Quien guarda el dinero ahorra.
Todos los factores económicos surgen de la fuente
financiera que supone el ahorro del trabajo, propio o ajeno, convertido en
dinero. Cada cien euros ahorrados suponen al menos un día de trabajo de
cualquiera que hubiera trabajado.
Es ese ahorro al que ahora se le llama inversión
financiera.
Este ahorro-inversión, ha venido a sustituir lo que
antes eran los bienes de inversión que luego exigieron sus rentas y a abandonar
la costumbre de acumular pequeños capitales que eran prestados por un determinado
interés.
Esas rentas y esos intereses vuelven a salir del
trabajo.
El nuevo sistema económico se ha basado en conseguir
plusvalías, si no del trabajo directamente, quizás cada vez haya menos
proporción de trabajo al que se le puede sacar excedentes, sí indirectamente
del trabajo acumulado, es decir: del ahorro, algunas veces, un ahorro que tiene
sus raíces en el albor de los tiempos y en el sudor de otras gentes.
La inteligencia del sistema que hace unos treinta años
se moría, comprendió, que con los cambios sociológicos y económicos que se
estaban dando con un importante y necesario crecimiento de la clase media,
quienes tenían capital no solamente eran los capitalistas propiamente dichos,
sino que había un espectro más amplio de la sociedad, a cuyas gentes y trabajo,
difícilmente se les puede explotar directamente, pero que sin embargo podía
generar plusvalías a través de sus pequeños capitales.
Para eso hubo de fomentar el ahorro en grandes
cantidades en una base mucho más amplia
de la población y con una disciplina y método que hiciera previsible y
constante su afluencia.
El ahorro es el soporte sobre el que se justifica el
sistema y lo propaga como una planta que es alimentada desde sus raíces
insertas en el tejido y en la conciencia social y de la que nacen y crecen
miles de ramas que esconden su tronco principal.
La base sobre la que se asienta es esa propensión
cultural que tiene el género humano de:
·
Acaparar mucho
más de lo que necesita,
·
Disponer de mucho
más de lo que va a poder utilizar,
·
Tener mucho más
de lo que nunca podrá gastar
·
Ser dueño de casi
tanto como lo que se pueda imaginar.
·
Creerse un poco
más que sus semejantes.
Esa ambición por llegar a tener mucho más de lo que ninguna
persona fallecida se va a poder llevar al cielo y que nos hace ser un poco
egoístas y avariciosas y llegar a ser agarradas y míseras.
·
Esa necesidad de
tener seguridad en el futuro incierto, esa tranquilidad económica que presta
tener las espaldas cubiertas.
·
Ese orgullo por
dejar posibles a la descendencia quizás con la vana esperanza de que nos guarde
memoria.
·
Esa manera de ser
con la que se pretende ser una persona ejemplar y honrada que cumple con las
buenas costumbres sociales.
Desde este punto de vista con tantas virtudes y buenos
propósitos, la persona que ahorra y que trabaja tanto o hace trabajar tanto a
otras, la persona que acumula el valor del trabajo para que no lo pueda
disfrutar otra, es un peligro social.
¡Cuánto trabajo tienen comprado para recepcionar
mañana!
Sin embargo el ahorro tiene una importancia vital en
nuestra civilización porque quien tiene el poder, siempre necesita al lado a
quien tiene el arcón con las riquezas puestas a su disposición.
·
El ahorro es una
religión.
·
El ahorro es la
argamasa con la que se une a la sociedad.
·
La fuerza de
seguridad en el futuro es el ahorro.
· La estabilidad futura se
· La estabilidad futura se
asienta en el ahorro presente.
El ahorro es trabajo acumulado y la explotación viene al amparo del ahorro porque hubo quien fue capaz de meter en una bolsa el trabajo ajeno. ¿Cómo es posible que en sus cuentas corrientes o depósitos a plazo tengan el trabajo acumulado de tantas personas? ¡Más hubiera valido que se lo hubieran gastado en lo que fuera o mejor todavía que no hubieran trabajado tanto y se hubiera dejado de inventar trabajos!
