sábado, 19 de abril de 2014

La productividad en el trabajo

Hay otra división del trabajo que es muy común y se halla instalado en muchos ámbitos. Conozco quien dice que: cuando entra en una oficina en la que hay muchas personas trabajando y quiere que le hagan algún encargo, sabe elegir a quien se dirige para que se lo haga y lo haga lo antes posible. Y dice: en estos casos siempre me dirijo al que tiene la mesa con más papeles porque a los que la tienen vacía y ordenada es porque no hace nada ni piensa hacer.
     Esta aparente contradicción nos lleva a entrar en otra cuestión clave y recurrente: la productividad.
     Quien hace y quien parece que hace
     Una de las virtudes sociales que se le atribuyen a la división y especialización del trabajo es la capacidad de mejorar de manera eficiente la productividad. Cuando se quiere analizar cualquier cosa que tenga tintes económicos y es necesario cuestionar el valor del trabajo y más todavía si se refiere al trabajo de quienes están en los puestos de trabajo manuales y físicos, que a la última son los únicos que de verdad producen, se utiliza la excusa de la productividad.
     En los últimos años el mundo del trabajo está afectado por algunos cambios tecnológicos y sociológicos importantes que han producido algunos efectos y consecuencias transcendentes en la productividad. Desde el punto de vista de cantidad producida crece de manera geométrica con una calidad que se supera cada día.
  •      Las máquinas con las que continuamente se mejora sobre mejora y que sustituyen con gran eficiencia la  mano de obra.
  •      Los procesos y la organización de los procesos que son capaces de racionalizar todas las complejidades de cualquier tipo con poco margen para los fallos.
  •      La informática que viene a suplir muchas limitaciones del mundo laboral y que permite alcanzar cotas inimaginables.
  •      Llegada de inmigrantes buscando mejorar sus condiciones de vida y que han entrado en los puestos más físicos de la oferta laboral y se han inventado otros nuevos trabajos para ellos.
  •      Entrada de la mujer en el mundo del trabajo remunerado que ha trastocado en gran medida el concepto y la oferta de trabajo y la capacidad de producir.
  •      Trabajo sustituido por mano de obra barata procedente de la importación y que llega incluida en los productos.
  •      Crecimiento de servicios sociales y asistenciales con unos niveles de remuneración relativamente bajos.
     El aligeramiento del trabajo humano derivado de la utilización de máquinas y ordenadores donde se demuestran día a día permanentes avances de la tecnología cuya máxima aspiración debiera ser liberar progresivamente al hombre de la maldición del trabajo, sin embargo, se podría decir han conseguido lo contrario hacernos más esclavos en muchos casos de esas mismas máquinas y sus requerimientos.
     Y por otro lado se puede apreciar que hay otros hábitos inducidos y necesidades creadas que han menguado la productividad general e industrial en particular a niveles que sin duda se pueden considerar extraordinariamente bajos:
  •      Crecimiento de los servicios.
  •      Crecimiento del funcionariado.
  •      Profundización en la división y especialización del trabajo.
     No obstante, aquellos que aparentan ser sabios porque no se les entiende el meollo de sus discursos económicos en los que acometen las grandes problemáticas, cuando advierten de cómo se mide el rendimiento trabajo en estos momentos, hablan de productividad,  pero en realidad no saben muy bien de qué están hablando.
     ¿Qué es la productividad?
  •      Un trabajador tiene que hacer más tareas por minuto y para ello hay que cronometrar sus tiempos de producción.
  •      Que haya más gente haciendo más tareas y entonces cualquier producto saldrá a mayor velocidad.
  •      Que no se hagan tareas que no sirven de nada a nadie y que no hacen sino lastrar todos los productos y servicios.
  •       Que haya menos gente mirando. Se dice muchas veces que la tónica del mundo del trabajo es: tres mirando y uno trabajando.
  •       Que haya menos controladores midiendo y exigiendo a quien está haciendo las tareas productivas.
  •       Que cuesta menos producir o se incrementa la producción porque la mano de obra es más barata.
  •      Que sea necesaria menos burocracia y aparatos de vigilancia y de control tanto en la esfera privada como en la pública.
     Sin embargo, dejando de lado las diversas caras desde las que se puede apreciar la productividad, en estos últimos años he constatado que aquellos que tienen el aval de ser buenos empresarios son los que saben cómo hacer frente a los costes salariales que es donde ellos ven la productividad, coste hora, a la propia productividad no le dan más importancia puesto que mucha culpa de la presunta improductividad del trabajo suele ser de ellos mismos,
     Y podemos comprobar que en los últimos tiempos también los mejores empresarios han sabido y saben quitar valor al trabajo que se hace en la propia empresa y en su entorno y piensan cómo montar otro centro de trabajo en otro sitio. A sus trabajadores les dice que se va a otro sitio porque allí a donde va son más largas las horas del día y los días de la semana se cuentan por uno más, y la productividad es diferente y la rentabilidad de la inversión también. De esta manera también les advierte que va porque allí el jornal es más bajo que aquí, así que no se les ocurra pedir aumento porque entonces se irá con la empresa a otro sitio.
     Sin embargo hay un aspecto de la productividad que nos afecta sin medirla y de la que nunca se habla: la productividad social.
    Aquella que sirve a nuestras atenciones como personas
    Al escribir estas líneas me viene a la cabeza por ejemplo que en mi pueblo hay más personas equipadas en los cuerpos de seguridad que maestros en las escuelas o que médicos en el centro de salud.
Ayer pasé una mala noche porque me puse enfermo.
    Al levantarme por la mañana llamé al ambulatorio y allí nadie contestaba. Caí en la cuenta de que era San Saturnino, el patrón de la ciudad vecina y que seguramente habrían cerrado. Pasé el día sin necesidad de ir a ninguna urgencia pero a la mañana siguiente volví a llamar. No me podían atender ni siquiera a última hora de mañana, porque a partir del mediodía no atendían los médicos, que había muy pocos, porque algunos estaban de puente.
El día del santo había caído en jueves.
     Me dieron cita y número para el lunes.
     El lunes hube de esperar casi dos horas para que me atendiera el médico y cuando entré le expresé mi queja por una espera que se repite cada día. Lo siento, me dijo pero esto no tiene arreglo.
     Esto sí que es productividad. No saber cómo ponerle remedio ni organización en sectores como el de la atención médica primaria en la que los responsables dictan que se ha de hacer cada visita en unos minutos que es imposible se pueda realizar y que por lo tanto duran el doble. Han pasado décadas desde que está demostrado que esto ocurre y nadie, ni los mismos perjudicados se han preocupado por esta productividad perversa y negativa.
     Esta es la trampa en la que no podemos caer quienes trabajamos y sobretodo quienes nos dedicamos a servirnos como ciudadanos. Hábitos y defectos que se han hecho norma y costumbre. Debemos defender nuestro tiempo, que aunque solo es tiempo, es nuestro y no nos lo pueden quitar de nuestra vida con fiestas estúpidas y horarios que no ven más allá del odio a servir a los demás
Hablando de fiestas y de estupidez estos días en los que escribo las escuelas están cerradas para santificar la navidad y un fin de año que no es fin de año ni de nada y la llegada de unos reyes que más que magos o mágicos salieron en cuadrilla a buscar concubinas.
    Aquí sí que está la productividad que hemos de medir y evaluar.
    Esta productividad que nos afecta directamente al ciudadano.
    La productividad social de la que nadie habla y de la que no quieren que crezca ni en cantidad, ni en calidad, ni en inteligencia.

