domingo, 16 de junio de 2013

Los empresarios

     Las madres, esposas abnegadas de empresarios nunca permiten a quienes alumbraron que sigan los pasos de su padre, y si los siguen porque al chico o a la chica le gusta y porque para eso han estudiado, siempre lo aceptan a regañadientes y poniéndose al lado de quienes parieron y enfrente del padre empresario. Cuando tienen que acudir a la empresa familiar porque no les queda otro remedio si no tienen otro trabajo mejor, las madres lo aguantan de muy mala gana.
     Esto lo he comprobado el cien por cien de las veces.
     Hace unos veinte años me hice socio de un club de empresarios con la intención de aprender de aquellos que decían que eran lo que yo pretendía ser más por necesidad que por ganas.
     Quise conocerlos de cerca y me apliqué con denuedo.
     Desde allí me hacían llegar diversos manuales sobre todas las artes de la empresa y de vez en cuando asistía a alguna de sus reuniones y debates en las que más que participar escuchaba.
     Mezcla de timidez y prudencia, de curiosidad y avidez.
     Recuerdo que en alguna ocasión asistí a buenas conferencias de las que aprendí algunas cosas con las que en realidad, casi ninguno de los asistentes estaba de acuerdo.
     La verdad es que estar entre medio de empresarios, algunos con más años de los que yo tengo ahora, aunque de nada me servían, era como darme un baño de orgullo y sabiduría por las capacidades que daban a entender con sus palabras aquellos que se vendían como héroes sociales aunque a mí me parecieran unos pedantes.
      Enseguida me di de baja.
Aunque era bastante joven, para entonces ya me había dado cuenta de que la mayoría de los empresarios que había conocido apenas sabía nada de lo que era una empresa, y muy poco sabían de la suya propia y que el mundo empresarial no lo concebían más que desde su ombligo y que más que observarlo, lo rascaban. Había advertido que en realidad el único interés de aquellos era alimentar su ego y su prepotencia y lo que más me afectaba era que en el fondo despreciaban a la mayoría de las personas que trabajaban en sus empresas a los que en buena medida consideraban de su propiedad.
Después he comprobado que la realidad en la que viven estos presuntos triunfadores que les lleva a creerse superiores a quienes les rodean les aventaja. Se invisten de una prepotencia que se manifiesta del mil maneras, una de ellas es determinante: el titular de la gran mayoría de las empresas, aunque su forma jurídica sea la de sociedad limitada con varios socios, en realidad, son empresas unipersonales en las que prácticamente no hay ninguna posibilidad de socios dueños de la propiedad, participen en la gestión, ni cualquier otra acción social. Son amos que no permiten que nadie pueda hacer lo que está bien si no es lo que ellos quieren, y aunque ni siquiera sepan en realidad lo que quieren, para ellos es igual, que si eso ya lo pensarán otro día, cuando tengan más tiempo que ahora no tienen y bastante tienen en qué pensar.
     Así son la gran mayoría y así lo cuento.



