jueves, 28 de noviembre de 2013

El ahorro

Quien guarda el dinero ahorra.
     Todos los factores económicos surgen de la fuente financiera que supone el ahorro del trabajo, propio o ajeno, convertido en dinero. Cada cien euros ahorrados suponen al menos un día de trabajo de cualquiera que hubiera trabajado.
     Es ese ahorro al que ahora se le llama inversión financiera.
     Este ahorro-inversión, ha venido a sustituir lo que antes eran los bienes de inversión que luego exigieron sus rentas y a abandonar la costumbre de acumular pequeños capitales que eran prestados por un determinado interés.
     Esas rentas y esos intereses vuelven a salir del trabajo.
     El nuevo sistema económico se ha basado en conseguir plusvalías, si no del trabajo directamente, quizás cada vez haya menos proporción de trabajo al que se le puede sacar excedentes, sí indirectamente del trabajo acumulado, es decir: del ahorro, algunas veces, un ahorro que tiene sus raíces en el albor de los tiempos y en el sudor de otras gentes.
      La inteligencia del sistema que hace unos treinta años se moría, comprendió, que con los cambios sociológicos y económicos que se estaban dando con un importante y necesario crecimiento de la clase media, quienes tenían capital no solamente eran los capitalistas propiamente dichos, sino que había un espectro más amplio de la sociedad, a cuyas gentes y trabajo, difícilmente se les puede explotar directamente, pero que sin embargo podía generar plusvalías a través de sus pequeños capitales.
      Para eso hubo de fomentar el ahorro en grandes cantidades en  una base mucho más amplia de la población y con una disciplina y método que hiciera previsible y constante su afluencia.
El ahorro es el soporte sobre el que se justifica el sistema y lo propaga como una planta que es alimentada desde sus raíces insertas en el tejido y en la conciencia social y de la que nacen y crecen miles de ramas que esconden su tronco principal.
      La base sobre la que se asienta es esa propensión cultural que tiene el género humano de:
      ·         Acaparar mucho más de lo que necesita,
      ·         Disponer de mucho más de lo que va a poder utilizar,
      ·         Tener mucho más de lo que nunca podrá gastar
      ·         Ser dueño de casi tanto como lo que se pueda imaginar.
      ·         Creerse un poco más que sus semejantes.
      Esa ambición por llegar a tener mucho más de lo que ninguna persona fallecida se va a poder llevar al cielo y que nos hace ser un poco egoístas y avariciosas y llegar a ser agarradas y míseras.
      ·        Esa necesidad de tener seguridad en el futuro incierto, esa tranquilidad económica que presta tener las espaldas cubiertas.
      ·        Ese orgullo por dejar posibles a la descendencia quizás con la vana esperanza de que nos guarde memoria.
      ·        Esa manera de ser con la que se pretende ser una persona ejemplar y honrada que cumple con las buenas costumbres sociales.
Desde este punto de vista con tantas virtudes y buenos propósitos, la persona que ahorra y que trabaja tanto o hace trabajar tanto a otras, la persona que acumula el valor del trabajo para que no lo pueda disfrutar otra, es un peligro social.
      ¡Cuánto trabajo tienen comprado para recepcionar mañana!
      Sin embargo el ahorro tiene una importancia vital en nuestra civilización porque quien tiene el poder, siempre necesita al lado a quien tiene el arcón con las riquezas puestas a su disposición.
      ·        El ahorro es una religión.
      ·        El ahorro es la argamasa con la que se une a la sociedad.
      ·         La fuerza de seguridad en el futuro es el ahorro.
      ·         La estabilidad futura se
asienta en el ahorro presente.

      El ahorro es trabajo acumulado y la explotación viene al amparo del ahorro porque hubo quien fue capaz de meter en una bolsa el trabajo ajeno. ¿Cómo es posible que en sus cuentas corrientes o depósitos a plazo tengan el trabajo acumulado de tantas personas? ¡Más hubiera valido que se lo hubieran gastado en lo que fuera o mejor todavía que no hubieran trabajado tanto y se hubiera dejado de inventar trabajos!
      Antes era más habitual el ahorro que se arrastraba de generación en generación a través de la aceptación de las herencias y que ya era el punto de partida de desigualdades sociales difíciles de superar.
El ahorro en otras ocasiones se construye de distinta manera.
      Ha ocurrido algunas veces que alguien tiene un piso que lo compró cuando era joven y pudo meterse en esa trampas que le costó tres millones de pesetas y pasados los treinta años lo ha vendido por 180.000 euros. He sacado cuentas y compruebo que con la especulación del piso ahorró de repente diez veces lo que le costó, que es mucho más de lo que había conseguido ahorrar con su trabajo desde entonces.
       Aunque estas ventas de oportunidad son especulación pura y dura, sin embargo, este ahorro una vez transformado en dinero también es trabajo, pero el trabajo de quien lo ha comprado, le va a pagar más de diez años de su vida laboral a quien lo ha vendido.
      Que en el mejor de los casos puede ser un amigo de su hijo.
      Nadie quiere pararse a pensar en este pequeño detalle.
      Cantidades ahorradas de esta manera han sido propiciadas por las circunstancias de los últimos tiempos.
 Antes eran los bancos, las cajas de ahorro y los montes de piedad los que fomentaban el ahorro entre la población en muchas ocasiones a costa de su miseria económica y moral. Un ahorro muy pequeño que en primera instancia estaba destinado a prestárselo a los gobiernos decían que para financiar las infraestructuras necesarias para tener trabajo y fomentar el progreso.
      Para muy poco sirvió entonces el ahorro.
      Pasado el tiempo en el que ya parece que no haya guerras, el grueso del gasto público de la mayor parte de los gobiernos civilizados consiste en el pago de las deudas pasadas y aunque parezca increíble en la preparación de las futuras guerras de paz.
      Quienes ahorraron y prestaron al gobierno en aquellos tiempos, indirectamente y en última instancia fueron los que propiciaron las guerras y las guerras las ganaron quienes más dinero tuvieron.
       No necesito recordar todas las guerras de principios del siglo XX.
El resultado real de los hábitos de ahorro de las sociedades más si cabe cuando se creen ricas, al final es el incremento del boato y de la pompa de las estructuras administrativas y burocráticas del estado al que presta. Con tanto gasto vano las economías de los estados se resienten y  han de conseguir dinero como sea para pagar lo que han de devolver y garantizar el cobro de los honrados ahorradores.
      Ya tienen excusa para subir los impuestos
      Luego todas las grandes crisis llegan porque entran en quiebra los gobiernos y por ende los estados.
      Un poco de lo que estamos viviendo en estos tiempos.
También se puede pensar que el ahorro, por mediación de los bancos y cajas, se ha invertido en empresas industriales y de servicios o en financiar proyectos de emprendedores o de presuntos empresarios con las que se ha tratado de generar trabajo.
       Este aspecto parece más loable.
       Pero ya vemos que cada cierto tiempo, ahora mismo lo estamos viviendo, una parte importante de estas empresas, emprendedores y empresarios deben cerrar sus negocios porque sus productos, sus servicios o sus ideas han resultado innecesarios.
       Después de un gran esfuerzo, se habrá desviado un considerable volumen de trabajo por caminos por los que no llegará placer a nadie.
       Porque todo será un fracaso.
      Porque el sistema se basa en el fracaso, sobretodo en el fracaso del mundo del trabajo que es el que más siente la pérdida de empleo. Y cuando observamos al empresario como fracasado también le consideraremos víctima de una desgracia inmerecida.
      Más valía que nadie hubiera ahorrado y lo hubiera financiado.
La sociedad, el mundo, el planeta, la humanidad, se ha de reconvertir en austera porque gastar significa dilapidar trabajo y esfuerzo, y en esa austeridad creo que se ha de desterrar el ahorro.
      Quien cree en el progreso no puede renegar de esta austeridad, y si cree que hay que seguir aprovechando los ahorros de otros y para ello ha de respetar íntegramente sus derechos, en realidad pretende mejorar el sistema para que nada cambie y para que se sigan inventando trabajos con los que llenar los calderos de sus intereses.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Las cosas del dinero

