lunes, 19 de agosto de 2013

La remuneración del trabajo


El trabajo es el único factor económico efímero y que caduca cada minuto que pasa que ya no se puede recuperar ni cobrar.
      El trueque de trabajo no es trabajo y el trabajo altruista tampoco.

El trabajo hay que reconvertirlo en tiempo para que no corra y sea perenne y para ello hay que transformarlo en mercancía. Es la manera de compactarlo y almacenarlo. El trabajo hecho mercancía además se puede trasegar de aquí para allí de tal manera que: si bien las personas que trabajan no pueden traspasar fronteras, sin embargo, convertido su trabajo en mercancía tiene abiertas todas las barreras.

Al trabajo eufemísticamente se le llama capital humano y así se trata de encubrir que la fuerza de trabajo que existe en el sistema con otro decoro. Un factor económico que también controlan los capitalistas desde el momento en el que pueden invertir allí donde quieran llevando con su inversión la necesidad y la posibilidad del trabajo.
      Cuando desinvierte su capital dinerario en algún lugar como lo hace en muchas ocasiones, decide: que en ese lugar concreto, el trabajo ha de estar almacenado a plazo fijo sin aplicarlo a ninguna mercancía.
      El factor trabajo se remunera con el salario.

Pero el salario estricto es el pago no por el trabajo que se realiza, sino por la entrega del tiempo empleado para realizarlo sin tener presente su especialización, su capacidad profesional o la titulación que lo adorna. Esta característica, en realidad muestra al trabajo únicamente desde una perspectiva animal en la que lo importante es estar y hacer aunque no se entienda para qué estar ni por qué hacer.

El avance de las técnicas productivas, la especialización y la división del trabajo ha tenido como consecuencia que sea necesaria apreciar la diferencia existente entre el valor del trabajo que solamente significa vender unas horas diarias de la vida de cualquier persona,  del trabajo concreto en el que la persona compendia: conocimiento, una capacidad de aportar iniciativa personal dentro de una marco de estricta obediencia, y asunción de responsabilidades y objetivos. Por ello hay que concluir que: aunque se cuantifiquen las horas que se trabaja, es el valor que se le da a esa parte de gestión personal, la que en realidad más determina el valor del salario.
 

      La demostración la encontramos en la realidad: en el mundo del trabajo puesto en el mercado, se hace una clara diferencia entre la parte en la que se contempla y se paga por vender las horas de trabajo y el valor de la capacidad de gestión que se aporta a la organización. Este segundo aspecto aportado en esas mismas horas de trabajo siempre se considera de mayor calidad, más elevado y más valioso.


      A esa aportación extraordinaria e individual que se hace de trabajo, le podemos llamar si queremos: gestión.
      Ese aspecto que más se valora de forma sistemáticamente.
      El tiempo de la vida de las personas no vale nada.
      Para ponerla en valor en el mundo laboral y obrerista, incluso en el mundo empresarial, desde una visión ética de esta relación, hasta hace muy poco tiempo se entendía que la remuneración de estas otras capacidades que se aportaban en el mismo tiempo de trabajo, no podía ser tres veces mayor que el valor de la mano de obra directa y básica, especialista se suele llamar en los convenios.
       En la práctica, en la actualidad, a poco que se gestione en el puesto de trabajo se puede doblar el salario. En algunos casos se está llegando a pagar por esa labor de gestión hasta cien veces más que la base salarial que vienen a cobrar quienes solamente entregan sus horas en tareas sencillas, si acaso con algunas horas más de trabajo.
      Este ha sido un cambio significativo en los últimos tiempos y ahora quienes se dedican a pensar y reflexionar sobre esta cuestión hablan de que no podría ser más de doce veces ese salario.
       Otro imposible sin romper con el sistema en todos sus aspectos: económicos, sociales, culturales, educacionales y organizativos.

Por otro lado, vivimos tiempos en los que las mejores mentes y las más pensantes aconsejan a las personas que no tienen trabajo, que aunque no les guste, deben aceptar cualquier trabajo a cualquier precio. Estos sabios justifican sus consejos con los argumentos más peregrinos: el primero de ellos: la necesidad de tener dinero aunque para ello se haya de perder el valor de la única herramienta que tiene para ganarse la vida. Incluso a las personas que por su capacidad y por su cualificación pudieran estar en disposición de aportar una dosis importante de gestión les recomiendan que se olviden que con los que están gestionando ya son suficientes y que ellos vendan su tiempo a cualquier precio para adquirir experiencia.
      Una estafa social en toda regla.