domingo, 9 de febrero de 2014

La división del trabajo


Desde el punto de vista histórico, también a nivel social y humano, la división del trabajo ha puesto unos límites a la humanidad que hasta hace muy poco tiempo no se han superado por completo.
      ·         Los hombres a ganar el pan.
      ·         Las mujeres en la casa con la familia.
      Esta manera de organizarse también aparecía en la novela sagrada en el mismo capítulo, la primera división de tareas en la historia de la humanidad quedaba plasmada, de la misma manera en la que estaba determinada la maldición divina de trabajar.
      Desde esta idea, por la cual cada quien tiene un destino en la vida, una de las circunstancias que más ha perjudicado a la humanidad a lo largo de la historia ha sido la división y la especialización del trabajo.
      Este es el proceder social que se ha practicado en la disposición económica y social de nuestra civilización, es lo que ha llevado a que la organización del trabajo se basara en que cada persona había de saber hacer algo: tener una profesión con la que justificar su comida. Así nos encontramos con que cada persona en función de la familia en la que nacía o el lugar en el que vivía, desde niño, optaba por ser lo que fuera a pesar de que esa opción salvo honrosas excepciones le imposibilitaba que pudiera ser nada más en su vida.
      Con la división del trabajo que se ha conformado socialmente durante los últimos siglos, desde la misma estructura social y urbana que generaron los gremios hace más de dos mil años cuando el trabajo se fue especializando de una manera clara incluso siendo separado cada oficio: físico, social y económicamente, la moderna concepción del trabajo ha superado estas estructuras de aquellos oficios y gremios nos ha llevado a que haya especializado el trabajo no solamente a una determinada profesión sino a una tarea concreta.
       En la actualidad hemos llegado a un momento en el que ya casi todas las personas hemos optado por despreciar la pericia para hacer nada que no tenga que ver con lo que es nuestra faena profesional. Esta división se ha tornado de tal manera que podemos llegar a ser expertos en cualquier tarea, que además pude ser una tarea inútil, y además ser absolutamente inútiles para todas las demás tareas aunque tengan un tronco común y una técnica similar a la que somos expertos.
      Esta forma de entender el trabajo, que podía ser muy práctica, se fue implantando en la sociedad desde la cultura gremial del medievo en la que las necesidades eran muy limitadas. Pasado el tiempo, hasta hace un siglo, estructurar la sociedad así, podía llegar a tener algún sentido si se entendía que cada cual socialmente, tenía su tarea y tenía bien definido lo que podía hacer y lo que debía hacer en la vida. Quizás  hacerlo así ayudara a que la sociedad se organizara de una manera muy sencilla repartiendo tareas y recursos entre casi todos.
      Con la revolución industrial se profundizó esta especialización del trabajo hasta llegar a un punto, en el que quien trabaja puede ser capaz de hacer cualquier tarea muy específica y complicada en un punto de la producción sin tener ni idea de todo lo que se hace en el conjunto de lo que se produce.
       Y quien ha llegado a tener un oficio desde el que ha tenido una visión en conjunto de su trabajo, ha sido dentro de una cultura de lo que significa la profesión que todavía tiene mucho de gremial. Si la familia es de padres médicos los descendientes serán médicos, si son abogados, practicarán la abogacía, si trabajan con el hierro trabajarán en la fragua y si con la madera con la madera y si son albañiles y construyen casas construirán casas sus hijos, y si son funcionarios serán funcionarios, si son peones todos los descendientes serán peones para toda la vida.
       Y más tarde, en estos tiempos en los que es más importante el control y la seguridad y tener entretenidas a las personas para que no tengan malos pensamientos, sobre todo con el crecimiento de las estructuras administrativas pública y privadas, la división del trabajo se ha asentado y multiplicado de una manera implacable en la burocracia y el funcionariado.
      Hace unos años fui a las oficinas de la policía a recoger mi carnet de conducir. Los entregaban en la primera planta y al subir por las escaleras me encontré con un mostrador en el que estaban atendiendo dos policías. Uno de ellos, sentado a la derecha era el que entregaba los carnets y tenía una larga cola de pacientes ciudadanos esperando para recogerlos. El otro, a su lado, como sujetando el pilar de la izquierda en el que se sujetaba el edificio, con la mirada caída y el bolígrafo en los labios con actitud de pensador que se aburre pensando, no tenía nadie que esperara su trabajo. Pasado un buen rato y cuando yo ya estaba el segundo de la fila y queriendo ahorrarme unos segundos de espera me puse delante de quien estaba pensando y le di los documentos que llevaba para recoger el carnet.
     Ay perdón yo no le puedo atender… no sé hacer eso. Me dijo.
Esta especialización del trabajo es también la que ha obligado a tener que  cambiar un trabajo por otro con mediación del dinero. Con la división del trabajo hay quienes hacen unas cosas y quienes hacen otras, cada persona en su casa con lo que sabe hacer y el dinero en todas las casas para que lo gaste quien quiera. Aunque luego resulta haber más en unas que en otras: también según el cociente que haya resultado de la división del trabajo. Con independencia de la tarea que cada cual realiza, desde esta especialización nadie piensa en el bien común, sino que por el contrario: alimenta la codicia vanidosa de quien tiene el trabajo más imprescindible y con menor oferta.
      En consecuencia, con esta división y  especialización del trabajo nos es más difícil procurar nuestra propia subsistencia. Actuar así, debido a que son muy pocas las cosas que sabemos hacer de manera autónoma, creamos una interdependencia entre las personas que es malsana por la misma necesidad que supone que sea casi imposible de superar. Así, para casi todo lo que necesitamos, aunque sea muy simple, alguien nos tiene que ayudar y colaborar a cambio de dinero.
      En la actualidad se defiende esta especialización del trabajo por una hipotética y falsa mejora del rendimiento del trabajo porque aseguran que llega acompañado por un mayor conocimiento de lo que se hace. Sin embargo con la especialización y división del trabajo se muestra a la sociedad: individual y colectivamente sus propias incapacidades y profundiza en la creencia de que no es necesario ni posible llegar a ampliar su horizonte de sapiencias y pericia. Esta misma división y especialización rechaza el aprendizaje, la formación y el conocimiento de las personas y la necesidad de que adquieran otras aptitudes.
       A pesar de la especialización de cada trabajo la realidad es que casi todos los grandes avances en todos los sectores han llegado de mano de quien no se había iniciado en ese oficio. Alguien que llegó un día y lo observó desde fuera y comprobó cómo los vicios los defectos y los malos hábitos era la cuerda con la que se unían y comprobaron que esa eficiencia de la especialización era una gran mentira con la que se ocultaba mucho trabajo inútil y una vanidosa importancia.
       Pero vista esta división del trabajo más cercana en el tiempo, tiene algunas consecuencias que en apariencia parecen baladíes pero que son muy determinantes en la vida de las personas:
       ·      La gran mayoría de los trabajos aunque sean de un cierto nivel tecnológico se han diseñado y diseccionado de tal manera que con un poco de entrenamiento no se necesita formación de ninguna clase para realizarlos. Si se necesita algún conocimiento no es más que lo que se puede aprender en muy pocos días con un mínimo de comprensión. De lo que yo he visto, en el noventa y nueve por cierto de las ocasiones, en el trabajo hay que tener más destreza que conocimiento.
       ·      Muchas vidas se han visto desaprovechadas porque se han sentido preparadas para realizar un trabajo que nunca han tenido. Luego han sabido que aunque lo hubieran tenido significaría poco más que una pieza más del engranaje de la máquina de trabajo en la que estuviera destinada por el aparato burocrático. Conozco de muchas personas, que en esa espera ansiosa por realizar el trabajo de sus sueños, sus ilusiones vanas les han podido y ni siquiera han activado su tiempo en dedicarlo para ellas mismas, para sus adentros, independientemente de para lo que estuvieran preparadas.
       En los núcleos más religiosos y que mejor guardan las esencias monoteístas, esta división entre hombres y mujeres de la que hablaba al principio todavía es una ley y sigue siendo una manera de entender la organización social que no hay manera de cambiarla. En buena medida la sociedad lo ha superado pero sin embargo esta división del trabajo desde todas sus caras es la que hay que tratar de superar.
       La especialización absurda del trabajo llega hasta el punto de que necesitamos que en la carnicería nos empanen una chuleta de jamón de cerdo envolviendo una loncha de queso porque no somos capaces de hacerlo en casa por nuestros propios medios.
     Seguro que estamos muy cansados de tanto trabajar en lo nuestro.
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lunes, 27 de enero de 2014