      Y tanto trabajar es por el dinero.
      Un mileurista trabaja por dinero: por treinta pesetas al minuto.
      El trabajo es transformado en dinero, y así, convertido en moneda de cambio universal, es una herramienta que sirve para intercambiar infinitamente: entre unos y otros: un trabajo por otro.
     Cobrando lo estipulado por trabajar, cada cual puede hacer su trabajo y puede aprovechar el de los demás pagando un precio que tiene establecido en el mercado.
     No es mal invento.
     Esta civilización ha implementado el sistema sobre el dinero.
     Es la forma justiciera de dar a cada cuál lo suyo.
     En el devenir de la sociedad para todo se necesita el dinero.
     El dinero es quien gobierna la vida de la propia sociedad.
     Porque el dinero es la medida de todas las cosas
     Y quien tiene dinero lleva en su cartera a quien no lo tiene
     Y el que no tiene dinero es como si no tuviera nada.
     Así se entiende socialmente.
     El dinero es la fuente que más felicidad surte a la humanidad.
     Dicen. 
     Y posiblemente la fuerza que más tragedias le ha traído.

 
    Antes el dinero solamente eran monedas.
    Ahora ya no habría monedas para tanto dinero. Ahora el dinero es una anotación en cuenta que tiene su valor en la propia confianza que ofrece el sistema que ha ideado la manera de protegerlo contra todo. Porque el dinero es un valor ficticio que está favorecido por todas las leyes y costumbres sociales establecidas.
     
     En esta obra no me voy a poner en contra del dinero porque creo que es de gran utilidad y no es posible que en la sociedad para cuadrar casi todas las relaciones se pueda evitar el uso cotidiano del dinero. Sin embargo, sí que creo que al dinero y a todo lo que representa se le puede restar y relativizar su importancia económica y social. Para revelar las últimas trampas sistemáticas con las que ha reforzado su dominio voy a mostrar las dos caras de la moneda que lo materializa.
El dinero padece de una enfermedad muy grave: la inflación.
       Es la enfermedad que anemia la bolsa de los dineros.
      Y sobre el dinero se ha montado el sistema.
      Esta enfermedad hace que el dinero pierda valor, pero no porque pierda valor porque el dinero siempre vale lo mismo, sino que con la misma cantidad de dinero cada vez se puede comprar menos cosas, porque las cosas cada vez tienen un precio más alto.
      Pero las cosas no tienen más o menos valor por culpa del dinero.
      En todo caso valen más o menos por la oferta y la demanda.
      Y en algunos casos por los costes y la especulación.
      Y no todas las cosas suben su precio que otras muchas bajan.
      Subidas y bajadas que pocas veces son inocentes.
      Y en medio de todas las cosas está el dinero.
      Antes los pobres eran los más perjudicados por la inflación.
      Desde las capas sociales más humildes, la subida de los precios se detectaba enseguida en los productos de primera necesidad que consumía la mayoría social y que eran los que afectaban de forma determinante a su medio de vida.
      Carestía de la vida le llamaban.
      Los precios subían sin que nadie pudiera hacer nada para sujetarlos y era más difícil alimentar a los hijos y llegar a pasar el día a día.
      Nunca entendieron que la subida de los precios no era lo que les perjudicaba sino que lo que en realidad les perjudicaba era que: por ser abundante, no subiera el precio de su trabajo y de que a la par, con esas subidas de precios, se estaba alimentando una especulación que alejaba de sus manos las cosas más importantes mientras ellos se preparaban para reivindicar el alza en sus salarios.
      Se creyó que la inflación no afectaba a los que tenían dinero.
El dinero tenía una amenaza a la que llamaban devaluación.
       Era una decisión económica que amenazaba en periodos de crisis y que tomaban los gobiernos de la noche a la mañana.
       Era como la inflación pero a lo bestia
       Como si fuera un accidente difícil de prever y sin reparación.
       El sistema financiero basado en monedas fuertes y estables para garantizar el valor del dinero y que quede ajeno a la realidad que puedan vivir los diferentes sectores y espacios económicos ha conseguido garantizar en buena medida al que tiene dinero y a quien administra los dineros de terceros que haya una estabilidad en su valor y que en todo caso sea lo último que se pierda o deprecie.
       La devaluación conseguía que los habitantes que vivían con una determinada moneda se empobrecieran de golpe y casi todos de la misma manera y sin apenas darse cuenta pero sin embargo, el dinero se veía afectado en la misma relación que su devaluación en todas sus relaciones exteriores.
       Había que refugiarse en el dólar.
 