Antes era más habitual el ahorro que se arrastraba de
generación en generación a través de la aceptación de las herencias y que ya
era el punto de partida de desigualdades sociales difíciles de superar.
El ahorro en otras ocasiones se construye de distinta
manera.
Ha ocurrido algunas veces que alguien tiene un piso
que lo compró cuando era joven y pudo meterse en esa trampas que le costó tres
millones de pesetas y pasados los treinta años lo ha vendido por 180.000 euros.
He sacado cuentas y compruebo que con la especulación del piso ahorró de
repente diez veces lo que le costó, que es mucho más de lo que había conseguido
ahorrar con su trabajo desde entonces.
Aunque estas ventas de oportunidad son especulación
pura y dura, sin embargo, este ahorro una vez transformado en dinero también es
trabajo, pero el trabajo de quien lo ha comprado, le va a pagar más de diez
años de su vida laboral a quien lo ha vendido.
Que en el mejor de los casos puede ser un amigo de su
hijo.
Nadie quiere pararse a pensar en este pequeño detalle.
Cantidades ahorradas de esta manera han sido
propiciadas por las circunstancias de los últimos tiempos.
Para muy poco sirvió entonces el ahorro.
Pasado el tiempo en el que ya parece que no haya
guerras, el grueso del gasto público de la mayor parte de los gobiernos
civilizados consiste en el pago de las deudas pasadas y aunque parezca
increíble en la preparación de las futuras guerras de paz.
Quienes ahorraron y prestaron al gobierno en aquellos
tiempos, indirectamente y en última instancia fueron los que propiciaron las
guerras y las guerras las ganaron quienes más dinero tuvieron.
No necesito recordar todas las guerras de principios
del siglo XX.
El resultado real de los hábitos de ahorro de las
sociedades más si cabe cuando se creen ricas, al final es el incremento del
boato y de la pompa de las estructuras administrativas y burocráticas del
estado al que presta. Con tanto gasto vano las economías de los estados se
resienten y han de conseguir dinero como
sea para pagar lo que han de devolver y garantizar el cobro de los honrados
ahorradores.
Ya tienen
excusa para subir los impuestos
Luego todas las grandes crisis llegan porque entran en
quiebra los gobiernos y por ende los estados.
Un poco de lo que estamos viviendo en estos tiempos.
También se puede pensar que el ahorro, por mediación
de los bancos y cajas, se ha invertido en empresas industriales y de servicios
o en financiar proyectos de emprendedores o de presuntos empresarios con las
que se ha tratado de generar trabajo.
Este aspecto parece más loable.
Pero ya vemos que cada cierto tiempo, ahora mismo lo
estamos viviendo, una parte importante de estas empresas, emprendedores y empresarios
deben cerrar sus negocios porque sus productos, sus servicios o sus ideas han
resultado innecesarios.
Después de un gran esfuerzo, se habrá desviado un
considerable volumen de trabajo por caminos por los que no llegará placer a
nadie.
Porque todo será un fracaso.
Porque el sistema se basa en el fracaso, sobretodo en
el fracaso del mundo del trabajo que es el que más siente la pérdida de empleo.
Y cuando observamos al empresario como fracasado también le consideraremos
víctima de una desgracia inmerecida.
Más valía que nadie hubiera ahorrado y lo hubiera
financiado.
La sociedad, el mundo, el planeta, la humanidad, se ha
de reconvertir en austera porque gastar significa dilapidar trabajo y esfuerzo,
y en esa austeridad creo que se ha de desterrar el ahorro.
Quien cree en el progreso no puede renegar de esta
austeridad, y si cree que hay que seguir aprovechando los ahorros de otros y
para ello ha de respetar íntegramente sus derechos, en realidad pretende
mejorar el sistema para que nada cambie y para que se sigan inventando trabajos
con los que llenar los calderos de sus intereses.
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