El consumo


   El verdadero motor de todo el sistema es el consumo.
      Resulta evidente que sería mejor que quien trabaja gaste el dinero aun cuando lo gaste en bebida o en espectáculos o en otras tantas cosas sin sentido que tienen tanto sentido para quien las gasta. Quizás si profundizamos un poco, el propósito social básico del trabajo radica en el consumo que unos hacemos para satisfacer nuestras necesidades de lo que producen otros.
       El consumo significa dar salida a los servicios producto del trabajo, que nos hacemos unas personas a otras y que de buen grado los aceptamos para dar satisfacción a nuestras necesidades. Las personas, racionalmente, tratamos de satisfacer aquellas necesidades reales sin demasiados aspavientos, sin embargo el sistema necesita que se consuman de aquellos servicios que se planifican y producen en las alturas a gran escala y con grandes florituras y engaños.
       El consumo es lo que propicia el trabajo y como ya hemos visto en páginas anteriores, con el trabajo todos los demás factores entran en movimiento y por lo tanto el consumo no tiene por sí mismo un componente absolutamente negativo. Quizás, en nombre del progreso se pensó demasiado en la producción y demasiado poco en el consumo, y como consumidores debiéramos exigir que se produjera lo que consumimos. Evitar que se produzca independientemente del consumo y después tratar de inducirlo en los hábitos sociales para poder decir que quien consume es el que tiene la libertad de elegir.
       Porque, aunque ocultas, existen grandes divergencias entre las necesidades sociales e individuales de la población con respecto a los objetivos de la producción de lo que se consume. Esta disparidad es lo que hace que a los hombres les resulte tan difícil pensar con claridad en un mundo donde el consumo se torne racional y más cuando la obtención de beneficios en la producción es el incentivo de la industria que nos dirige a consumir en función de sus intereses.
      Y de animar el consumo lo predican los unos y los otros.
      Los unos para que les compren y les quede dineros.
      Los otros por el derecho de tener para gastar.
      Pero el consumo tal como se ha dibujado desde el sistema también es otra religión en la que nadie se cuestiona sus principales dogmas. El primero de ellos: culo veo culo quiero y otros de la misma especie, que arrastran a las personas hasta el punto en el que se dan cuenta de que para consumir es necesario el dinero y que para conseguir el dinero es necesario trabajar.
       El mayor problema no es creer en dios sino que dios no existe.
       No existe si no se tiene dinero.
       Bendito consumo.
       Resulta evidente que quien trabaja pueda gastar lo que ha ganado en lo que más le apetezca. Sin duda que un mileurista trabaja porque tiene la convicción social de que un poco de dinero lo puede todo y puede gastar dieciocho céntimos de euro por minuto, en otro caso, no trabajaría por ese puñado de euros que le exprime la vida,