      El sistema actual consiste en gestionar cantidades ingentes de ahorro que proviene de los ahorradores y para que el sistema funcione le conviene diferenciar por la vía de los derechos a quien tiene dinero de los derechos de quien no lo tiene y defender los derechos de quien ahorra sus dineros por encima de todos los demás derechos.
     Para paliar los achaques de la inflación y evitar las contingencias de las devaluaciones, el sistema ya ha puesto su remedio porque la filosofía del sistema precisa que el dinero no pierda valor porque entonces perdería gran parte de su sentido.
      Nadie podría imaginarse que se pudiera convencer a la población para que quisiera guardar una cosa que cada día que pasa vale menos o que de la noche a la mañana puede perder una parte de su valor.
      Los gobiernos tratan de controlar la inflación pero no porque no quieran que suban las cosas aunque muchas veces suben sin poder evitarlo producto de sus propias decisiones. No controlan porque la subida produzca carestía y limite la capacidad de los jornales de quienes trabajan, sino porque no quieren que pierda valor el dinero.
      Y aunque los gobiernos deben cantidades ingentes al sistema financiero y les interesaría que el dinero perdiera su valor, sin embargo, no quieren que pierda, porque en definitiva ellos no lo tienen que pagar, que lo pagan los ciudadanos, y porque ellos están donde están, porque están sujetos a una serie de compromisos con quienes les financian con precisos objetivos en la macroeconomía pública 
       Y a ellos los sostiene ese dinero.
       Ahora dejando los gobiernos la decisión de devaluar en manos de quien lo tiene prohibido. Una vez desaparecido ese concepto de la jerga financiera, sin embargo, cuando los habitantes de una zona determinada que antes hubiera devaluado su moneda tienen necesidad de reajustar su economía a la baja lo hace de una manera diferente, el dinero mantiene su valor en el interior y en sus relaciones con el exterior pero el resto de los factores pierden parte del valor en el interior sobre todo en lo que afecta a la pérdida irrefrenable del valor trabajo.
Hay hábitos y costumbres que me producen una gran pena.
       Juegan con el dinero sin darse cuenta a qué juegan
       En los entornos políticos y sociales en los que me muevo siempre están a falta de dinero y cada día les es más difícil ser financiados por las cuotas de sus aportantes. Unas veces es por culpa de la crisis y siempre porque hay poca costumbre entre la gente de aportar: trabajo o dinero en ninguna causa que tenga condición de altruista. Esta razón les induce a que para recaudar algún dinero con el que poder subsistir y paliar sus necesidades económicas.
       Cuando llega el fin de año venden lotería.
       Vender lotería significa reproducir el sistema económico en el que vivimos de la manera más absurda. Es una de las facetas más inmorales del sistema que incluso quienes están en su contra las reproducen: coger unos pocos dineros de unos muchos desheredados para darle después independientemente de su necesidad y de su merecimiento: mucho dinero a unos pocos.
       Se va recogiendo poco a poco una parte del trabajo, un poco de dinero, de quien  compra la lotería, que la compra por tentar a la suerte y porque espera ser uno de los beneficiarios del sistema que aprovecha todo lo que coge sin mirar el pelo.
       Venden con la esperanza de que toque lo puesto, que si toca, nadie reclama su premio y así se quedarán toda la recaudación ellos.
       Incluso ir recaudando impuesto a la población de poco en poco.
      Y sin embargo se hace con naturalidad.
      Esa es la principal utilidad del dinero.
      Hacerse con lo que no es de uno mismo, que es de otro.

