y llenarla de contenidos humanos, y sin embargo, sigo convencido de que con la puesta en valor de nuestro derecho a la pereza diligente, es como hemos de darle la vuelta a este sistema y a esta civilización.
¡Vale ya de trabajar…! ¡Vamos a tratar de vivir nuestra vida…!
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Esta mañana a un amigo le he preguntado si había leído un libro que le había dado hace unas semana. Me ha dicho que no que había tenido mucho trabajo y que no había tenido tiempo para leer ni una página. Para demostrar que me estaba diciendo la verdad me ha hecho una relación de todas las cosas que había tenido que hacer en estas semanas y cuando ha terminado le he dicho: ¡Pero ya te das cuenta que más de la mitad de las cosas que me has dicho no sirven para nada y que mejor hubieras estado leyendo un libro…!
Se ha quedado cortado.
- ¿Qué cosas…?
- La mitad de las que me has dicho.
- Se ha quedado pensando.
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martes, 7 de abril de 2015

El derecho a la pereza


Contra el pecado de pereza la virtud de diligencia.
Es difícil en estos tiempos de crisis que desde los medios de comunicación y adoctrinamiento no haya alguien que recuerde aquello de la cigarra perezosa y de la hormiga laboriosa.
Esta es la base filosófica sobre la que se soporta el sistema.
Nadie cae en la cuenta de que en realidad, en esta fábula atribuida a Esopo, como en la vida misma, son las  hormigas quienes cargan con todos los trabajos y muchos de ellos son más grandes que ellas mismas, y de las pobres hormigas, una pisada de cualquier otro animal acaba con sus vidas sin haber probado las semillas de la recreación alegre de las que se alimenta la cigarra mientras permanece con vida.
 