Nadie puede ser autosuficiente en sus necesidades aunque la suficiencia y necesidades de tan subjetivas como son, siempre ha sido imposible medirlas.
En estos tiempos en los que las autoridades acusan a la población de haber gastado, de haber consumido más de lo que permitían sus posibles en un afán por ser lo que no eran, aunque se lo merecen todo, de lo que se olvidan es que quien gastó, gastó lo que ganaba y lo que pensaba ganar en el futuro.                                                    
       Los gobernantes ya no recuerdan que sus súbditos al gastar cuando gastaron aunque fuera más de las cuenta, trasladaron su dinero a otros, que su gasto generó empleo entonces, y mientras estuvo consumiendo puso otro tanto como gasto en los bolsillos de los demás que felizmente lo ingresaron. Porque el consumo supone sacar tanto dinero como por otro camino va a entrar y siempre hay a quien beneficia.
      
       Yo soy amigo del consumo y siempre trato de consumir por todos aquellos lugares por los que paso. Creo que el movimiento se ha de procurar con el consumo que ha de ser en gran medida un consumo que lleve carga de trabajo, y más que de trabajo: de medio de vida, y en menor medida valor añadido de los otros factores.
       Soy de los que creen que hay que potenciar el consumo, pero el consumo de aquello que no gasta más que relaciones sociales, aquellas que además son unas relaciones que cuanto más son consumidas más satisfacciones trasladan.
       Es el consumo con el que se ha acabado en estos tiempos.
       Es muy posible que un nuevo sistema se pueda soportar también en el consumo, pero un consumo diferente al que proponen dentro del actual sistema quienes tienen necesidad de rentabilizar sus inversiones, conseguir interés de su capital, al consumo que se diseña desde las prioridades marcadas por entendidos que no son capaces de gobernar lo que desconocen y que solamente buscan mantener un estatus de poder absoluto sobre los ciudadanos.
       Porque hay muchas clases de consumo que en definitiva son las que determinan el alma de la sociedad en la que vivimos sea de una manera u otra. Una sociedad que se reconstruye en ocasiones con el consumo y que en todo caso se forja por manejar y cambiar.
       ·    El que se realiza en el entorno y en la calle, en las aceras, cerca de la gente y que al realizarlo aumenta las relaciones humanas porque hablamos y empatizamos con los demás:
       Sociedades, actividades populares, bares, cine y teatro. 
       ·    El que se realiza a gran escala una vez cada cierto tiempo y que además compromete la capacidad de consumo de tal manera que durante mucho tiempo no permite gastar en otras cosas pequeñas.
       Por ejemplo: con la compra de un coche se consume el noventa por ciento de lo que se tiene para consumir en los próximos cinco años de otros productos más livianos.
      Y hay dos conceptos de consumo.
      ·         El de las pequeñas cosas que se compran a gente cercana y que además aprecia la fidelidad y lo agradece con una sonrisa.
      ·         Y el de las ofertas de las grandes economías de escala en los que la apariencia de buen precio es más determinante en la compra que la necesidad real.
Hay dos modelos de consumo que vienen potenciados sobre todo por la diferenciación del producto, por las marcas y la publicidad:
      ·         Pequeños productores, comercio especializado.
      ·         Grandes superficies, cadenas, franquicias.
      Pero no me cabe duda de que el consumo que se va a producir en los próximos tiempos es el consumo de ocio.
      ·         Ocio popular en el entorno. Una manera de entender el entretenimiento y las relaciones que ayude a darle vida a la sociedad y que a menudo exija de la participación de quien lo disfruta.
      ·         El ocio que se amasa para las masas, que consigue entretener al ochenta por ciento de la población de una sociedad inerte. Los grandes espectáculos. Viajes y fiestas de contenido comercial.
 También el consumo tiene aspectos diferentes según sea el contenido determinante de lo que se consume.
       ·         De valor añadido humano de calidad.
       ·         Aprovechamiento de fuentes de la naturaleza.
       Si hubiéramos optado por un consumo con las primeras características de estos apartados, hubiéramos producido menos y consumido más que lo necesario. Y sin entrar en costes puesto que si entráramos sería de suponer que concedemos poca importancia al goce y a la felicidad sencilla y no juzgamos la producción por el placer que da al consumidor sino por su coste.
       Teniendo en cuenta la recesión económica que nos lleva y las nuevas circunstancias que se han creado, espero que a la población nos lleve a reflexionar sobre todos estos aspectos que tiene el consumo y que determinan los derroteros sociales. La población para seguir su andadura y valorando el bien común habrá de pensar que las necesidades se han de calibrar y sopesar mucho más que lo que se han sopesado y calibrado en las últimas décadas en las que nos han inducido a seguir caminos equivocados. Quizás se mirarán en las conductas y hábitos y en la manera de pensar de los llamados alternativos que tan denostados han sido en los últimos tiempos.
Pero la realidad, para qué nos vamos a llevar a un engaño que nos enloquezca y nos haga perder la perspectiva, es que la mayor cuota de consumo en la actualidad es el pago de intereses y amortización de las deudas de la población. Una  realidad que significa devolver trabajo, consumir trabajo del que se realizó hace tiempo y ya no queda para consumir trabajo del que se hace ahora.
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domingo, 19 de enero de 2014