jueves, 17 de octubre de 2013

El dinero

Ya hemos visto cómo el dinero es el elemento que mueve desde la estratosfera financiera hasta las capas sociales más míseras.
      Si circula lleva vida a los diferentes niveles sociales.
      Su valor es el que determina definitivamente las grandes y las pequeñas decisiones y el sistema existe porque a las personas se les ha concienciado para que trabajen por dinero y para ganar dinero y que cuanto más trabajen más dinero pueden ganar.
      Si no: ¿por qué iban a trabajar?
      Y trabajar o no trabajar es una de esas decisiones del dinero.
      Aunque quien tiene dinero la mayoría de las veces no trabaja.
Creo que hay al menos tres maneras de entender el dinero y que viven en mundos distintos que parece no fueran comunicantes.
      ·  Todo se mide en valor de dinero en las lejanías del universo financiero. Utilizan para la medición unas cantidades de las que no es fácil imaginar su verdadero volumen y para despistar manejan los ratios y los coeficientes de tal manera que nadie puede saber cuántos ceros tienen en realidad las cifras de las que hablan.
      ·   La clase mayoritaria, que es la que sostiene el poder, aunque se queje cada día, es la que realmente tiene el dinero contante y sonante incluso en estos tiempos de crisis.
      Sabe qué es el dinero: lo entiende y lo teoriza.
      Lo cuenta y lo recuenta… y guarda por un poco de interés.
      Cuando ahorra poco es porque las cosas van mal.
     Y mide el grosor de su cartera comprobando cómo echa barriga.
      El dinero es en realidad el destilado de dignidad con el que ellos tapan las mentiras sobre la que se mantiene el sistema.
     Solventan sus conciencias haciéndose los pobres inocentes.
     * Pero también la vida se mide con dinero hasta en los lugares en los que la escasez hace muy fácil su medida: se precisa poco más que unas monedas. Un dinero que también fluye entre las miserias de las capas más pobres de la sociedad muchas veces rebajando la dignidad y vendiendo pena, y siempre estirando los billetes pequeños de uno en uno hasta llegar a hacer de un duro seis pesetas.
Para dibujar algunas de las distintas formas que existen de entender el dinero: cuando se habla dinero, voy a poner tres ejemplos sencillos que pueden representar buenas imágenes de lo que digo.
      ·   Para la primera  percepción de entender el valor del dinero en las alturas, no he encontrado mejor imagen que esta historia que escuché una noche en una emisora de radio, quizás, para justificar de aquellas maneras insólitas en las que se evidencian las cosas más inverosímiles. Alguien trataba de explicar por qué el valor de los jugadores de futbol era tan desorbitado pero que ese precio era intranscendente.
Dos amigos se encuentran después de muchos años sin haberse visto, se saludan y se entretienen un rato preguntándose cada uno por la vida del otro. ¿Qué tal te va…? ¡Bien muy bien...! ¡Y yo también muy bien…! ¡Bueno yo tengo un problema que no veo la manera de solucionarlo…! ¡Si me lo cuentas y te puedo ayudar..! Tengo un perro que quiero vender y chico no hay manera…! ¿Y cuánto vale el perro... que si no es mucho a mi no me importa comprártelo…? ¡Pues lo quiero vender en diez millones de pesetas…! ¡Ay bueno pero ese precio es mucho para mí, lo siento! Los dos amigos se despiden y da la casualidad que al poco tiempo se vuelven a cruzar de nuevo, y se vuelven a preocupar el uno por la vida del otro. Ay, por cierto, ¿ya conseguiste vender el perro..? ¡Sí, sí… ya lo vendí…!  ¿Y lo vendiste por los diez millones de pesetas…? ¡Sí, lo cambié por dos gatos de cinco millones cada uno…!
        Hay unos estadios en los que pareciera como que a la sociedad no le debiera afectar para nada cómo tratan con el dinero. Unos universos en que el valor del dinero no sirve de referencia para el resto de los mortales porque su valor parece que es absolutamente indeterminado y es como si estuvieran hablando de una colección de cromos o de hacer las transacciones con dinero falso.
       Pero esto no es cierto.
·   Para la segunda manera de entender el dinero, aquella que sostiene el poder y el sistema, voy  tratar de reproducir lo que me dijo un día un compañero de trabajo.
A lo largo de mi vida he observado a gentes a las que no les hacía falta de nada y que sin embargo se desvivían por dinero. El mayor sofocón les llegaba por unos céntimos. Para ellos siempre hay un derecho para pagar por cualquier cosa un poco menos que lo que piden, y no por necesidad o porque no lo puedan pagar, sino porque así es como se administra el dinero: el último duro siempre se lo ganan ellos. Nunca piensan que el dinero que ellos no pagan: el otro no lo cobra, porque el dinero de los demás no tiene ninguna importancia para ellos. Son personas para las que no hay mejor conversación  que aquella en la que aparezca el dinero: cuánto me costó, cuánto me ahorré  o cuánto saqué por aquello, cuánto tenía y cuánto tengo.
Yo he calculado que la media estadística son siempre tres mil euros,
 Y no se dan cuenta que hoy los tres mil euros no sirven para nada… que es mejor no tenerlos.
      Le dije yo para apagar su envidia.
      Desgraciadamente esta es una conducta muy extendida en la sociedad en personas que por sus adentros se creen más inteligentes y cabales que nadie. Una calaña social que trata cada minuto de defender su dinero como si alguien se lo estuviera robando y defendiendo el dinero mal pierden la vida entre sofocos.
·    También leo en algún sitio que no sé si será verdad o no, pero también es una imagen muy representativa de la realidad de las capas sociales más bajas.
En alguna ciudad hay dos iglesias en la misma avenida: una en cada uno de los extremos de su largura. En la puerta de la Iglesia más antigua la que está más cercana al centro de la ciudad una mujer mayor tiene allí reservado su sitio por unas horas como si fuera un derecho adquirido y respetado. Cuando recoge la manta de su colecta y cuenta cómo le ha ido el día se llega despacio a la puerta de la otra iglesia y pasa al lado de quien allí está pidiendo y le echa unas monedas en su canastilla. Es que la puerta de esta iglesia es peor que la puerta que de la iglesia en la que yo paso el día… que aquí pasa menos gente.
       Leí que decía la pobre.
       Son aquellas personas para las cuales el dinero tiene otro valor y saben sacarle chispas a la moneda de cincuenta céntimos y que a fuerza de penurias han aprendido a ponerla allí dónde hace falta y a  hacerse los despistados cuando no la tienen. Personas que sin tener un sentimiento de caridad ni de solidaridad, conociendo de las vicisitudes de la vida, son capaces de hacer lo que hay que hacer en cada momento sin importarles nada y menos que nada el dinero.
Estamos acostumbrados a escuchar estas cifras tan asombrosas que sirven para adornar las noticias en medio de la crisis, que nos parecen lejanas y que al parecer no nos afectan para nada. Cantidades de las que no nos hemos de preocupar porque nada nos concierne.
      Nos dicen por ejemplo que:
      ·     Un director general de un banco muy conocido cobra diez millones de euros al año.
      Un banco es una empresa privada: no nos concierne para nada.
      Y además como paga de impuestos al Estado la mitad de lo que gana mejor porque así ganamos todos.
      ·     Cuánto cobra un determinado futbolista libre de impuestos.
      Sin embargo, debemos estar contentos porque es la mejor inversión que ha hecho el equipo porque lleva el nombre  de la ciudad a todos los rincones del mundo… y si vende camisetas es igual que ni siquiera juegue al futbol.
      Además lo pagan las televisiones y los que van al campo y para todos los demás es gratis.
      ·    A un determinado actor o cantante que le pagan no sé cuántas porradas por llevar la imagen de no sé qué por el mundo.
      Pero lo hace por el amor tan grande que tiene por su tierra.
      Y además ha hecho una gran rebaja en su caché.
     
       Sin embargo todas esas cifras las acabamos pagando entre todos.
      Todo es dinero y es la parte social más numerosa la que de una manera u otra lo, directa o indirectamente, acaba pagando todo: al director del banco, los impuestos al Estado, la ficha del futbolista, al actor, al cantante, a todos con una lluvia fina de cargos y cargas con la que nos cargan y todo sale del trabajo de unos pocos sin que sea mejor para ninguno de ellos.
       Porque en este sistema está todo comunicado.
      Y el elemento con el que se comunica es el dinero.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Las generaciones



El sistema en el que a fuerza de vivir, vivimos, obliga, desde la más estricta necesidad, a que cuando la población tiene una cierta edad, o casi a cualquier edad, y sobre todo cuando no tiene trabajo, para que sienta la angustia vital e individual de la falta de trabajo. Desde esa carencia,  el trabajo se hace un objetivo vital y trascendente, un derecho que muchas personas ya no alcanzan a lograr, y mientras, la sociedad le urge su deber de trabajar si quiere reivindicar cualquier derecho.

     
 Esta es la faceta más dolorosa de la realidad porque determina la conducta de las personas que están en edad de trabajar, y es posible, que hasta les hurte la condición plena de ciudadanía.




