Y tanto trabajar es por el dinero.
Un mileurista trabaja por dinero: por treinta pesetas
al minuto.
El trabajo es transformado en dinero, y así,
convertido en moneda de cambio universal, es una herramienta que sirve para
intercambiar infinitamente: entre unos y otros: un trabajo por otro.
Cobrando lo estipulado por trabajar, cada cual puede
hacer su trabajo y puede aprovechar el de los demás pagando un precio que tiene
establecido en el mercado.
No es mal invento.
Esta civilización ha implementado el sistema sobre el
dinero.
Es la forma justiciera de dar a cada cuál lo suyo.
En el devenir de la sociedad para todo se necesita el
dinero.
El dinero es quien gobierna la vida de la propia
sociedad.
Porque el dinero es la medida de todas las cosas
Y quien tiene dinero lleva en su cartera a quien no lo
tiene
Y el que no tiene dinero es como si no tuviera nada.
Así se entiende socialmente.
El dinero es la fuente que más felicidad surte a la
humanidad.
Dicen.
Y posiblemente la fuerza que más tragedias le ha traído.
Antes el dinero solamente eran monedas.
Ahora ya no habría monedas para tanto dinero. Ahora el dinero es una anotación en cuenta que tiene
su valor en la propia confianza que ofrece el sistema que ha ideado la manera
de protegerlo contra todo. Porque el dinero es un valor ficticio que está
favorecido por todas las leyes y costumbres sociales establecidas.
En esta obra no me voy a poner en contra del dinero
porque creo que es de gran utilidad y no es posible que en la sociedad para
cuadrar casi todas las relaciones se pueda evitar el uso cotidiano del dinero.
Sin embargo, sí que creo que al dinero y a todo lo que representa se le puede
restar y relativizar su importancia económica y social. Para revelar las
últimas trampas sistemáticas con las que ha reforzado su dominio voy a mostrar
las dos caras de la moneda que lo materializa.
El dinero padece de una enfermedad muy grave: la inflación.
Es la enfermedad que anemia la bolsa de los dineros.
Y sobre el dinero se ha montado el sistema.
Esta enfermedad hace que el dinero pierda valor, pero
no porque pierda valor porque el dinero siempre vale lo mismo, sino que con la
misma cantidad de dinero cada vez se puede comprar menos cosas, porque las
cosas cada vez tienen un precio más alto.
Pero las cosas no tienen más o menos valor por culpa
del dinero.
En todo caso valen más o menos por la oferta y la
demanda.
Y en algunos casos por los costes y la especulación.
Y no todas las cosas suben su precio que otras muchas
bajan.
Subidas y bajadas que pocas veces son inocentes.
Y en medio de todas las cosas está el dinero.
Antes los pobres eran los más perjudicados por la inflación.
Desde las capas sociales más humildes, la subida de
los precios se detectaba enseguida en los productos de primera necesidad que
consumía la mayoría social y que eran los que afectaban de forma determinante a
su medio de vida.
Carestía de la vida le llamaban.
Los precios subían sin que nadie pudiera hacer nada
para sujetarlos y era más difícil alimentar a los hijos y llegar a pasar el día
a día.
Nunca entendieron que la subida de los precios no era
lo que les perjudicaba sino que lo que en realidad les perjudicaba era que: por
ser abundante, no subiera el precio de su trabajo y de que a la par, con esas
subidas de precios, se estaba alimentando una especulación que alejaba de sus
manos las cosas más importantes mientras ellos se preparaban para reivindicar
el alza en sus salarios.
Se creyó que la inflación no afectaba a los que tenían
dinero.
El dinero tenía una amenaza a la que llamaban devaluación.
Era una decisión económica que amenazaba en periodos
de crisis y que tomaban los gobiernos de la noche a la mañana.
Era como la inflación pero a lo bestia
Como si fuera un accidente difícil de prever y sin
reparación.
El sistema financiero basado en monedas fuertes y
estables para garantizar el valor del dinero y que quede ajeno a la realidad
que puedan vivir los diferentes sectores y espacios económicos ha conseguido
garantizar en buena medida al que tiene dinero y a quien administra los dineros
de terceros que haya una estabilidad en su valor y que en todo caso sea lo
último que se pierda o deprecie.