El endeudamiento

Cuando se tiene, el dinero sirve para cambiar un producto por otro convirtiendo su valor en ese dinero disponible.
    Pero cuando no se tiene dinero, nos encontramos con una gran ventaja dentro del sistema: se puede pedir a quien lo tiene guardado y dispuesto a prestárselo a quien lo necesita.
    Así, desde que se tiene noticias de que existe el dinero, el que lo necesitaba y no lo tenía se acercaba a los prestamistas que subsisten desde hace siglos gracias a la práctica de la usura y si le ofrecía las suficientes garantías se lo prestaban cobrándoles un interés.
    Las ingentes masas de capitales que se proveen desde el ahorro, complementado por los excedentes de las grandes corporaciones que prefieren tener una parte de sus activos en inversiones financieras, no se poseen ni gestionan para dejarlas paradas sino para ser prestadas a quienes tienen posibles para devolverlo y mejor si ponen en garantía aquello en lo que van a invertir. Por ello, todo el sistema está dirigido desde una visión financiera de la economía: el sistema tiene el dinero y solamente es preciso que haya personas o entidades que estén dispuestas a endeudarse y a pagar el interés correspondiente.
    Dispuestas a trabajar y a no tener descanso en su actividad vital.
    Para asegurar la viabilidad y permanencia en el tiempo, el sistema financiero, que culturalmente ya nos ha mostrado las bondades del ahorro, por otro lado como si fuera un favor social que hace, potencia desmesuradamente su otra cara: el endeudamiento.
    Trato de explicarlo:
     Está verificado que para una parte de la población resulta muy complicado tener una meta de ahorrar ordenada y periódicamente  hasta llegar a tener el total del valor del producto que se desea adquirir, por eso el sistema ha planificado la manera de facilitarle la compra y hacer realidad sus deseos de inmediato. Un variado abanico de fórmulas financieras adelanta el total del valor de compra y a partir de ese momento el deudor ya puede empezar a ahorrar para devolverlo con un orden y periodo establecido.
     Esto tiene una pequeña carga de intereses, dependiendo de la solvencia que tiene el cliente, pero que en los últimos años muchas veces, en teoría, era mucho menor que lo que suponía la subida del producto en el tiempo en el que estaba ahorrando para poder comprarlo con la cartera en la mano.
     El caso de los inmuebles es muy claro:
     El deterioro padecido por algunos ahorradores de pérdida de su poder adquisitivo cuando se trataba por ejemplo de comprar una casa en la que vivir era patente. Aunque ahorrara durante un tiempo resultaba que subía el precio de las casas mucho más que lo que había ahorrado en ese tiempo. Mejor si hubiera comprado la casa antes de empezar a ahorrar porque nunca alcanzaba a comprarla salvo que se entrampara. Así que a los siguientes compradores esta realidad les hizo ver las cosas de otra manera: más vale comprar ahora a cualquier precio e hipotecar, que mañana será una ganga.
     Si el sistema se ha diseñado para conseguir plusvalías del ahorro de una parte de la población, también está pensado para sacarlas de quienes se endeudan. Es la forma en la que por tenencia de activos de pasivos consigue márgenes de toda la población para sostenerse.
    Ahora ya pueden trabajar si quieren.
    El chiringuito está bien montado para que ganen los listos.
 
   El endeudamiento significa ahorrar con antelación.
   Como ahorrar significa acumular trabajo, quien se ha endeudado, lo que en realidad ha hecho es comprometerse a trabajar mucho y sin descanso en el futuro. Digamos dos o tres veces más que lo que necesita para satisfacer sus necesidades más elementales. Digamos con gran normalidad que con el endeudamiento se ha convenido un contrato de esclavitud por unos cuantos lustros.
     El crédito ha sido el trampolín con el que el sistema financiero ha prometido subir en volandas a la ciudadanía más resuelta a la clase media en una engañifa que se ha tornado en trágica. Adelantando el dinero de sus necesidades le facilita tener en sus manos todos sus sueños y después ya los pagará si puede.
    Siempre ha sido así y siempre se ha salido de la trampa.
    El endeudamiento hay que cuestionarlo en su conjunto porque es la llave maestra con la que el sistema tiene atada a la sociedad con un nudo corredizo que cuanto más se tira más aprieta. A plazo corto hay que enfrentarse radicalmente a los acreedores y poner en cuestión: el volumen de la deuda y las condiciones de pago. Si no se modifican estos dos aspectos importantes, es increíble cambiar las condiciones injustas e inviables que ha promovido el sistema.
     La sociedad tiene tanto y tanto trabajo comprometido para hacer frente al pago de la deuda que tiene en la actualidad que nada más que para pagarla hay que trabajar mucho más que lo que hace unas décadas se trabajaba para vivir.
     Este futuro inmediato no es justo ni posible.
     Hay otro aspecto del ahorro: los préstamos hipotecarios para la compra de la primera vivienda. Fueron tiempos en los que las decisiones de los que se endeudaban las tomaban metidos en un callejón sin salida. La práctica consistía en que en lugar de guardar el dinero hasta  tener parte suficiente para comprar el bien, comprarlo a crédito y adquirir un compromiso de estar ahorrando una cantidad fija al mes durante un determinado número de años.
     Al final resultó que el callejón era la entrada a la servidumbre.
     Es el endeudamiento que produce el sufrimiento más visible en estos años con unos síntomas que todos podemos comprobar atónitos y sin remedio y cuya deuda tiene unos condicionantes a saber:
     ·   Deuda superior al valor real del bien.
     ·   El propio sistema financiero tasó muy por encima su precio.
     ·   El sistema institucional aprovechó vía tasas e impuestos.
     ·   La economía general tuvo una época de esplendor.
     ·   Muchos sectores aprovecharon esos altos precios.
     ·   Hubo quien vendió diez veces por encima de lo que compró.
     ·   A medio plazo va a resultar imposible pagar ninguna hipoteca.
     ·   Es más importante este ajuste que ningún otro posible.
     ·   Hay que hacer real el derecho a una vivienda digna.
No puede ser que: por la aplicación radical de las leyes y esa incapacidad para cambiarlas por parte de los gestores antes de que los acontecimientos las superaran trágicamente, la realidad para muchas personas que han querido tener su propia vivienda se ha convertido en una partida de Monopoli  en la que la suerte o la mala suerte te permite tener tres pisos y dos hoteles o verte en la calle abandonando la partida.
     Esta manera de proceder tiene una grave contraindicación y es que si alguien toma prestado un dinero lo ha de devolver en el plazo convenido y con un interés determinado. Sin embargo hay ocasiones en las que no se ha calculado bien el trabajo necesario para devolverlo o el trabajo ha disminuido o incluso desaparecido, entonces esa condición no se cumple por parte del deudor, más que nada: porque no se tiene trabajo con qué pagar.
    Aquí nos encontramos con la contradicción más importante.
    La obligación de devolver su dinero a quien te ha prestado.
    La conveniencia de prestar dinero a quien te lo puede devolver.
    Para salvaguardar sus derechos de cobro o subsanar los riesgos de impago la selección del cliente, la comercialización de crédito se hace con los diferentes productos que ofrecen las nuevas fórmulas y estrategias empresariales financieras. En redes paralelas se ofrece a menor solvencia: mayor interés, tanto ordinarios como si se producen descubiertos. Es muy común encontrarse liquidaciones de interés por encima del cuarenta por ciento T.A.E.
      Porque en la actualidad las condiciones han cambiado y cuando se ha tratado de que el dinero no perdiera su valor en beneficio del que tenía dinero y se ha controlado la inflación y también se ha contenido el precio del trabajo resulta que pagar es más difícil.
    Toda la estrategia está pensada en contra del deudor.
    Y el deudor ha caído en la trampa como el animal que huye.
    Antes, quedaba la sensación de que las deudas casi se pagaban solas puesto que la pérdida de valor del dinero con la inflación conseguía que las cantidades adeudadas si bien no menguaban en términos absolutos, sí que se reducían en términos relativos.
    