 Hoy una parte de la población está sometida a la falta de trabajo.
      ·         Jóvenes nacidos a partir de la década de los ochenta.
      Si estos jóvenes tienen la capacidad de vislumbrar intuitivamente una sociedad más igualitaria, posiblemente, ésta sea una generación que desde el subconsciente ya se esté preparando en la filosofía del trabajo que ha de imperar a partir de esta crisis.
      Aunque a la juventud desde las buena palabras constantemente se le está repicando la cantinela de que: estudie lo que sea, se prepare pensando en el mañana, se forme en la disciplina y el esfuerzo, en la constancia y la abnegación, sin embargo, desde la conciencia social: esa que se adquiere en la calle y que se adereza en el ambiente, a una pare de esa población, enseguida se les transmite otra cara, la  que le lleva a la obligación positiva de trabajar, con esa excusa imple y demoledora de que puedan disponer de su propio dinero para gastarlo en lo que quieran.
      Una parte enseguida encamina sus pasos al mundo del trabajo.
      Y nunca han tenido nada que se pudiera entender como trabajo.
      Peor todavía: cuando los jóvenes quieren entrar a formar parte del mundo del trabajo para disponer de dinero para gastar, aunque no sean conscientes, pasan a hacer del trabajo una necesidad que ya nunca la podrán calmar y quedan ya en los brazos asfixiantes del sistema.
      Esa necesidad inducida es una máquina de incultura.
      Y ese vivir sin esperanza en un surtidor de abandono y desidia.
       Sin embargo, establecida la edad de trabajar: a ningún joven se le reconoce el derecho al trabajo cuando quiere ponerse al tajo, y ni siquiera, por mucho que hayan presumido de la formación reglada con la se le ha asistido, tiene formación para trabajar aunque le hayan estado concienciando durante toda su vida para encontrar un empleo.

·         Nacidos en los años sesenta.
      Esta es la generación que más ha creído en las bondades del sistema, porque en lo mejor de su vida: el sistema le ha mostrado su mejor cara y lo ha mamado. También es la primera generación en la que la mujer entra a formar parte del mundo del trabajo remunerado.
      Ellas y ellos, llevan años naufragando en una aventura en la que su destino vital se lo jugaron todo a una carta: cada cual a la suya, pero todos la misma: priorizar el trabajo y el esfuerzo sobre las relaciones, la pareja, la descendencia, la vida plácida y las pequeñas ilusiones.
      Todo, para vivir en una trampa durante toda la vida.
      Y ahora, sin saber cómo y sin haber recogido los frutos imposibles, en medio de la trampa, se ha quedado con todas sus miserias.
      Es una generación que aunque tenga carreras universitarias relucientes, tienen un nivel de formación bajo y se ha formado en el trabajo de cada día sin más pretensiones que cumplir y hacerse acreedores de lo que les han pagado. Han creído que esa actitud era suficiente para tener todos los méritos que le parapetaran del fracaso.

·      Quienes han pasado de los cincuenta y no se han jubilado.
      Por mucha experiencia que tengan, no tienen ninguna posibilidad de encontrar trabajo y si acaso en empleos marginales en los que no sea necesario ni tan siquiera esfuerzo físico.
      Esta generación, si le ha tocado la chama del desempleo, de ninguna forma pueden volver a ejercer su derecho a trabajar. Además, ahora les van a aplicar más todavía, la ideología del trabajo barato y los nuevos tiempos necesarios para jubilarse y las nuevas exigencias para el cálculo de lo que van a cobrar. Van a tener unas diferencias tan importantes con los que siendo de su tiempo lograron tener trabajo hasta que se jubilaron y de los que se están jubilando en la actualidad, que cuando llegue su día será imposible soportar el injusto agravio comparativo.
      Han de buscarse la vida como puedan hasta que llegue ese día.
      Y a ver qué pasa cuando se jubilen.
       Ni se sabe cuántos no se podrán siquiera jubilar.
       Hombres y mujeres que en principio tienen derecho al trabajo pero que no lo tienen ni esperan tenerlo salvo en precario. Manos activas, mentes preparadas que entienden de su obligación a trabajar.
       Corazones y almas dolidos y encogidas por la falta de trabajo.

Recientemente, cuando en los primeros síntomas de la crisis el gobierno creyó que la podía atajar con unas aspirinas, y procurando que no se resquebrajara la oferta de trabajo que pudiera desacelerar la actividad económica, puso en marcha una iniciativa de creación de empleo. Presupuestó y emitió una importante partida de millones de euros para que desde los ayuntamientos se habrían de proyectar  trabajos innecesarios, tan innecesarios, que no podían ser proyectos que por su necesidad ya estuvieran planificados anteriormente.
     Era trabajar en una inercia que activara la economía.
     Se hicieron obras de todas las clases:
      ·      Enfrente de mi casa se construyó un parque infantil cubierto en el que desde entonces nunca he visto jugar a ningún niño. Le pusieron luces para que estuviera disponible para los niños incluso por la noche. Están acostados y  las luces están encendidas  Y lo inauguraron.
      ·      En mi pueblo hicieron un kiosco de música que a la vez de estar muy mal diseñado no se utiliza más que un par de veces al año. No está ubicado en una plaza que reúna las condiciones necesarias para acoger al público puesto que solamente se coloca en el Sur del Quiosco. En dos ocasiones le he pedido al ayuntamiento que me dejara utilizarlo para dos pequeños y sencillos actos públicos a los que pensaba que acudiera poca gente, y como al parecer está de adorno no me lo ha prestado. Tiene unos baños públicos en su barriga que siempre están cerrados.
       Llenaron las aceras, plazas y calles de unos inmensos carteles de hierro en el que se explicaba lo que se estaba haciendo con tanto dinero. Trataron de considerar la virtud del trabajo bien hecho para activar la economía como un fin en sí mismo y demostrar la buena gobernanza Solamente consiguieron dejar claro que trabajaron en aquello que no era necesario. Y pasado el tiempo, nos lleva a pensar que ese trabajo que no era necesario entonces no lo será nunca, porque se ha trabajado y en realidad no se ha solucionado nada. Siempre se repite lo mismo.
       Más trabajos hubieran hecho más hubieran demostrado.
       Eran proyectos admirables que pudieran ser la semilla de otros nuevos trabajos que no solamente procurara el bienestar de quienes estuvieran parados sino que además fuera una inyección de vida para algunas pequeñas empresas que ya se veían afectas por la crisis.