En el mercado se combina siempre la oferta y la demanda.
       A mayor demanda mayor precio.
       A mayor oferta menor precio.
       En cada sector laboral hay oferta y demanda diferente, por lo que se entiende que la remuneración del trabajo nunca es igual para todos los oficios. Las habilidades especiales y los esfuerzos físicos o intelectuales necesarios para ejercerlas, tampoco crean diferencia en la valoración de los empleos. La base de la remuneración viene determinada por la capacidad de presión y fuerza que en el paso del tiempo, han tenido los sindicatos que han defendido a las personas que tenían trabajo en cada sector, oficio punto y lugar.
       El precio el trabajo se ha establecido desde la influencia y apremio ejercido desde la idea asentada desde el confín de los tiempos de que el trabajo es la fuente de todos los derechos de quien trabaja, sin importar nada más que la defensa del precio entre la oferta y la demanda.

Para el reparto de las rentas que participan en el sistema y en concreto para remunerar al trabajo, se ha creado un entramado absolutamente irracional con la entremezcla de los salarios mínimos profesionales marcados de forma general o en convenios sectoriales o territoriales o en convenios propios de empresas que hacen del valor del trabajo un elástico que se amolda allá donde conviene y que nada garantiza a nadie, sino la posibilidad de que nada más que con el valor del trabajo se pueda adecuar el coste de las cosas al mercado.
      La remuneración del trabajo dentro del sector en el que se trabaja se ve directamente afectada por el total de las horas que se trabaja, que se ven reducidas muy poco a poco en los convenios y sin hacer ascos a las horas extras. Bajo ningún concepto se valoran otros condicionantes, si acaso con mínima incidencia los objetivos de producción. Pero es conveniente saber que estos convenios de los distintos sectores son diferentes: no por la calidad y la escasez de trabajo que valoran y ponen precio, sino por la presión que son capaces de hacer los sindicatos en las negociaciones colectivas y de la dependencia que tienen esos sectores en la economía en la que se desenvuelven.
       Pero lo más importante en la remuneración del trabajo es: que todos los aspectos por los que se le paga a quien vende su trabajo por cuenta ajena o propia, se han aislado de tal manera en la contabilidad pública del sistema, que los derechos que emanan no se mezclan ni confunden en ningún momento con otras remuneraciones y con otros conceptos sociales y económicos, por tanto: se impide que el factor trabajo pueda tener otras rentas o pueda absorber recursos de otros factores sociales o económicos para incrementar su remuneración.

Además del salario el trabajo tiene otras remuneraciones:
       ·       Las pensiones comunes y las de invalidez
       ·       Las bajas por enfermedad común o profesional.
       ·       Los subsidios de desempleo y la formación para el empleo.
       ·       Y el fondo de garantía salarial.
       Desde el diseño que se ha hecho en las últimas décadas del sistema, todas estas remuneraciones que se realizan en concepto del factor trabajo y que forman parte del reparto de las rentas que participan en la actividad económica, se hacen a cargo de los ingresos que aportan las cargas impositivas y las llamadas cargas sociales que tienen de los mismos rendimientos del trabajo las personas empleadas.
       Con esta manera de hacer, lo que se pretende por parte de la ingeniería política, es dar la apariencia de una solidaridad obrera o de una autogestión del factor trabajo y no crear dependencia con otros factores públicos o privados, pero en realidad supone un aislamiento del factor trabajo del resto para de una manera más tajante, poder limitar la cuota parte de su renta y que no entren a valorarse otros factores sociales y circunstanciales existentes, muchos de ellos naturales y colectivos, que pudieran ser de reparto idéntico para toda la población.

Esta situación solamente se da para el trabajo menos cualificado puesto que para los más cualificados se buscan otras remuneraciones, por otros conceptos, por otras vías: participaciones remuneración en especie, planes de pensiones de empresa o particulares, primas por despido, en el que para nada puedan dañar los intereses de otros factores económicos.
       Es muy importante este pequeño detalle.
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