La devaluación conseguía que los habitantes que vivían
con una determinada moneda se empobrecieran de golpe y casi todos de la misma
manera y sin apenas darse cuenta pero sin embargo, el dinero se veía afectado
en la misma relación que su devaluación en todas sus relaciones exteriores.
Había que refugiarse en el dólar.
El sistema actual consiste en gestionar cantidades
ingentes de ahorro que proviene de los ahorradores y para que el sistema
funcione le conviene diferenciar por la vía de los derechos a quien tiene
dinero de los derechos de quien no lo tiene y defender los derechos de quien
ahorra sus dineros por encima de todos los demás derechos.
Para paliar los achaques de la inflación y evitar las
contingencias de las devaluaciones, el sistema ya ha puesto su remedio porque
la filosofía del sistema precisa que el dinero no pierda valor porque entonces
perdería gran parte de su sentido.
Nadie podría imaginarse que se pudiera convencer a la
población para que quisiera guardar una cosa que cada día que pasa vale menos o
que de la noche a la mañana puede perder una parte de su valor.
Los gobiernos tratan de controlar la inflación pero no
porque no quieran que suban las cosas aunque muchas veces suben sin poder
evitarlo producto de sus propias decisiones. No controlan porque la subida
produzca carestía y limite la capacidad de los jornales de quienes trabajan,
sino porque no quieren que pierda valor el dinero.
Y aunque los gobiernos deben cantidades ingentes al
sistema financiero y les interesaría que el dinero perdiera su valor, sin
embargo, no quieren que pierda, porque en definitiva ellos no lo tienen que
pagar, que lo pagan los ciudadanos, y porque ellos están donde están, porque
están sujetos a una serie de compromisos con quienes les financian con precisos
objetivos en la macroeconomía pública
Y a ellos los sostiene ese dinero.
Ahora dejando los gobiernos la decisión de devaluar en
manos de quien lo tiene prohibido. Una vez desaparecido ese concepto de la
jerga financiera, sin embargo, cuando los habitantes de una zona determinada
que antes hubiera devaluado su moneda tienen necesidad de reajustar su economía
a la baja lo hace de una manera diferente, el dinero mantiene su valor en el
interior y en sus relaciones con el exterior pero el resto de los factores
pierden parte del valor en el interior sobre todo en lo que afecta a la pérdida
irrefrenable del valor trabajo.
Hay hábitos y costumbres que me producen una gran
pena.
Juegan con el dinero sin darse cuenta a qué juegan
En los entornos políticos y sociales en los que me
muevo siempre están a falta de dinero y cada día les es más difícil ser financiados
por las cuotas de sus aportantes. Unas veces es por culpa de la crisis y
siempre porque hay poca costumbre entre la gente de aportar: trabajo o dinero
en ninguna causa que tenga condición de altruista. Esta razón les induce a que
para recaudar algún dinero con el que poder subsistir y paliar sus necesidades
económicas.
Cuando llega el fin de año venden lotería.
Vender lotería significa reproducir el sistema
económico en el que vivimos de la manera más absurda. Es una de las facetas más
inmorales del sistema que incluso quienes están en su contra las reproducen:
coger unos pocos dineros de unos muchos desheredados para darle después
independientemente de su necesidad y de su merecimiento: mucho dinero a unos
pocos.
Se va recogiendo poco a poco una parte del trabajo, un
poco de dinero, de quien compra la
lotería, que la compra por tentar a la suerte y porque espera ser uno de los
beneficiarios del sistema que aprovecha todo lo que coge sin mirar el pelo.
Venden con la esperanza de que toque lo puesto, que si
toca, nadie reclama su premio y así se quedarán toda la recaudación ellos.
Incluso ir recaudando impuesto a la población de poco
en poco.
Y sin embargo se hace con naturalidad.
Esa es la principal utilidad del dinero.
Hacerse con lo que no es de uno mismo, que es de otro.
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