Esta es una idea que está muy extendida en el sistema:
      Un trabajo alimenta a otro.
      Una gran mentira cabalgando en la ensoñación.
      Siempre suponiendo que la actividad está creciendo y crecerá.
      Si la actividad va de bajada cada trabajo arrastra a otro.
      Por eso hay que dejar de inventarse trabajos.
      Que al final acaban incluso con los trabajos necesarios
      Cuando demuestran que son inventos arrastran a otros necesarios.

Se puede calcular que cada puesto de trabajo de aquellos que se habilitaron circunstancialmente con aquel proyecto aproximadamente costó cincuenta mil euros. Qué decir de este ejemplar ejemplo, si en realidad consiguieron demostrar la inutilidad de trabajar porque sí y que habrá que pagar lo que costó más los intereses, con mucho más trabajo.
      Las conclusiones erróneas sobre esta cuestión tienen dos caras:
      ·        Una: la necesidad de tener contentos a quienes necesitan trabajar, que ha impulsado a los empresarios y a los poderes públicos a predicar la dignidad del trabajo durante años, aunque teniendo buen cuidado de mantenerse ellos indignos en este aspecto.
      ·        La otra: el nuevo placer que nos hace deleitarnos por la capacidad que tenemos de hacer cosas que en última instancia no sirven para nada, aunque asombrosamente modifique la imagen que se tiene del entorno en el que vivimos y se pueda decir esto es lo que hemos hecho: aunque sea un cristo con dos pistolas… pero que antes no estaba.

Ahora quieren poner en práctica una nueva manera de entender el derecho, la necesidad y la obligación del trabajo: es el trabajo para la comunidad que quieren que realicen aquellas personas que por encontrar trabajo reciben alguna ayuda social, no salario.
       Más trabajo y sin que sea considerado trabajo.
       Y con el asentimiento social general: si les pagamos que trabajen, de nuevo nos inventamos un trabajo que tiene toda la apariencia de los trabajos forzados porque esa obligación no tiene ni derecho al jornal.
.
.

viernes, 30 de agosto de 2013

El departamento de trabajo

       Ya hemos visto cómo la macroeconomía nacional contabiliza las rentas del trabajo como un centro autónomo en cuanto al valor económico de su aportación al sistema. Esta es la manera que tiene de imputar con cierta periodicidad todo lo relacionado con el mundo del trabajo en las cuentas públicas, sus ingresos y sus salidas, aunque hay que hacer constar que algunos de sus aspectos los ha privatizado y los ha llevado a la gestión de mutuas y sindicatos.
Actuar de esta manera, en la que se delimita un aspecto importante de la actividad economía y social, pudiera entenderse como una buena forma de administración desde centros de costes, aunque en realidad es una trampa que aísla al factor trabajo del resto de los continentes políticos, económicos, y sociales que conforman la administración del Estado para que no puedan exigir más de lo que les corresponde.
      Por ejemplo no están tan bien definidos y estancos, cuáles son los ingresos que van destinados a garantizar los costes de la seguridad del Estado o todo su aparato burocrático y así mismo, casi todos los demás conceptos de gastos y su correlación son sus ingresos correspondientes, van en un totum en los presupuestos del Estado.
      El sistema ha aislado el factor trabajo dentro del reparto de rentas con respecto al resto de los factores y así posibilita y refrenda que la relación del factor Trabajo con el Estado y la contabilidad pública sea estanca. Los trabajadores con las cotizaciones correspondientes a su remuneración, sostienen todas las cargas del conjunto de conceptos que se pueden entender como de trabajo.
Conceptos aplicados para los diferentes aspectos del trabajo.
      ·   Salarios.
      Es el principal de la remuneración del trabajo. Se aplica según el convenio correspondiente a la actividad y con criterios geográficos.
      Puede tener mejoras existiendo acuerdo con la empresa.
      ·   Pluses.
      Aparte de los que aparecen en los convenios por los conceptos más peregrinos que se pueda imaginar, existen otros determinados por objetivos concretos que muchas veces se pactan personalmente y en muchos casos se realiza el cobro en metálico para que no deje constancia a ningún efecto.
      ·   Cuotas sociales.
      Normalmente se desconocen los conceptos por los que se cotiza y la mayoría de cotizantes piensan que son las cuotas que le dan derecho a la asistencia sanitaria de la seguridad social, y sobre todo estas cotizaciones tienen en cuenta por lo que significan para su jubilación.
      Son cuotas de asunción de riesgos en común y de solidaridad.
      Para ver qué poco tienen de solidarias hay que fijarse en que por ejemplo: quienes trabajan para el Estado con estatuto de función pública y que tienen derecho a su puesto de trabajo hasta el día de su jubilación. Tampoco aportan su cuota parte para financiar los subsidios de desempleo, porque nunca van a perder su empleo, ni para la formación para el empleo porque ya vienen aprendidos de casa si aprobaron unas oposiciones, y tampoco para el fondo de garantía salarial puesto que se supone que el Estado nunca les va a dejar de pagar.
 