     Pero en la cima, quien pide dinero prestado, aunque tenga voluntad de devolverlo, también tiene la voluntad de esquivar su pago si cambian sus condiciones o en todo caso devolverlo con un nuevo crédito.
     Así actúa el propio sistema.
     Nunca devuelve el dinero a los ahorradores.
     Y si lo devuelve a algún ahorrador es con el dinero de otro.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Los ahorradores

Quienes tienen el dinero son los ahorradores.
      Se podría calcular y asegurar, que quien tiene cincuenta años y tiene ahorrados más de doscientos mil euros ya tiene ahorrado algún dinero producto del trabajo de otros.
      Nunca nadie ha ahorrado tanto solamente con su trabajo
      Y si es por herencia se puede asegurar sin necesidad de cuentas.
      Casi siempre ha sido por el trabajo de los demás.
      Más valiera que lo que cada cual tuviera ahorrado fuera de su trabajo y no del trabajo de los demás que es de la manera en la que se han construido la gran mayoría de los grandes capitales.
      Con esta actitud basada en el ahorro se fomenta la dualidad de las sociedades cada vez a más grandes pasos. Y no porque una parte de la sociedad sea despilfarradora sino porque no tiene con qué ahorrar.
      Es un aspecto de la economía que antes se decía y ahora se calla.
Los ahorradores son personajes como uno de aquellos hombres que se ridiculizaban en las comedias clásicas porque se pasaron toda la vida ahorrando casi de una manera miserable quitándose la comida de la boca y mientras su hijo, ya mozo, subsistía gastándose lo que había ahorrado el padre dedicándose a la juerga y al fornicio.
      Decía el padre: qué ignorante, lo que yo he disfrutado ahorrando, no lo disfrutará mi hijo ni aunque se gaste toda mi fortuna.
       Sin ninguna duda el hijo hacía más labor social que el padre.
      No es una exageración.
A mí no me cabe ninguna duda que esa necesidad de ahorrar es una enfermedad que afecta a las personas que tienen muy poca confianza en ellas mismas y en las que les rodea, y que, para mejor definirlas tienen por el contrario una admiración por sí mismas y un cierto desprecio por las demás. Y creo, que son las clases medías de más rancio abolengo, las más predispuestas culturalmente a ahorrar para tener un algo y para lo que pueda pasar que nunca se sabe, es: porque desde su superioridad saben de sus incapacidades.
      Gentes que de tanto estar bien han tenido temor al futuro.
      Y el ahorrador cundo consigue tener sus buenos ahorros en buen sitio invertidos, también es una enfermedad social: una parte de los recursos humanos de la sociedad se enquista y bien alimentada por distintas medicinas, toma fuerza y dispone de las posibilidades de todos los demás recursos humanos.
      Yo nunca he ahorrado.
En estos días en los que miro el periódico muy por encima, me ha sorprendido que el Secretario General del Partido Socialista de Navarra haya presentado su declaración de bienes en el Parlamento y admita que tiene ahorrados trescientos mil euros en cuenta corriente. Curiosamente, poco más o menos lo que también había declarado hace unos días que tenía ahorrados el Coordinador General de Izquierda Unida y portavoz en el Congreso de los Diputados.
      La verdad es que me sorprendieron ambas circunstancias que se cruzaron en el tiempo y no porque un socialista o un comunista no pudiera tener una importante cantidad de dinero ahorrado por el mero hecho de ser socialistas o comunistas: no. Ni tampoco por aquella otra justificación que utilizan ellos de una forma sarcástica para justificar su patrimonio de que: a ver si no van a poder tener dineros los pobres, digo lo izquierdas. 