 
Cuando era un joven intrépido compré un libro en la librería General de Zaragoza que se titulaba: El derecho a la pereza de Paul Lafargue. Una obra que estaba escrita a finales del siglo XIX. Hace un rato he visto el libro en la estantería mirándome con desconfianza como si pudiera pensar que lo estuviera plagiando en estas páginas. No le he hecho caso para que no influya en esta sarta de ideas que hasta el momento he construido aunque le he advertido que muy pocas cosas han cambiado en este siglo que tiene de vida.
Recuerdo que en esta obra revolucionaria se hablaba del consumo inalcanzable que se ofrecía el sistema como la zanahoria en el palo, que era una de las estrategias del capitalismo para espolear a la clase trabajadora en su condición de consumidora y productora, y en ese ir y venir salir ganando los gestores del sistema. Sobresaltaba la capacidad de producción de la reciente revolución industrial que desde su propio crecimiento incluso era capaz de amortizar muchos puestos de trabajo y defendía para bien del género humano la posibilidad de que las personas hubieran de trabajar solamente tres horas. Explicaba Paul Lafargue en la obra que para que las personas fueran esencialmente productoras, es decir trabajadores, se habían inventado a lo largo de la historia cientos de trabajos inútiles, creando necesidades ficticias y mercados absurdos con los que inventar nuevos trabajos ficticios con los que tener trabajando a la parte más indefensa de la sociedad.
También hablaba aquel hombre hace más de cien años, y suena como su fuera ayer, de la utilización del ocio para crear espacios y aficiones con lo que conformar la vida humana y en ellos encontrar la felicidad que se nos aparece inalcanzable a la humanidad entre los surcos de la vida. También me impresionó el derecho a la pereza rebosante de diligencia que se plasmaba en la obra, contrapuesto a la idea de perseguir el consumo como fuente de satisfacción humana.
Igual que escandaliza ahora, esta idea perturbó en aquellos tiempos revolucionarios a las inteligencias bien pensantes porque se le escapaba entre las neuronas sin llegar a entender nada. Todo su contenido estaba dirigido contra la línea de flotación del ideario burgués desde cuyo manual social estaban convencidos de que quien no sirve más que para trabajar no sabría cómo emplear tanto tiempo libre trabajando solamente tres horas al día. No podía imaginar aquellas inteligencias que los proletarios en lugar de sudor y cansancio, de apatía y aburrimiento y de esos miedos a los jornales bajos, el paro y la carestía de la vida, que recorría sus vidas de parte a parte y que los castraba y domaba, iban a preocuparse de ellos mismos y a sus vidas… y a procurar ser felices.
La obra me impresionó en aquellos años sin entender su vigencia.
Y ahora compruebo que incluso es vigente cuarenta años después.
Y queda en el fondo que yo no he inventado ni descubierto nada.
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Esta obra que ya estoy acabando puede ser una representación de aquella para estos tiempos en los que el derecho a la pereza, ese derecho a no hacer nada o a hacer cada cual lo que le de la gana, se ha convertido en un derecho ejercido desde la quiebra de la propia voluntad, la impotencia y la desesperación, de una parte importante de la población desorientada que vive dominada por su complejo de pereza, que ve el día a día y su futuro sin ninguna luz en el horizonte y que viaja personalmente a la deriva porque nada de lo que emprende tiene éxito.
Unos tiempos que han sobrevenido después de que las generaciones anteriores hubieran conocido y quizás protagonizado revoluciones en beneficio de los trabajadores. Estrategias políticas empeñadas en la construcción de un socialismo real donde otros amos siguieron explotando a quienes tenían la fuerza de trabajo y de igual manera que los anteriores haciéndoles trabajar sin sentido. Estos movimientos políticos también basados en ganarse el pan con el sudor de su frente y el derecho a sudar acabaron convirtiendo al trabajo en la pala que abrió su tumba por no querer reconocer a la humanidad el derecho a la pereza y desde esa pereza cada cual encontrarse consigo. No llegaron las alternativas que quisieron romper la historia y más hacer habitable y sociable el mundo en el que vivían, romper con la maldición divina del libro de los judíos y volvieron la historia del pecado y del castigo. No respetaron el derecho de la población a que en contribuyendo a la subsistencia general pudiera hacer lo que le viniera en gana siempre y cuando no faltara qué comer a nadie.
En el devenir de más de estos más de cien años se han sucedido tiempos de paz y de guerras y de dictaduras más o menos reconocibles. Gobernados por los perdedores pusilánimes de las guerras o por quienes dejaron morir la dictadura en la cama, en este tiempo se ha tratado de quemar las herencias políticas y sociales recibidas y toda la estrategia social se fue soportando en el trabajo. Habiendo trabajo todo funcionaba en medio de una cierta bonanza en la que pudieron controlar los ajustes hasta mantener un sistema social coherente con algunos resultados sociales. Pero en este acaecer toda la actividad humana se ha transformado en trabajo remunerado y esa misma condición pervierte el sistema, porque el sistema se derrumba con la falta de trabajo: con el paro y la miseria que se expande entre las clases sociales más bajas al margen del derecho a la pereza.
Sin duda el mundo capitalista y propietario de los medios de producción se ha reconvertido y ha cambiado y ha implementado sin darnos cuenta un nuevo sistema en el que no está protegido nada más que el dinero y solamente a quien tiene dinero parece le beneficia con el derecho a la pereza en el más amplio de su sentido, porque son las única personas que además curiosamente utilizan su derecho a la pereza, su no obligación de trabajar para atender las obligaciones de mantenimiento de la subsistencia del común: en engordar sus bolsas de dinero.
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Aunque sin duda no se puede dar a corto plazo procurar un cambio del sistema en su conjunto, desde ese derecho a trabajar en lo que queramos, unas de las primeras necesidades que hemos de atender es necesario colocarnos en disposición de rechaza el consumo por el consumo y luego la de tratar de reconvertir la pereza de la población en diligencia personal. Hemos de aprender a construirnos individualmente para cambiar el sistema colectivamente. En la medida en la que el trabajo exigido sin producir el agotamiento que en definitiva anula el derecho a la pereza, bastará para hacer del tiempo libre y del tiempo de ocio algo deseable de vivir y de compartir.
Nos quedan muy pocas oportunidades de hacer nada. En la red del sistema se han cerrado todos los espacios y todos los caminos para ejercer el derecho a la pereza. Está dispuesto que hemos de trabajar hasta el límite soportable y en el momento de disfrutar del tiempo libre y organizar nuestra pereza no lo podemos ejercer sino con diversiones pasivas en las que estamos como decorados o espectadores.
La única clase que tiene derecho a la pereza, es decir: esa parte de la sociedad que por sus circunstancias económicas no tiene la obligación de trabajar para vivir, puesto que su cuota parte del trabajo se la hacen otra parte, aquella clase social que vive de sus rentas o de las plusvalías del trabajo de quienes culturalmente se conforman con que sus hijos vayan a la escuela y en todo caso si se forman en algo que se formen para trabajar, su educación y su impregnación cultural estaba enfocada a vivir en el ocio y a preocuparse de actividades que socialmente no sirve de nada, salvo para dar brillo a una sociedad hipócrita. Esta holganza es admirada y justificada sin importar que parasiten la sociedad.
Sin embargo quiero también defender que: quien quiera trabajar que trabaje. Cuando alguien que ya dispone de lo suficiente para vivir o que más que trabajar para vivir y vive para trabajar y ocupa otros trabajos en cualquier actividad con la que parece que no dar valor a su trabajo y que lo regala o que lo cobra a un precio conveniente, si se critica esta conducta por ser socialmente perjudicial porque lleva a quitar un puesto de trabajo para otras personas que viven de hacer ese trabajo yo no estoy de acuerdo porque si así fuera bastaría con que no trabajáramos nadie para que no nos faltara un trabajo a nadie y esta contradicción tan fragante no haría sino confirmar todo lo que se propone en esta obra. 
Sobre todo, si se puede llegar a conseguir trabajar lo necesario para vivir, en el futuro habrá felicidad y alegría de vivir. Aquellas personas que optaran por estar con los demás sin hacer nada más que estar también tendrían un poco más rato para labrar y sembrar relaciones en la sociedad intercambiando vida y también les asistirá el derecho a vivir.
Vivir con dignidad y envuelto en la pereza resulta muy barato.