      ·   Indemnizaciones y despidos.
      Aquí es donde se establece la gran batalla cada vez que el sistema entra en crisis y tratan de hacer reformas laborales. Se trata de todas las formas posibles que cada reforma de la logística y el almacenamiento de la mano de obra sean menos traumáticos para el sistema.
      Este es un aspecto que yo nunca he entendido.
      Siempre he sido partidario del despido libre entre otras cosas porque de todos los sitios me he despedido libremente. Ahora bien, cada vez que me he despedido he tirado por la borda aquello que me hubiera correspondido si me hubieran despedido.
      Cuando en la empresa se establece por cualquier circunstancia tenga la razón o la sinrazón, que alguien que está trabajando: sobra, quien sobra haga lo que haga, saldrá despedido de una forma u otra.
      Sólo es cuestión de dinero.
      Más que nada porque ahora ya el despido es libre.
     En ese proceso en el que alguien inopinadamente se queda sin trabajo, quien más pierde es quien sabe que se va a la calle y que además del problema de quedarse sin trabajo y las circunstancias que eso conlleva, tiene que negociar y cobrar el precio de su despido.
      Me hubiera gustado, que en las relaciones laborales alguien hubiera planteado que el salario tuviera una línea más, en la que se remunerara cada mes, la cuota parte correspondiente al más que posible despido, y así, que a cada cual le despidieran cuando quisieran.
      Mientras  tanto se estaría cobrado esa parte de valor del trabajo.
      Mucho cambiarían las cosas en el mundo del trabajo.
     Así, quien no estuviera satisfecho con su trabajo, se despediría más fácilmente sin ponerse a pensar que despidiéndose pierde ningún derecho. Así se acabarían muchos dolores e insatisfacciones que hoy existen en el lado laboral de la mayoría de las empresas que conozco por parte de quien opta por aguantar y esperar a ver qué pasa.
      Para quien lleva mucho tiempo trabajando en el mismo sitio, la antigüedad es un valor que pierde al jubilarse. Le da una importancia que no tiene, en realidad: incluso más que a su propio trabajo.
      ·   Jubilaciones.
      Están afectadas por un grave error de cálculo al partir de la idea sobre la que se han sostenido hasta la actualidad, de que quienes están trabajando pagan a los que están jubilados. Se puede apreciar que en la actualidad quienes están jubilados hubieron de aportar para las anteriores generaciones en una proporción razonable, y sin embargo para que se jubilen ellos, quienes han de soportar sus pensiones mañana lo van a hacer en una proporción insostenible.
       La caridad pública, es aquella que paga una pequeña pensión, las llaman no contributivas porque no las financia el sistema, a aquellas personas que no tienen ninguna posibilidad de acceder a un trabajo o que a la edad de la jubilación han llegado sin una cotización suficiente como para poder tener derecho a una pensión digna.
      Son aquellos que trabajaron y nunca se tuvo en cuenta su trabajo.
      ·   Retenciones e impuestos.
      El sistema ha conseguido que desde esa remuneración del trabajo, quien cobra cada mes tenga una importante carga impositiva. En términos medios consigue que cada año sean tres meses de trabajo los que se queda directamente el Estado.
       Una manera muy engañosa de dar importancia al valor del trabajo no sólo ha sido someterlo a un salario para poderse sostener la vida de quien trabaja, sino que también están sujetos a los impuestos directos sobre las rentas fruto del trabajo con el que contribuir a sostener el común en el que vive.
       El salario limita el valor del trabajo.
       El impuesto obliga a un mínimo de aportación a quien trabaja.
       Esta forma de hacer en la que se utiliza a la empresa como recaudador de los impuestos y de las cotizaciones que afecta al factor trabajo en beneficio del Estado, es una función asumida por el mundo del trabajo y que tiene los parabienes de las confederaciones empresariales y obreras porque le garantiza al Estado la estabilidad que necesita para que los impuestos sobre el trabajo se puedan gravar de una manera sencilla e inmediata.
      A los unos y a los otros les devolverá el favor luego.
   
Desde otro punto de vista, de esta remuneración del trabajo hay dos aspectos que me llaman poderosamente la atención:
      ·         Las pagas extraordinarias.
      En primer lugar estas pagas no son extraordinarias porque no se pagan por encima de lo convenido sino que por razones que se me antojan inconfesables se van acumulando durante el año.
      Este es un aspecto muy importante del sistema.
      Con esta remuneración se presume de quienes trabajan no tener más capacidad que trabajar y que por lo tanto no tienen capacidad para administrar su dinero y se le ofrece un ente: la paga extraordinaria.
      Quien tiene personas contratadas, cada mes en lugar de pagar su salario completo, le guarda una sexta parte de su sueldo y se lo paga, como si fuera extraordinario, cuando vaya a tomar sus vacaciones de verano o para que pueda comprar regalos a los suyos en navidades.
       Es una manera muy sutil e inocente de ordenar y priorizar las necesidades de la población en dos momentos muy sagrados del calendario anual en los que es preciso direccionar el consumo.
       La Navidad y el 18 de Julio.
       Los trabajadores y los sindicatos lo aceptan con normalidad.
       ·      Y la paga de junio del Gobierno.
       Es la devolución que Hacienda hace de los impuestos pagados en demasía y a deseo por el propio trabajador con las retenciones que le ha hecho la empresa en su nómina.
.
.

lunes, 19 de agosto de 2013

La remuneración del trabajo


El trabajo es el único factor económico efímero y que caduca cada minuto que pasa que ya no se puede recuperar ni cobrar.
      El trueque de trabajo no es trabajo y el trabajo altruista tampoco.

El trabajo hay que reconvertirlo en tiempo para que no corra y sea perenne y para ello hay que transformarlo en mercancía. Es la manera de compactarlo y almacenarlo. El trabajo hecho mercancía además se puede trasegar de aquí para allí de tal manera que: si bien las personas que trabajan no pueden traspasar fronteras, sin embargo, convertido su trabajo en mercancía tiene abiertas todas las barreras.

Al trabajo eufemísticamente se le llama capital humano y así se trata de encubrir que la fuerza de trabajo que existe en el sistema con otro decoro. Un factor económico que también controlan los capitalistas desde el momento en el que pueden invertir allí donde quieran llevando con su inversión la necesidad y la posibilidad del trabajo.
      Cuando desinvierte su capital dinerario en algún lugar como lo hace en muchas ocasiones, decide: que en ese lugar concreto, el trabajo ha de estar almacenado a plazo fijo sin aplicarlo a ninguna mercancía.
      El factor trabajo se remunera con el salario.

Pero el salario estricto es el pago no por el trabajo que se realiza, sino por la entrega del tiempo empleado para realizarlo sin tener presente su especialización, su capacidad profesional o la titulación que lo adorna. Esta característica, en realidad muestra al trabajo únicamente desde una perspectiva animal en la que lo importante es estar y hacer aunque no se entienda para qué estar ni por qué hacer.

El avance de las técnicas productivas, la especialización y la división del trabajo ha tenido como consecuencia que sea necesaria apreciar la diferencia existente entre el valor del trabajo que solamente significa vender unas horas diarias de la vida de cualquier persona,  del trabajo concreto en el que la persona compendia: conocimiento, una capacidad de aportar iniciativa personal dentro de una marco de estricta obediencia, y asunción de responsabilidades y objetivos. Por ello hay que concluir que: aunque se cuantifiquen las horas que se trabaja, es el valor que se le da a esa parte de gestión personal, la que en realidad más determina el valor del salario.
 