Me sorprendió que personas que eran
tan importantes no se dieran cuenta de que ellos mismos están alimentando el sistema que a todas luces y a tenor de sus discursos dicen es creador de tantas injusticias y que están dedicados a la política por cambiarlo. Un sistema que se basa en la acumulación de capitales y que en última instancia son los que, también con sus ahorros de insignes políticos, gobiernan el mundo por encima de la voluntad de los ciudadanos y de la suya que es la que nos representa.
       Porque ahora también sabemos que Mariano Rajoy, presidente del gobierno, defensor del sistema, también tiene esa tendencia compulsiva de ahorrar cientos y cientos de miles de euros.
       Para mañana, aunque mañana también le sigamos manteniendo.
       La conciencia del sistema llega a todos los rincones.
       Para qué querrán el dinero.
       Me pregunto
       Acaso no tengan capacidad para ganarse la vida y han de proveer.
       Cuánta credibilidad ganarían si en el bolsillo no tuvieran más que las manos y que en la libreta tuvieran bien escritos sus principios.
Antes, y ahora, muchas personas se limitan a meter sus ahorros en metálico debajo del colchón o en una caja de caudales electrónica. Casi nunca son hacendados quienes así obran sino personas que han hecho del trabajo y del ahorro: su vida, su necesidad, su seguridad o su futuro y que esa necesidad era abonada por su avaricia sin que fueran muy conscientes de ello.
      Así se justifican a sí mismos ahorrando de pocos en pocos.
      Es obvio que estas personas ahorrando no generan empleo y lo único que hacen es mantener almacenada la sangre con la que se reparte la riqueza entre quienes la necesitan, pero es su opción por acumular dinero con la que tratan de tener asegurado su futuro y será entonces cuando corra, cuando mueran. Esa riqueza así guardada nadie la puede adquirir con su propio trabajo, quizás mañana.
      Así y todo, socialmente mejor sería que no ahorraran.
Si quien ahorra invierte sus ahorros y los lleva al banco para que fluya en el mercado financiero, la cuestión tiene diferentes aspectos, pero en casi todos ellos alimenta un sistema en el que el capital es imprescindible para comprar directa o indirectamente el trabajo. Ceden la posesión de ese dinero a quienes les gestionan sus ahorros y no se hacen responsables de lo que se haga con él.
       La mayoría de los ahorradores se inclinan por la cuenta corriente más o menos remunerada en la que siempre mantienen un saldo de seguridad para cualquier imprevisto. En esa cuenta, sin sobresaltos, van cargando todos los gastos de la economía familiar. Si el saldo va creciendo la gran mayoría de la población pasa a lo que se llama: plazo fijo. Esta manera de actuar inmoviliza en la misma entidad una cantidad por un determinado plazo posiblemente a un interés más amplio. Quizás ahorrar así, en estos tiempos ha quedado marginal puesto que para las entidades financieras estos depósitos tienen un coste elevado.
      Con distintas estrategias comerciales y políticas, la forma de ahorrar que se ha potenciado en las últimas décadas ha sido tratar de obligar a una parte importante de la población al ahorro mensual de unas cantidades que pueden suponer hasta el veinte por ciento de sus ingresos. Son planes de pensión y de jubilación o de inversión. Ahorros que además se veían reforzados a fin de año porque las normas fiscales que desarrolla el gobierno, cada año, tenían un apartado y una deducción en la base o en la cuota del impuesto de la renta. El último mes del ejercicio, en lugar de dedicarse a lo suyo, los bancos y cajas se dedicaban a la captación de unos depósitos que sin embargo iban a quedar fuera de su control.
      Curiosa maniobra financiera.
      Ahora la mayoría de los ahorradores no saben dónde está su dinero. Quizás para aliviarse la conciencia piensan que está guardado en una cajita de colores en la trastienda de la oficina con la que trabaja y que de vez en cuando le quita el polvo ese joven director tan guapo y trajeado. Lo cierto es que sus ahorros pueden estar en cualquier sitio: invertido en las economías de los países emergentes, financiando cualquiera de las mil guerras que hay en el mundo o especulando con la deuda de su propio Estado, ese que le recorta su gasto sanitario.
      Los ahorradores sin embargo se creen inocentes de lo que pueda causar su dinero, fuera de la cajita de colores y rodando por el planeta en las manos de quienes ellos permiten que muevan el mundo. 
      Para moverse del lugar de origen el trabajo que se mueve integrado en mercancía encuentra muchas trabas para su circulación, y todavía así tiene que pagar tasas y aranceles al traspasar algunas fronteras.
      El dinero se mueve pulsando una tecla de un computador.
El sistema, potenciando el ahorro consigue crear una especie de montaña en la que los ahorradores están en un lateral del montón y van echando paladas hacia arriba con los dineros que ahorran.  Ellos siempre quedan abajo y únicamente pueden aprovechar los granos de la arena que se escurren por el lateral de la montaña.
      Son los granos con los que les pagarán sus ahorros
      En realidad: la parte principal ahorro de los ahorradores, lo han subido tan alto de la montaña, está tan arriba de la ladera, que nunca se lo devolverán y si se lo devuelven siempre será con el ahorro que acaba de llegar de otro.
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jueves, 28 de noviembre de 2013

El ahorro

Quien guarda el dinero ahorra.
     Todos los factores económicos surgen de la fuente financiera que supone el ahorro del trabajo, propio o ajeno, convertido en dinero. Cada cien euros ahorrados suponen al menos un día de trabajo de cualquiera que hubiera trabajado.
     Es ese ahorro al que ahora se le llama inversión financiera.
     Este ahorro-inversión, ha venido a sustituir lo que antes eran los bienes de inversión que luego exigieron sus rentas y a abandonar la costumbre de acumular pequeños capitales que eran prestados por un determinado interés.
     Esas rentas y esos intereses vuelven a salir del trabajo.
     El nuevo sistema económico se ha basado en conseguir plusvalías, si no del trabajo directamente, quizás cada vez haya menos proporción de trabajo al que se le puede sacar excedentes, sí indirectamente del trabajo acumulado, es decir: del ahorro, algunas veces, un ahorro que tiene sus raíces en el albor de los tiempos y en el sudor de otras gentes.
      La inteligencia del sistema que hace unos treinta años se moría, comprendió, que con los cambios sociológicos y económicos que se estaban dando con un importante y necesario crecimiento de la clase media, quienes tenían capital no solamente eran los capitalistas propiamente dichos, sino que había un espectro más amplio de la sociedad, a cuyas gentes y trabajo, difícilmente se les puede explotar directamente, pero que sin embargo podía generar plusvalías a través de sus pequeños capitales.
      Para eso hubo de fomentar el ahorro en grandes cantidades en  una base mucho más amplia de la población y con una disciplina y método que hiciera previsible y constante su afluencia.
El ahorro es el soporte sobre el que se justifica el sistema y lo propaga como una planta que es alimentada desde sus raíces insertas en el tejido y en la conciencia social y de la que nacen y crecen miles de ramas que esconden su tronco principal.
      La base sobre la que se asienta es esa propensión cultural que tiene el género humano de:
      ·         Acaparar mucho más de lo que necesita,
      ·         Disponer de mucho más de lo que va a poder utilizar,
      ·         Tener mucho más de lo que nunca podrá gastar
      ·         Ser dueño de casi tanto como lo que se pueda imaginar.
      ·         Creerse un poco más que sus semejantes.
      Esa ambición por llegar a tener mucho más de lo que ninguna persona fallecida se va a poder llevar al cielo y que nos hace ser un poco egoístas y avariciosas y llegar a ser agarradas y míseras.
      ·        Esa necesidad de tener seguridad en el futuro incierto, esa tranquilidad económica que presta tener las espaldas cubiertas.
      ·        Ese orgullo por dejar posibles a la descendencia quizás con la vana esperanza de que nos guarde memoria.
      ·        Esa manera de ser con la que se pretende ser una persona ejemplar y honrada que cumple con las buenas costumbres sociales.
Desde este punto de vista con tantas virtudes y buenos propósitos, la persona que ahorra y que trabaja tanto o hace trabajar tanto a otras, la persona que acumula el valor del trabajo para que no lo pueda disfrutar otra, es un peligro social.
      ¡Cuánto trabajo tienen comprado para recepcionar mañana!
      Sin embargo el ahorro tiene una importancia vital en nuestra civilización porque quien tiene el poder, siempre necesita al lado a quien tiene el arcón con las riquezas puestas a su disposición.
      ·        El ahorro es una religión.
      ·        El ahorro es la argamasa con la que se une a la sociedad.
      ·         La fuerza de seguridad en el futuro es el ahorro.
      ·         La estabilidad futura se
asienta en el ahorro presente.