También debido a las relaciones que he tenido que hacer, mantener y romper por mi trabajo a lo largo de muchos años, consecuencia de mis actividades profesionales de apoyo a la gestión empresarial con la que me he ganado la vida y que me llevaban en ocasiones a tener una relación muy especial de sinceridad, complicidad y confianza, he conocido a fondo y en casi siempre a brazo partido, a muchas personas que se llamaban a sí mismas empresarias aunque en realidad no supieran cuál es su compromiso al asumir esa condición.
     Conforme pasaban por mi conocimiento he comprendido que para ser empresario es necesario ese ego y esa prepotencia.
     Es imposible ser empresario sin ese sentimiento de superioridad.
No obstante, además de observar el poderío para verse capaces de ponerse por encima de todos los problemas que les rodean y abruman, y ciegos tras su objetivo de hacerse ricos llegar a sentirse legitimados para saltarse como pueden todas las barreras que se ponen delante como si fueran superhombres, siempre se encuentran empresarios de todo tipo y condición.
   - Cultos o tan ignorantes que no entienden nada financiero.
   - Inteligentes o limitados en sus capacidades intelectuales.
   - Trabajadores o vagos hasta el punto de que lo hagan los demás.
   - Honrados o sinvergüenzas y sin escrúpulos.
   - Condescendientes o tan tiranos como se pueda imaginar.
   - Comprensivos con quien trabajan o amantes de la esclavitud.
   - Con carácter y sin personalidad.
   - De Izquierdas y de derechas.
      Puedo asegurar que también a todos ellos, en algún momento, les he escuchado decir que estaban arrepentidos de haber iniciado la montura en aquel potro de tortura. Recuerdo de quien me contaba que había comenzado una vida en una mina de carbón de la que no podía salir. Hablaba de su mina en todas las interpretaciones que se pueda dar de ella, decía que tanto había escarbado en ella que había determinado su manera de vivir hasta el punto de que no había nada más importante en su vida aunque la fuera perdiendo en sus galerías. La mayor prueba de esta insatisfacción es que todos y cada uno de los que he conocido, cada día pensaban en cómo podían vender su empresa aunque no fuera más que sacando lo suficiente para pagar lo que debían.
La necesidad de salir para adelante en este sistema en el que vivimos y para solapar todas sus contradicciones y sobre manera la lucha de clases, ha obligado a la inteligencia del sistema a definir a la empresa como un bien social en el que converge el empresario y el trabajador y en la que se necesita de una colaboración mutua para procurar el bien social colectivo.
     La empresa que yo conozco no es así.
     La empresa con la que el sistema, los gobiernos y los deseos sociales de crear empleo pretenden sea la base para afrontar el futuro a corto plazo: tampoco es así.
      La ideología del sistema trata de unir dos intereses antagónicos: los de la empresa y los de los asalariados. Quiere que sirva esta conjunción para alimentar una forma de entender la actividad económica en la que es necesaria su colaboración pacífica y para que las dos partes respeten sus normas e intereses disciplinadamente.
En el entramado ideológico no hay espacio  para cuestionarse el devenir del propio sistema que es el que en definitiva sangra con sus condiciones implacables a las empresas y a sus trabajadores. Incluso quienes están muy alejados ideológicamente también alimentan esa confluencia de intereses desde la perspectiva tradicional de la lucha de clases, en la que una de ellas busca trabajo desesperadamente, y creen y han asumido: esa idea irracional que nació hace ochenta años en busca de un nuevo mundo y que anunciaba la superación de las clases sociales como base de una reconciliación histórica.
      En realidad, la empresa es el centro económico en el que se dan cita todas las perversiones de la inteligencia social y económica, y en el que conviven para su desgracia los mayores afectados del sistema: los empresarios y los trabajadores. Dos partes que han de actuar como si fueran diferentes y que se encuentran en una pelea permanente y desigual, sin darse cuenta, de que quienes en realidad se aprovechan de ello son los otros factores económicos que alimentan su actividad. De cada paso que ellos dan para subsistir y ganar el pan, aquellos sacan una buena tajada.
En esta relación de desconocimiento e incomprensión mutua entre los dos contrincantes, a la fuerza, nos podemos encontrar con estas dos realidades objetivas y comprobables para quien quiera, en cualquier momento y lugar:
    - Si en cualquier empresa se pregunta a los responsables cuántas horas se trabajan: ninguno sabrá contestar.
    - Y si a cualquier persona que está trabajando en cualquier empresa que vive de lo que produce o vende, si se le pregunta cuánto produce o vende ella cada hora que trabaja seguramente contestará: que ni lo sabe ni le interesa.
    Esta es la realidad en la que se vive el Trabajo en la Empresa.
    Podría contar algunas más pero esta es sencilla y significativa.

     Con toda la admiración y respeto que me merecen aquellas personas que hacen de su vida la empresa y que con sus más y sus menos tratan de pagar todos los meses las exiguas nóminas a sus trabajadores, lo peor que propone el sistema en estos tiempos de crisis es: que se haya de confiar en los empresarios: pasados, presentes y futuros, y que se apele a serán capaces de crear un nuevo tejido empresarial con el que sea posible mantener un empleo digno hasta alcanzar un índice de parados mínimo. Máxime ahora que la gran mayoría de quienes tienen o dirigen una empresa se han colocado en una situación de espera de la que difícilmente se van a mover a corto plazo.