      La demostración la encontramos en la realidad: en el mundo del trabajo puesto en el mercado, se hace una clara diferencia entre la parte en la que se contempla y se paga por vender las horas de trabajo y el valor de la capacidad de gestión que se aporta a la organización. Este segundo aspecto aportado en esas mismas horas de trabajo siempre se considera de mayor calidad, más elevado y más valioso.


      A esa aportación extraordinaria e individual que se hace de trabajo, le podemos llamar si queremos: gestión.
      Ese aspecto que más se valora de forma sistemáticamente.
      El tiempo de la vida de las personas no vale nada.
      Para ponerla en valor en el mundo laboral y obrerista, incluso en el mundo empresarial, desde una visión ética de esta relación, hasta hace muy poco tiempo se entendía que la remuneración de estas otras capacidades que se aportaban en el mismo tiempo de trabajo, no podía ser tres veces mayor que el valor de la mano de obra directa y básica, especialista se suele llamar en los convenios.
       En la práctica, en la actualidad, a poco que se gestione en el puesto de trabajo se puede doblar el salario. En algunos casos se está llegando a pagar por esa labor de gestión hasta cien veces más que la base salarial que vienen a cobrar quienes solamente entregan sus horas en tareas sencillas, si acaso con algunas horas más de trabajo.
      Este ha sido un cambio significativo en los últimos tiempos y ahora quienes se dedican a pensar y reflexionar sobre esta cuestión hablan de que no podría ser más de doce veces ese salario.
       Otro imposible sin romper con el sistema en todos sus aspectos: económicos, sociales, culturales, educacionales y organizativos.

Por otro lado, vivimos tiempos en los que las mejores mentes y las más pensantes aconsejan a las personas que no tienen trabajo, que aunque no les guste, deben aceptar cualquier trabajo a cualquier precio. Estos sabios justifican sus consejos con los argumentos más peregrinos: el primero de ellos: la necesidad de tener dinero aunque para ello se haya de perder el valor de la única herramienta que tiene para ganarse la vida. Incluso a las personas que por su capacidad y por su cualificación pudieran estar en disposición de aportar una dosis importante de gestión les recomiendan que se olviden que con los que están gestionando ya son suficientes y que ellos vendan su tiempo a cualquier precio para adquirir experiencia.
      Una estafa social en toda regla.

En el mercado se combina siempre la oferta y la demanda.
       A mayor demanda mayor precio.
       A mayor oferta menor precio.
       En cada sector laboral hay oferta y demanda diferente, por lo que se entiende que la remuneración del trabajo nunca es igual para todos los oficios. Las habilidades especiales y los esfuerzos físicos o intelectuales necesarios para ejercerlas, tampoco crean diferencia en la valoración de los empleos. La base de la remuneración viene determinada por la capacidad de presión y fuerza que en el paso del tiempo, han tenido los sindicatos que han defendido a las personas que tenían trabajo en cada sector, oficio punto y lugar.
       El precio el trabajo se ha establecido desde la influencia y apremio ejercido desde la idea asentada desde el confín de los tiempos de que el trabajo es la fuente de todos los derechos de quien trabaja, sin importar nada más que la defensa del precio entre la oferta y la demanda.

Para el reparto de las rentas que participan en el sistema y en concreto para remunerar al trabajo, se ha creado un entramado absolutamente irracional con la entremezcla de los salarios mínimos profesionales marcados de forma general o en convenios sectoriales o territoriales o en convenios propios de empresas que hacen del valor del trabajo un elástico que se amolda allá donde conviene y que nada garantiza a nadie, sino la posibilidad de que nada más que con el valor del trabajo se pueda adecuar el coste de las cosas al mercado.
      La remuneración del trabajo dentro del sector en el que se trabaja se ve directamente afectada por el total de las horas que se trabaja, que se ven reducidas muy poco a poco en los convenios y sin hacer ascos a las horas extras. Bajo ningún concepto se valoran otros condicionantes, si acaso con mínima incidencia los objetivos de producción. Pero es conveniente saber que estos convenios de los distintos sectores son diferentes: no por la calidad y la escasez de trabajo que valoran y ponen precio, sino por la presión que son capaces de hacer los sindicatos en las negociaciones colectivas y de la dependencia que tienen esos sectores en la economía en la que se desenvuelven.
       Pero lo más importante en la remuneración del trabajo es: que todos los aspectos por los que se le paga a quien vende su trabajo por cuenta ajena o propia, se han aislado de tal manera en la contabilidad pública del sistema, que los derechos que emanan no se mezclan ni confunden en ningún momento con otras remuneraciones y con otros conceptos sociales y económicos, por tanto: se impide que el factor trabajo pueda tener otras rentas o pueda absorber recursos de otros factores sociales o económicos para incrementar su remuneración.

Además del salario el trabajo tiene otras remuneraciones:
       ·       Las pensiones comunes y las de invalidez
       ·       Las bajas por enfermedad común o profesional.
       ·       Los subsidios de desempleo y la formación para el empleo.
       ·       Y el fondo de garantía salarial.
       Desde el diseño que se ha hecho en las últimas décadas del sistema, todas estas remuneraciones que se realizan en concepto del factor trabajo y que forman parte del reparto de las rentas que participan en la actividad económica, se hacen a cargo de los ingresos que aportan las cargas impositivas y las llamadas cargas sociales que tienen de los mismos rendimientos del trabajo las personas empleadas.
       Con esta manera de hacer, lo que se pretende por parte de la ingeniería política, es dar la apariencia de una solidaridad obrera o de una autogestión del factor trabajo y no crear dependencia con otros factores públicos o privados, pero en realidad supone un aislamiento del factor trabajo del resto para de una manera más tajante, poder limitar la cuota parte de su renta y que no entren a valorarse otros factores sociales y circunstanciales existentes, muchos de ellos naturales y colectivos, que pudieran ser de reparto idéntico para toda la población.

Esta situación solamente se da para el trabajo menos cualificado puesto que para los más cualificados se buscan otras remuneraciones, por otros conceptos, por otras vías: participaciones remuneración en especie, planes de pensiones de empresa o particulares, primas por despido, en el que para nada puedan dañar los intereses de otros factores económicos.
       Es muy importante este pequeño detalle.
.