      El ahorro es trabajo acumulado y la explotación viene al amparo del ahorro porque hubo quien fue capaz de meter en una bolsa el trabajo ajeno. ¿Cómo es posible que en sus cuentas corrientes o depósitos a plazo tengan el trabajo acumulado de tantas personas? ¡Más hubiera valido que se lo hubieran gastado en lo que fuera o mejor todavía que no hubieran trabajado tanto y se hubiera dejado de inventar trabajos!
      Antes era más habitual el ahorro que se arrastraba de generación en generación a través de la aceptación de las herencias y que ya era el punto de partida de desigualdades sociales difíciles de superar.
El ahorro en otras ocasiones se construye de distinta manera.
      Ha ocurrido algunas veces que alguien tiene un piso que lo compró cuando era joven y pudo meterse en esa trampas que le costó tres millones de pesetas y pasados los treinta años lo ha vendido por 180.000 euros. He sacado cuentas y compruebo que con la especulación del piso ahorró de repente diez veces lo que le costó, que es mucho más de lo que había conseguido ahorrar con su trabajo desde entonces.
       Aunque estas ventas de oportunidad son especulación pura y dura, sin embargo, este ahorro una vez transformado en dinero también es trabajo, pero el trabajo de quien lo ha comprado, le va a pagar más de diez años de su vida laboral a quien lo ha vendido.
      Que en el mejor de los casos puede ser un amigo de su hijo.
      Nadie quiere pararse a pensar en este pequeño detalle.
      Cantidades ahorradas de esta manera han sido propiciadas por las circunstancias de los últimos tiempos.
 Antes eran los bancos, las cajas de ahorro y los montes de piedad los que fomentaban el ahorro entre la población en muchas ocasiones a costa de su miseria económica y moral. Un ahorro muy pequeño que en primera instancia estaba destinado a prestárselo a los gobiernos decían que para financiar las infraestructuras necesarias para tener trabajo y fomentar el progreso.
      Para muy poco sirvió entonces el ahorro.
      Pasado el tiempo en el que ya parece que no haya guerras, el grueso del gasto público de la mayor parte de los gobiernos civilizados consiste en el pago de las deudas pasadas y aunque parezca increíble en la preparación de las futuras guerras de paz.
      Quienes ahorraron y prestaron al gobierno en aquellos tiempos, indirectamente y en última instancia fueron los que propiciaron las guerras y las guerras las ganaron quienes más dinero tuvieron.
       No necesito recordar todas las guerras de principios del siglo XX.
El resultado real de los hábitos de ahorro de las sociedades más si cabe cuando se creen ricas, al final es el incremento del boato y de la pompa de las estructuras administrativas y burocráticas del estado al que presta. Con tanto gasto vano las economías de los estados se resienten y  han de conseguir dinero como sea para pagar lo que han de devolver y garantizar el cobro de los honrados ahorradores.
      Ya tienen excusa para subir los impuestos
      Luego todas las grandes crisis llegan porque entran en quiebra los gobiernos y por ende los estados.
      Un poco de lo que estamos viviendo en estos tiempos.
También se puede pensar que el ahorro, por mediación de los bancos y cajas, se ha invertido en empresas industriales y de servicios o en financiar proyectos de emprendedores o de presuntos empresarios con las que se ha tratado de generar trabajo.
       Este aspecto parece más loable.
       Pero ya vemos que cada cierto tiempo, ahora mismo lo estamos viviendo, una parte importante de estas empresas, emprendedores y empresarios deben cerrar sus negocios porque sus productos, sus servicios o sus ideas han resultado innecesarios.
       Después de un gran esfuerzo, se habrá desviado un considerable volumen de trabajo por caminos por los que no llegará placer a nadie.
       Porque todo será un fracaso.
      Porque el sistema se basa en el fracaso, sobretodo en el fracaso del mundo del trabajo que es el que más siente la pérdida de empleo. Y cuando observamos al empresario como fracasado también le consideraremos víctima de una desgracia inmerecida.
      Más valía que nadie hubiera ahorrado y lo hubiera financiado.
La sociedad, el mundo, el planeta, la humanidad, se ha de reconvertir en austera porque gastar significa dilapidar trabajo y esfuerzo, y en esa austeridad creo que se ha de desterrar el ahorro.
      Quien cree en el progreso no puede renegar de esta austeridad, y si cree que hay que seguir aprovechando los ahorros de otros y para ello ha de respetar íntegramente sus derechos, en realidad pretende mejorar el sistema para que nada cambie y para que se sigan inventando trabajos con los que llenar los calderos de sus intereses.